Texto: Silvia Cruz
Fotos: Ana Palma
Rubén Olmo – La tentación de Poe
Alfonso Carpio y José Carpio. Los Carpio «Mijita»
Iván Vargas – Savia nueva
Especial XIX Festival de Jerez – Toda la información
El viernes fue completo en el Festival de Jerez y ofreció formas opuestas de ver el flamenco. El arranque fue a las siete de la mano de dos Carpio: Alfonso y José, que dieron un recital en el Palacio Villavicencio mostrando, a quien no lo supiera, a qué sabe la Plazuela de Jerez. Solvencia, dominio y aje para abrir boca. Y un par de bulerías, primero de Alfonso, después de José, que dejaron al auditorio con ganas de juerga.
Galeria fotográfica – Video Alfonso Carpio – Video José Carpio
La medianoche también fue gitana pero no jerezana. Iván Vargas, directo del Sacromonte, bailó en la Sala Compañía en el ciclo “Savia nueva” con un acompañamiento de lujo. A saber: Miguel Lavi, David El Galli y Simón Román, que cantaron a un nivel y tanto rato que casi eclipsan al protagonista. Mención aparte merece el violín de David Moreira, que toca el instrumento con gusto exquisito y le suena flamenquísimo. Iván brilló en la farruca, marca de la casa de la que procede, que para mas brillo le coreografió Manolete. Galeria fotográfica – Video
Olmo versus Poe
El espectáculo del Teatro Villamarta estuvo en el extremo contrario de los shows anteriores. Rubén Olmo presentaba en Jerez “La tentación de Poe”, donde da cuenta de los últimos días del escritor estadounidense. En un alarde de virtuosismo dancístico, Rubén hizo un trabajo excepcional con el cuerpo y con la mente. Virginia, la esposa del poeta, apareció encarnada en el cuerpo de Sara Vázquez, que resultó deliciosa al interpretar a una hembra más fantasmal que corpórea.
Excepcional fue la música, toda en directo, siguiendo el ritmo frenético y terrible de Rubén. La percusión de Agustín Diassera, impecable y pertinente, estuvo presente en todo el show, ya fuera acompañando el pasar de las horas, la llegada del cuervo o a la magnífica corte de espectros de ciudad que atosigan a Poe, lo enfrentan con sus miedos y lo llevan hasta la muerte. El cello de Sancho Almendral y el violín de Bruno Axel sonaron acompasados, precisos y adecuados a la historia narrada en un ejercicio de toque para atrás impecable en ambos casos.
La puesta en escena fue sobria, casi gélida. Pero para darle calor, ya estaba Rubén, con su hueso y su piel, en estado de gracia. Cantó Juan José Amador y ese fue el momento más flamenco de la propuesta. Rubén bailó, flamenco y no flamenco, con pasión y dramatismo y fue capaz de transmitir la angustia del genio creador ante su obra, ante la muerte de su amor, ante el alcohol, ante el delirio. Sufrió de verdad y consiguió centrar la atención de un público en su historia. Un público que lo premió con un aplauso cerrado.
La obra fue de categoría, con un gran nivel interpretativo y conceptual. Sólo le faltó algo que a Poe se le daba también muy bien: un poco de humor. Toda la obra fue un temblor constante, un viaje a los infiernos apenas sin tregua. Y entre tanta locura, enfermedad, adicción y angustia chocaba tanto tono neutro en el escenario. Es posible que además de humor también faltara algo de sangre, ese elemento al que Poe recurre tanto en sus textos. No es descartable que Rubén recurriera conscientemente a esa pulcritud para reforzar el ejercicio de estilización que hace en la obra, no sólo con la historia y los conceptos, sino también con el flamenco. Un ejercicio que pareció querer demostrar que con tino y con criterio se le puede dar vida a una historia, a un concepto o al flamenco solamente con rozarlos.