La segunda jornada de esta edición del Festival
Flamenco de Nimes ofreció la primera conferencia de
la agenda cultural con Jean-François Carcelen, “Los
territorios del flamenco: itinerario de un arte nómada”.
Y por la tarde, otro recital compartido de artistas franceses
en la primera parte, y españoles en la segunda.
Y otra vez es el contingente francés que representa
la vanguardia, frente al conservacionismo del grupo español
– los flamencos franceses se miran en su propio espejo.
El cantaor marsellés, Juan Gómez, “Juan
de la Alpujarra”, de 32 años, vino acompañado
de otro marsellés a la guitarra, François Santiago
“Frasco” y el percusionista Kadu. Justamente cuando
el sólo de cajón está a punto de incordiar,
aparece el cantaor que se lanza por tonás. Su forma
de dibujar las melodías está claramente inspirada
en la escuela de Camarón, sin que se pueda decir que
es camaronero, porque tiene giros absolutamente originales.
Quizás excesivamente originales. Se entretiene en notas
ajenas a la escala, que lejos de ser un detalle que sólo
puede interesar a los músicos, despista el oído
de todo oyente. Pero no es un cantaor que carece de interés,
y de hecho, es un artista carismático al que quieres
permitir unos defectos de forma.
Foto: Rafael Manjavacas
En unos cantes mineros empiezas a tomar nota del guitarrista.
Frasco Santiago toca con una técnica avanzada, sensibilidad
y conocimientos aunque a ratos se deja llevar por el efectismo.
Interpreta un solo al compás de soleá por bulería
que mantiene el interés a pesar de ser excesivamente
largo. Soleá nuevamente con el cantaor que sigue realizando
curiosos viajes por la escala aunque los estilos clásicos
de Torre, Alcalá o Frijones se dejan identificar, y
la actuación es rematada por bulerías.
Línea directa a la colectiva
carne de gallina
Después del descanso, directamente a las cuevas del
Albaycín granadino con el baile temperamental de la
joven Fuensanta “La Moneta”. Es de estas bailaoras
que le puedes sacar faltas si quieres: la adrenalina fluye
al máximo en cada instante conduciendo a algunos movimientos
bruscos, o un exceso de «escaparate», el deseo de
venderse. No obstante posee una chispa especial que hace que
no quieras apartar la vista. Nadie queda indiferente ante
el baile de La Moneta.
Empieza por alegrías a la vieja usanza en bata de
cola blanca recreando sabrosas estampas de Carmen Amaya. Parece
que ha acaparado todo el temperamento que tanto falta en tantas
bailaoras actuales. Algunos dirán que le falta colocación.
Puede ser, pero su poder comunicativo hace que quieras perdonarle
todo y darle las gracias por habernos devuelto a un tiempo
cuando el flamenco era menos cerebral, más instintivo.
La respuesta del público es palpable, que más
quisieran muchas figuras mayores alcanzar esa línea
directa a la colectiva carne de gallina.
Para la que escribe, aquel primer baile es el mejor logrado
y más sincero de los tres que realiza la artista. Sigue
un instrumental de guitarra que conduce sin costura a la farruca
donde la bailaora luce pantalón y traje corto, recordando
aún más a la mítica Amaya. Soleá
a palo seco del excelente trío de voces, Enrique Extremeño,
Miguel Lavis y José Valencia se merece un caluroso
aplauso indicando que hay afición al cante.
El tercer baile de peso es siguiriya con tonás y cabales.
La Moneta sale en un sencillo vestido rojo, sin mangas ni
bata de cola y emociona al público una y otra vez con
sus pellizcos y flamenquería. Un intimo fin de fiesta
con el simpático baile del Extremeño y José
Valencia redondea y remata la actuación.