Festival Flamenco Caja Madrid 2011 – Carmen Linares Oasis abierto. Miguel Hernández flamenco

Texto: Pablo San Nicasio Ramos
Fotos: Rafael Manjavacas

Aliño con cebolla y aceite

FESTIVAL FLAMENCO CAJA MADRID 2011

CARMEN LINARES
«Oasis Abierto. Miguel Hernández Flamenco»

Jueves, 10 de febrero 2011 – Teatro Circo Price – Madrid

Carmen Linares: cante. Salvador Gutiérrez y Eduardo Pacheco: guitarras. Tino di Geraldo: percusión. Ana María González, Rosario Amador y Carmen Amaya: Coros y palmas. Tomasito: cante y baile. Pablo Suárez: piano.

 

Uno de los trabajos flamencos más tempraneros de 2011, apenas un mes de vida desde su estreno en Alicante, fue alumbrado al calor de los actos que recordaban que, hace algo más de cien años, vino a este mundo Miguel Hernández. Proyecto encabezado por Carmen Linares, artista que de nuevo volvía a ponerse en la piel de un poeta y para quien por el momento no hay tregua posible, así pasen los años y su garganta hiera cada vez más los aires que respira.

Espectáculo que la cantaora jiennense presentó a los capitalinos en una edición del “Caja Madrid” donde se homenajea a otro poeta jondo, su amigo Morente, y donde sobre el papel vanguardia escénica y flamenco se darían la mano.

De lo primero poco, más bien. Presentación y puesta en escena con fondo poético e imaginería fotográfica hernandiana que complementaban a la música y recordaron siempre el motivo central del proyecto. Algo que se hacía necesario y que cumplió su cometido, sin más.

De lo segundo, el flamenco de calidad, más y mejor, pero aún así en relativamente reducidas dosis.

Y no porque no hubiera talento sobre las tablas. La maestra de Linares trajo consigo un grupo escogido y selecto para preparar esta y cualquier otra estampa flamenca, aunque en este caso el resultado en lo musical fuese algo irregular.

Sobre todo porque se notaron con demasiada claridad los momentos de empaste, de fuerza y de jondura, frente a las obviedades y guiños a la galería, que de todo hubo. Espectáculo que, en general, va a más pero por “picos” a veces inmensamente abruptos. Un oasis que da agua y se sostiene básicamente por la maestría de la protagonista y lo justo y emotivo de la causa.

Abrieron las soberbias percusiones del mejor de su generación, Tino di Geraldo, mientras se daba paso, entre versos sueltos del de Orihuela, al grupo de la noche. Cuplé por bulerías donde Tomasito, convenientemente jaleado, recitará y hasta hiphopeará material poético, siempre escogido, de Miguel Hernández.

Ya con Carmen Linares en la arena,  comienza el recorrido con “Andaluces de Jaén”, poema que, por peteneras y en pie, marca una primera y definitiva diferencia en la noche.

Por un lado Carmen y por el otro los demás. Ella consigue ser el centro y la que tire de un carro donde se notan demasiado sus ausencias. Ella y sólo ella, con la inestimable ayuda del profundo piano de Pablo Suárez y algunos momentos de las guitarras, colorea lo mejor de la noche. Era lo que esperábamos, pero no tan…así.

Si bien por soleá por bulerías y soleá no se consiguió calentar al público, que anoche llenó y arropó a Carmen como se merece; ya en la siguiriya y la cabal, uno de sus fuertes, la cosa comenzó a engranar.

Hasta entonces por lo menos habíamos agradecido esa habitual y flamenquísima pelea de Carmen con los cantes. Eran ella, sus retos y su garganta. Aderezado con interludios más que anodinos en los que tomaban parte Tomasito y compañía en plan fiesta final por bulerías. Fórmula reiterada que sólo estuvo a la altura en la última intervención del grupo, que además era en la que más se explotaba la vena dramática del jerezano, porque la tiene.

Todo subió definitivamente a partir de “La Casilda del Sediento”. Mano a mano con el piano, dará mucho que hablar Pablo Suárez, es el tema eje que hasta da nombre a todo el montaje. Pieza donde el folclore y el falsete aflamencado de Carmen Linares (siempre se nos hará raro oírla con esa voz) se cogen de la mano y donde la emoción, lo que iba faltando hasta ahora, no se escapará más. Importantísima la malagueña “El Niño Yuntero” y para el recuerdo su meditada y sobrecogedora evocación en la despedida “No puedo olvidar”.

Sin dar pie necesariamente a la lágrima fácil, había cebollas sí, pero también aceites olivareros, y con la solemnidad merecida, se despide a Miguel Hernández y su inconmensurable poesía, recordando una tragedia que dos bandos de vecinos vivieron no hace mucho.

Otro drama zarandeó al flamenco hace dos meses y la amiga del otro poeta, Morente, se encargó de evocarlo repitiendo como bis esa obra poderosa que ya era “Casilda del Sediento”.

Quizá ese falsete transgresor fue lo más impactante de una noche donde Linares, y solo Linares, llevó la voz cantante camino de Orihuela.

 


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