Texto: Estela Zatania
Fotos: J.L. Duzert
AYER, HOY Y MAÑANA EN NIMES DE LA FRONTERA
El último día del Festival de Nimes terminó espectacularmente con un viaje por las tres edades del flamenco, pasado, presente y futuro, todo existiendo y prosperando en armonía en el año 2012. Inés Bacán, la tradición, Rocío Molina, el ahora del baile flamenco y los Raperos Canasteros sugiriéndonos un posible camino hacia el futuro. A lo largo del Festival, además de las actuaciones, ha habido proyecciones de películas y documentales…”Flamenco Flamenco” de Carlos Saura, “El cante bueno duele” homenaje a Moraíto, “Vengo” de Tony Gatlif…exposiciones gráficas y cursillos de cante, palmas y patás por bulerías, un admirable programa. Inés Bacán La primera actuación del sábado fue un recital acústico de cante a cargo de la lebrijana Inés Bacán, acompañada a la guitarra por Antonio Moya y las palmas de Bobote y Gonzalo Peña. La señora abrió por tientos, como se cantaban antes, sin emplearlos como preludio de tangos, seguidos de fandangos por soleá – en Lebrija y Utrera esta forma acompasada de interpretar un cante normalmente libre tiene un sabor muy especial. Cantiñas como se entienden en esta parte del mapa flamenco y tocadas en Mi que ayuda a realzar el sabor de tierra adentro tan diferente al de Cádiz. Antonio Moya se merece una medalla por saber llevar, gracias a sus conocimientos de cante, a una cantaora nada fácil de acompañar. Soleá al compás de soleá por bulería, otra especialidad del eje Lebrija/Utrera, y la voz llana de Inés da el punto de sabor a los estilos de Juaniquí o María Peña y una interpretación interesante del de Rosalía de Triana. A continuación, nanas, siguiriyas y unas bulerías al característico compás de Lebrija. Un bis de tonás pone el broche de oro viejo. Rocío Molina “Vinática” Baile y coreografía: Rocío Molina. Dramaturgo: Roberto Fratini. Guitarra y música original: Eduardo Trassierra. Cante, mandolina: José Ángel “Carmona”. Palmas y compás: José Manuel Ramos “El Oruco”. Dirección musical: Rosario “La Tremendita”. El escenario dispuesto igual que para Israel Galván hace dos días, es decir, vacío, sin telón de fondo ni decorados, delata el planteamiento postmoderno y la permanente inquietud que comparten ambos artistas. Veinte minutos antes de que se atenúen las luces del teatro, se ve gente al fondo del escenario, charlando, matando el tiempo…se escucha música y asumimos que todo forma parte de la presentación. Cuando por fin quedamos a la oscuridad y en silencio, hay el sonido de cristal rompiéndose, y aparece Rocío, copa de vino en mano, bebiendo. “Vinática” se llama la obra por si a alguno se le escapara el detalle.
Rocío se mueve…el verbo “bailar” queda corto para lo que hace…por bulerías con movimientos aparentemente inconexos pero perfectamente calculados; justamente cuando una postura te parece raro, al instante todo tiene un sentido claro y cristalino. Un largo número de palmas y compás tiene el tufo de querer impresionar y ganarse a la galería. Y funciona. El cantaor José Ángel “Carmona” hace un trabajo admirable cantando a palo seco sin parar, dando vida, empaque y sentido a todo lo demás. También toca y se acompaña a la mandolina. Rocío es exquisita por alegrías clásicas actualizadas y “rociadas”. Bellísima la música de Eduardo Trassierra cuyos dotes de concertista no impiden que sepa acompañar cante y baile con maestría. Rocío nos regala unas bulerías para la historia, antológicas, flamencas y sorprendentes. Sus conceptos originales te obligan a escuchar y ver con oídos y ojos nuevos todo lo que has conocido del flamenco hasta la fecha. La fina sensibilidad de la artista le permite localizar con relativa facilidad la frontera entre lo novedoso y lo meramente esperpéntico. Por siguiriyas sigue la misma línea de inteligente contemporaneidad. Las formas del flamenco no limitan a esta artista, sino que la liberan. La sobredosis de conceptualidad y la insistente oscuridad (vestuario negro, escasa iluminación) son, a mi juicio, los únicos puntos que convierten un ‘sobresaliente’ en ‘notable’ para esta obra de Rocío Molina. Raperos Canasteros Voz y baile: Tomasito, Diego Carrasco, Junior Miguez. Guitarra: Curro Carrasco. Bajo: Ignacio Cintado. Percusión: Ané Carrasco. Digo y declaro sin miramientos que “Raperos Canasteros” ha sido el mejor espectáculo del Festival de Nimes en los días que he podido asistir. ¿Quién lo fuera a decir, verdad? Confieso que contemplaba hacer novillos…el solo título inspiraba terror para una aficionada de mi quinta. Siempre me ha parecido de tontos hablar de “mejor” y “peor”. Entiendo que casi todo artista u obra que llega a presentarse en un escenario público, de alguna manera ha pasado por un largo proceso de preparación, lleva implícito el sincero deseo de comunicación de los intérpretes y el resultado final sólo es cuestión de gustos, o posiblemente de tener una noche mala o buena. Pero ha sido toda una lección. En esta semana hemos visto obras de larga y esmerada preparación y alto coste, mientras que estos “Raperos Canasteros” se habían juntado el día antes en el bar del hotel para confeccionar un boceto informal de lo que iban a hacer. Algo como “Diego Carrasco abre, a la media hora aparece Junior para hacer lo suyo, luego, Tomasito y para finalizar, todos juntos”. Compás, conocimientos, buen gusto y ganas de flamenqueo hicieron que todo saliera mejor que bien, impactante y sin peros de ninguna clase. En primer lugar, el que esté dudando de que si el “rap” puede estar relacionado con el flamenco, sólo tiene que recordar a Lola Flores con su “Tanguillo de las guapas de Cádiz” o “Catalina Fernández la lotera”. Y me consta que esto no fue inventado por Lola, sino que representa una tradición gaditana muy antigua de la cual los Raperos Canasteros sólo son los más recientes intérpretes (Mariana Cornejo, Pericón, Nano de Jerez, El Brillantina o Elena Andújar entre otros también han metido mano y cuerdas vocales al rap flamenco). Pero más que eso, es la naturalidad, la ausencia de grandes pretensiones intelectuales. Estos tres hombres, adolescentes vitalicios, enganchan los cinturones de seguridad al compás y dejan fluir sus fértiles imaginaciones. Diego Carrasco empezó con un sentido homenaje al añorado Moraíto, “…qué solito me has dejao, Morao…”, y ofreció una selección de conocidas canciones suyas. Junior, el que corría el mayor riesgo de desviarse del camino flamenco, se mantuvo dentro de la zona del “ange” con sus irresistibles trabalenguas y bailecitos. Y Tomasito, por el amor de Dios, ¿qué decir del “Tomi”? como lo llama Diego. Es pura sensibilidad flamenca alimentada por un compás a nivel celular, un cronómetro interno que le coordina con las fases de la luna y los ciclos galácticos. El final de los tres juntos pero no revueltos, y la obvia amistad que comparten, infectaron de flamenco a todos los presentes y fue el triunfo de este género al natural, una interpretación tan válida y digna de admiración como Torre por siguiriyas o Fernanda por soleá, dos genios que anoche hubieran estado en primera fila aplaudiendo.
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