FESTIVAL DE NIMES 2008
José Antonio Rodríguez Cuarteto
FESTIVAL DE NIMES 2008
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DULCE DOLOR Guitarra: José Antonio Rodríquez. Segunda Guitarra: Francisco Gallardo. Cante. Rafael de Utrera. Percusión: Agustín Diassera. Córdoba la llana. Córdoba con su Mezquita, su Julio Romero de Torres que pintaba esas giocondas españolas, Córdoba aceitunera, salmorejo y Montilla Moriles cual fino de Jerez… Los tópicos abundan, pero en cuanto al flamenco actual se refiere, Córdoba es tierra de guitarristas; a vuelapluma, desde Paco Peña, Vicente Amigo (por adopción) o Juan Serrano, hasta el Merengue de Córdoba o Manuel Silveria, la tradición sigue en pie. Y de Córdoba es este joven maestro, sensible virtuoso e inspirado compositor, José Antonio Rodríguez.
El que ganara el Concurso de La Unión con sólo 17 años, acompañara a Paco de Lucía, Fosforito o Mario Maya y colaborara con figuras de otros géneros musicales, como George Benson, Al Di Meola o Piazzola, ha venido a la bella ciudad de Nimes para ofrecer su recital en formato de cuarteto. A diferencia de otros grupos similares donde la guitarra parece acompañar a una serie de instrumentos, Rodríguez mantiene el protagonismo absoluto de su instrumento. Pinceladas de cante de Rafael de Utrera, una discreta segunda guitarra y una respetuosa percusión han arropado este interesante recital en el acogedor teatro café cantante nimense. Y es que José Antonio Rodríguez es de la nueva generación de guitarristas, a los que no les gusta que les llamemos “tocaores”. Más que flamencos, son músicos, a la vez que todo lo que hacen obedece a una estética flamenca como se entiende hoy en día; son hijos espirituales de Paco de Lucía. Inteligencia y buen gusto aconsejan todo lo que hace José Antonio. Alejándonos del flamenco convencional y demostrando que ciertas fatiguitas son universales Abre con una composición en compás ternario que aspira a bulería lenta, salpicada de frases libres y líricas que contrastan con el pulso flamenco de la bulería, con las palmas de Rafael de Utrera y la percusión de Agustín Diassera. José Antonio se queda solo para una hermosa pieza que huele a rondeña, siempre promocionando su particular perspectiva sin perder de vista el sentir dulce amargo de la forma. En todas las piezas, el guitarrista nos entrega un fraseo exquisitamente trabajado y masticado para sacar máximo provecho de unas vibraciones de cuerda tensada sobre caja de madera. Una soleá fantasiosa con acordes contemporáneos nos aleja del ambiente histórico de este palo a la vez que demuestra que ciertas fatiguitas son universales. Un hermoso y original tanguillo (o zapateado, como no hay cante, puede ser cualquiera de los dos) es secundado por el guitarrista de apoyo, Francisco Gallardo, con armonías cuidadosamente montadas, e interludios en escala menor. Entre pieza y pieza, José Antonio comenta la dificultad de afinar la guitarra bajo el calor de los focos. Unas frases de percusión nos ubican para el compás multiuso de soleá por bulería, ni tan urgente como la bulería, ni tan sereno como la soleá, aprovechado por Rafael de Utrera para interpretar una canción. Esta música no tiene el empaque del flamenco convencional, ni hay intención de que lo tenga. Hay ánimo de despegar, de dejar atrás las realidades terrenales que el flamenco evoca con tanta contundencia para entrar en un mundo dulce y etéreo donde las penas son recordadas con nostalgia. Rodríguez, siempre el perfeccionista cerebral, lubrica los dedos de la mano derecha e interpreta una taranta estilizada y lírica, acompañando a un cante de Rafael de Utrera antes de terminar por bulerías. Sigue otra pieza más jazzística, y el músico se despide por bulerías con cante corto de Rafael para devolvernos a Tierra, hermoso contraste a todo lo anterior. De hecho, los cantaores de Utrera siempre han sabido mezclar fragmentos de canción con cante corto para dar dimensión al palo que más dramáticamente evoluciona día a día. El público en pie exige bis que toma la forma de un tango/rumba de mucha musicalidad donde Rafael de Utrera recuerda a Las Grecas. Otras reseñas: |