«Notas al pie»: Baile, Javier Barón.
Cante, Juan José Amador, Pepe de Pura. Guitarra, Javier
Patiño, Javier Iglesias. Violín, Alexis. Percusión,
Juan Ruiz. «Entre Lebrija y Utrera»: Cante, Gaspar de
Utrera, Pepa de Benito, Inés Bacán. Guitarra,
Antonio Moya.
Después de la opulencia de «Las Mil y Una
Noches», el vanguardismo de Dorantes, la pureza refrescada
de Esperanza Fernández o el dinamismo impactante de
Juana Amaya, ayer el festival de Mont-de-Marsan ofreció
otras dos facetas del universo flamenco: el baile contenido
y minimalista de Javier Barón y la esencia veterana
de Gaspar de Utrera, Pepa de Benito e Inés Bacán.
Si
algo tiene el baile de Javier Barón es una absoluta
sinceridad en el escenario. Su concepto del flamenco es tan
rigurosamente libre de artimañas comerciales que roza
lo surreal. La primera impresión es casi decepcionante.
En esta nueva obra, la primera después de la desaparición
de su compañero Manolo Soler, el bailaor se presenta
en medio del escenario sin 'bailar' en el sentido estricto,
y durante largo rato se queda inmóvil 'esperando el
autobús' mientras se acomodan los músicos de
uno en uno al sonido de un diminuto instrumento de cuerdas
que apenas suena. Este extremo minimalismo se convierte en
una elocuente declaración en sí y prologa el
ambiente de toda la obra. Llega el 'autobús' y el conjunto
se deja llevar por bulerías con el baile discreto de
Barón que no pretende ganar aplausos ni conmocionar,
sino moverse por el espacio que le ha sido otorgado conversando
con el público mediante sus movimientos.
Un número instrumental es seguido por el baile de
alegrías de Barón que habiendo establecido la
pauta, ahora se permite más energía y proyección,
todavía comedido pero con destellos dinámicos
de gran belleza. Soleá por bulería sigue en
la misma línea pero se percibe una ligera aceleración
de intensidad. En cierto modo Javier Barón es el homólogo
masculino de Belén Maya en lo que al baile se refiere:
ambos artistas rechazan las emociones fingidas y ofrecen su
arte sincero sin disculpas ni concesiones.
Después de exactamente 60 minutos Barón había
cumplido su misión dejando a los presentes maravillados
y agradecidos, todos de pie y exigiendo bis. Ni un alma abandona
el café cantante, de día el mercado de Mont-de-Marsan,
mientras los técnicos preparan el escenario para la
segunda parte de esta jornada de lujo. «Entre Lebrija
y Utrera» abre con la dramática presencia de dos
señoras imponentes sentadas en silencio hacia el borde
del escenario. Pepa de Benito e Inés Bacán,
vestidas de negro con mantones rojos, se turnan con nanas
hermosas y sentidas e incluso los que no conocen a estas mujeres,
normalmente dedicadas a sus labores, saben que están
presenciando algo sumamente auténtico.
Gaspar de Utrera con Antonio Moya
Se retiran las mujeres y entra Gaspar de Utrera. Imposible
exhibir menos artisteo. Despistado y gruñón,
murmura alguna queja y se acomoda al lado del guitarrista
Antonio Moya que le da la entrada por tientos. Y sale el milagro
de esa voz. El primer 'ay' penetra sin piedad en lo más
interior de todos los presentes con un palo que este cantaor
siempre convierte en grande, y ningún ojo se atreve
a apartarse del cantaor. Si Gaspar otorga tanta importancia
a los tientos, de poco sirve buscar adjetivos para describir
el nivel de sus siguiriyas. Ese torrente de voz, ahora templada
por las fatiguitas de los años, lastima y conmueve
como ninguna otra. Habiéndose entregado de esa manera,
acaba con una letrita de taranto y unas bulerías casi
simbólicas. Así es Gaspar de Utrera y bendito
sea.
Le toca el turno a Inés Bacán que ofrece un
amplio surtido de malagueñas, cante atípico
en ella y de trabajosa digestión a veces. Una larga
serie por soleá con Moya mimando y apoyando admirablemente,
y por siguiriyas con jaleo para recordar al hermano desaparecido
de la cantaora, el guitarrista Pedro Bacán. Más
que cante es el misterio y la esencia. Pepa de Benito gana
al público con su enorme sonrisa y personalidad a juego,
por soleá y su emblemático fandango por soleá.
Su cante ni es tan primitivo como el de Inés, ni tan
pulido como el de Gaspar, y nos damos cuenta de que este trío
de voces es idoneo para representar las varias facetas del
cante de una zona muy específica de la campiña
andaluza.
Pepa de Benito con Inés Bacán
El fin de fiesta es de antología, como no puede ser
menos, tratándose de Utrera y Lebrija. Se unen al cuadro
los jóvenes cantaores José Valencia y Pepe de
Pura, y el baile simpático de Pepa de Benito sirve
de broche de oro para una noche de flamenco puro en este rincón
del suroeste de Francia.