Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Ana Palma & Alberto Vega
Rafael Amargo, Iñaki Márquez, Alba Carmona
El Cabrero – Yolanda Cortés
Pepe Flores – Salao
El Salao reinó en Nou Barris
El Festival de Flamenco de Verano celebrado en el distrito barcelonés de Nou Barris ha demostrado que El Salao está dispuesto a convertir su escurridiza presencia en una obligación para todo festival que se precie. Cantó largo y precioso, haciendo difíciles incluso las alegrías, alargó la voz, se quedó allí arriba y se echó a los hombros la tarea de elevar el nivel de un festival que ofreció, por lo general, más fama que talento.
El primer día la lluvia amenazó, como suele ser habitual en este evento, con cargarse el espectáculo. No lo consiguió pero el retraso y los cambios en el escenario hicieron que Alba Carmona y su grupo no encontraran su sitio. Ella mostró gracejo y ganas, pero no consiguió entrar en calor con una actuación que se redujo a cuatro temas y en la que ni la toná con aires morentianos con la que inició su show lució como merecía por los problemas de sonido que adoleció todo el festival. Después llegó Rafael Amargo y su “Liturgia flamenca”, en la que ni siquiera el “pizpireto” Iñaki Márquez pudo mostrar toda la gracia de la que es capaz. Amargo abusó de gesto constreñido y osó meter una guitarras grabadas y música de Michael Jackson con más atrevimiento que acierto estético o intención.
El segundo día, bailó Yolanda Cortés, que estuvo correcta y honesta, pero falta de pasión. Brillaron más sus guitarristas, Edu Cortés y El Perla, que se dejaron las uñas y mostraron conocimiento y buen gusto, algo que el público agradeció. Incluso Bartolo, que bailó con Yolanda un par de piezas, destacó con un solo en el que se colocó en trance místico, con movimientos cortitos, muy intencionados y con contenido.
Un sello para el festival
Después llegó El Cabrero, que consiguió arrancar de su letargo al público de Nou Barris. Esta zona de Barcelona que se refiere a sí misma como el distrito cabreado por registrar la peor renta media familiar, el mayor número de desahucios de Cataluña y con graves problemas relacionados con la atención a los mayores y la situación de los colegios, se vio, por fin, reflejada en el festival. Porque Nou Barris es la periferia de una Barcelona empobrecida y su festival no puede ser ni sentir como el Ciutat Flamenco, ubicado en el centro, mirando al futuro, a la modernidad y a la iconoclastia. Debería tener su propio pulso, mimetizarse con el entorno y buscar un sello pensando en el público y en los artistas. No se trata de que solo canten los más ortodoxos, El Salao no siempre lo es y allí estuvo en su salsa.
Pero es cierto que el festival de Nou Barris siempre estuvo ligado al ambiente, un ambiente marcado por la lucha obrera y donde hoy los vecinos se organizan espontáneamente para sobrevivir al día a día. Quizás sea significativo que el nombre del festival ya no incluya el del distrito y que ahora se llame Festival Flamenco de Verano, pero también lo es el escaso apoyo moral y económico que reciben sus organizadores para tirar adelante el proyecto.
El Cabrero sí estaba pensado a la medida del lugar y de su público y cantó con el chorro de voz casi intacto siguiriyas, soléas e incluso el soneto de Borges que tan bien le sale y que musicó su amigo Alberto Cortez: La lluvia. Se encontraba mal, pero se negó a retirarse del escenario, del que se fue ya doblado de dolor después de rematar por fandangos y haber echado, nunca mejor dicho, el resto.
El Salao marcó los hitos
El último día llegó el que fue sin ninguna duda el plato fuerte del evento. El Salao se merendó el miedo como suele merendarse las palabras, no habló con el público, puso en práctica ese diálogo que tiene él consigo mismo y con los maestros del cante y cantó tan bien que incluso se gusto a sí mismo. Tuvo un acompañamiento de lujo, el de José Andrés Cortés que es puro temple y belleza y estuvo cabal, preciso y preciosista y sonó limpio y claro.
Después llegó Pepe Flores, que salió con ganas pero pocos recursos. Bailó de manera repetitiva, abusando de pierna y no sabiendo qué hacer con los brazos. Pero la gente aplaudió con ganas y se la veía contenta. No era un buen fin de fiesta, menos después de haber escuchado a un Salao en estado de gracia mayúscula.
Fue un festival irregular, con diferencias de nivel sangrantes entre los artistas. Unos hicieron lo que pudieron, otros lo que saben y por desgracia, algunos solo hicieron el paripé. Y entre todo ese batiburrillo, una figura estable, segura y firme: la de Miguel de la Tolea, que le cantó para atrás a Yolanda Cortés y su grupo y a Pepe Flores y sus acompañantes, sin cambiar de nivel, sin moverse de su sitio. Ese chico está en un momento estupendo, canta sin pensar, seguro, firme y muy bonito. Es un gozo verlo cantar igual de bien vaya donde vaya, fiel a su estilo, a su ley, demostrando que el conocimiento y la constancia pueden suplir la falta de fama, algo que nunca sucede a la inversa.