Aunque la organización del venerable Festival
de Nimes no tenga por costumbre colocar el típico número
romano delante del nombre del festival, con esta edición
son diecisiete años desde aquella primera «Nuit
du Flamenco» en 1991. Pero mucho antes de que comenzara
la aventura, había una arraigada población de
españoles emigrantes, y de forma esporádica
tuvieron lugar destacados recitales, incluyendo el de Paco
de Lucía en 1970 o de Vicente Amigo en 1989 cuando
apenas tenía nombre fuera de España. Desde aquellos
comienzos, pocas figuras del flamenco han dejado de pisar
los escenarios de esta hermosa ciudad.
El
reloj flamenco del festival de Nimes empieza a tener cuerda
firme a partir del 1991 cuando es inaugurado como concurso
de guitarra con una gran gala protagonizada por Manolo Sanlúcar,
y al año siguiente canta Camarón de la Isla
con Tomatito en la penúltima actuación de aquél.
El evento crece y se transforma, por el camino se suprime
el concurso y se amplía el programa de actuaciones
y las actividades culturales. Ahora, en el 2007, es la mayor
ventana al mundo flamenco desde el balcón galo con
clara repercusión a nivel internacional. Y ese éxito
ha contribuido a que toda una generación de artistas
franceses, no sólo guitarristas, sino también
bailaores y cantaores, consideren el flamenco cosa suya, sin
que deje de ser un arte netamente español, de la misma
manera que relacionamos la ópera clásica con
Italia, a la vez que aceptamos y admiramos a cantantes líricos
de muchos países.
El flamenco pertenece a aquellos
que lo miman y lo practican
Y es esa perspectiva y el carácter autosuficiente
que distinguen la afición francesa de la de otros países.
Después del «bonsoir mesdames, messieurs»,
van directamente al «¡vamoallá!», sin
miramientos, y despachan un tipo de flamenco absolutamente
válido y digno, sobresaliente a veces. El primer recital
del programa empezó con un artista francés ejemplar.
Antonio Santiago «el Negro», marsellés con
medio siglo de vida, y casi los mismos años tocando
la guitarra, con raíces en Almería, es conocido
en Francia por sus geniales experimentos con otras músicas,
pero la noche de lunes hizo gala de su buen sentir flamenco.
Su hermano Pepillo al cante, con estilo camaronero pero con
voz propia, delataba vivencias y una cariñosa afición
de muchos años. Su interpretación subraya el
hecho de que Camarón no fue sólo una voz sino
una manera muy especial de tejer las melodías, hilvanando
aquí y allá con notas bemolizadas, o con intervalos
deslizados, la técnica del ‘glisando’ que
anteriormente habíamos escuchado sin querer de las
emisoras cuyas ondas nos llegaban desde el norte de África.
Soleá a paso ligero, con un trato jazzístico
en su justa medida, acordes extendidos empleados con admirable
discreción y gusto, la pauta marcada por Paco de Lucía
cuando El Negro se aficionó a la guitarra flamenca.
El músico lanza breves comentarios en francés
al público, y te haces a la idea de que el flamenco
pertenece a aquellos que lo miman y lo practican. Siguiriyas
también tirando a un ritmo veloz, y Pepillo está
a la altura con estilos bien definidos, incluido el de Juanichi
el Manijero en la versión gaditana fosforera que hoy
predomina. Debla al cajón, y chapó al percusionista
Juanma Cortés por su extrema sensibilidad y su obvio
deseo de arropar sin estorbar. Fandangos de Huelva y de Granada,
y bulerías para terminar, recordando a algunos cuplés
que se han hecho famosos en décadas recientes, como
el clásico «Al alba» de Pepe de Lucía.
El público pide bis, pero los artistas desaparecen
entre estruendosos aplausos.
Un bálsamo que llega a
herir cuando menos te lo esperas.
Después
del descanso, tomamos asiento en el expreso para Santiago
de Jerez, tarea encomendada al veterano Fernando de la Morena,
y la joven guitarra de Diego del Morao. La hermosa voz de
Fernando sorprende y agrada por su falta de efectismo. Lejos
del histrión que caracteriza el prototípico
cantaor jerezano, el decir de Fernando es un bálsamo
que llega a herir cuando menos te lo esperas. Un cante noble
y sincero, empapado de vivencias e inspirado en tiempos y
lugares que ya no existen.
Los cantes de trilla con los que suele empezar, con sus
característicos injertos de «gitana mía»
y «ayes», ganan el corazón colectivo de los
presentes. Taranto, lleno de matices, llevando el modelo que
dejó Torre más allá de lo habitual, y
Diego está en plena forma con esa mezcla de raíces
añejas y contemporaneidad que tan bien domina. A traves
de la música, la pareja nos hace jerezanos honorarios,
y sigue Fernando con sus personalísimos fandangos después
de una disculpa por encontrarse «un poquillo resfriao».
Por siguiriyas saca los «soníos negros»
con absoluta naturalidad, el cante sabe lo que tiene que hacer,
y el buen cantaor hace de intermediario espiritual. Cantes
por fiesta, especialidad de Fernando sin que sea justo tacharle
de festero, despedida, saludo y bis que no se perdona en este
caso. Porque el «caso» de Fernando de la Morena
es especial, y «Con qué gusto y qué placer»
el cantaor regala al público otro poquito de su delicioso
arte. Tampoco se libra de otro bis, ahora uno de sus divertidos
cuplés en escala menor, ese sonido tan distinto que
nos transporta a otra época y redondea una flamenquísima
velada en esta fría noche francesa.
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