ANDRÉS MARÍN, ‘EL ALBA DEL ÚLTIMO DÍA’ |
Fotos: Ana Palma Un excelente menú de actuaciones para el jueves en el Festival de Jerez 2008. Dos interesantes ofertas de baile, y el carismático cantaor Capullo de Jerez, ídolo de jerezanos y forasteros. Marco Vargas, Chloé Brûle Texto: Estela Zatania La Sala la Compañía, iglesia remodelada para teatro, no es el sitio idóneo para presentaciones de danza, mucho menos una obra concebida para el aire libre. El trabajo original de Marco Vargas y Chloé Brûle, “Cuando uno quiere y el otro no” ha sido sensiblemente modificado para su presentación en lugar cerrado, ganando en coherencia lo que ha perdido en vitalidad desde que lo vimos en los dólmenes de Antequera el pasado verano. No obstante sigue siendo un trabajo bien concebido, bello y entretenido. Sólo tres personas intervienen en la obra, dos de ellas, la pareja protagonista, prácticamente no abandonan el escenario en ningún momento, ni dejan espacios para aplausos hasta que todo haya terminado. La ausencia de “números” propiamente dicho contribuye a la magia. “Cuando uno quiere y el otro no” refleja la frágil dinámica de las relaciones en pareja, el eterno ciclo del amor y desamor, mediante una mezcla acertada de baile flamenco y danza contemporánea. Los jóvenes protagonistas son buenos profesionales con una sólida formación, pero su mutua compenetración artística es el catalizador que hace que todo funcione. Juan José Amador en el cante, siempre sin guitarra, hace un trabajo admirable en un papel que pocos cantaores sabrían o podrían manejar. Andrés Marín Entrar en el teatro y tomar asiento para “El alba del último día”, es meterte en un ambiente hermético donde el tiempo tiene otra dimensión, o a lo mejor, camina hacia atrás; difícil orientarse en este mundo que nace de la fértil imaginación de Andrés Marín. El complicado libreto sobre la época del café cantante no enriquece la experiencia, así que dejémoslo a un lado porque esta obra perfecta, como todo arte de altura, habla por sí mismo. Una estética posmoderna filtrada por la visión nítida de Marín, da lugar a un mundo surrealista donde el flamenco clásico es la fuerza motriz. El baile de Andrés es difícil de describir. Se ha creado una imagen singular: el pantalón de pitillo, pelo corto peinado hacia atrás, rostro plácido. Emplea movimientos casi robóticos y un sentido del humor no está ausente. Su baile es el perfecto equilibrio de precisión sin frialdad, flamencura sin cutrez y evolución constructiva. Sus movimientos sorprenden y fascinan, y el buen cante siempre está presente con dos voces excepcionales, las de Segundo Falcón y José Valencia, que facilitan una mini antología que incluye trilla y martinete, soleá de Triana, caña, una bella malagueña mano a mano, tercio por tercio, cante abandolao, cartagenera y levantica, tangos de Triana… La siguiriya bailada sobre una tarima es la perfecta suma de elementos, y una joya de jondura. Destacable, la sutil percusión de Antonio Coronel, la guitarra de Salvador Gutiérrez, la iluminación de Francis Mannaert y el trabajo audiovisual de Yván Schreck…es decir, ningún elemento flojo. En esta ocasión, gracias a la inteligencia, buen gusto y capacidad de Andrés Marín, el experimentalismo ha dado resultado. Capullo de Jerez Texto: Manuel Moraga No sé si sería por estar en su tierra, pero Capullo cantó en general algo más sentido que en otras ocasiones recientes. Ya lo fue haciendo así desde el principio, planteando la soleá por bulerías más parada que otras veces. Quiso después atemperar la voz con una tanda de fandangos, pero le salieron pelín gritones. Y no por gritar se lleva más razón… A continuación se buscó por martinetes y se encontró a gusto. La pena es que, a mi juicio, se equivocó dándoles un tempo demasiado rápido, variación que no aporta nada al estilo, sino que bien al contrario, le resta dimensión. Con sólo un poquito de calma más hubieran quedado más sentados. Y a continuación, dosis de Capullo cien por cien en tangos-rumba y bulerías. Cuando llegan esos momentos, no dejo de sentir un cierto pavor ante la riada de letras y más letras que suele espetar el de Santiago, pero en esta ocasión –y quizá por ese punto de cierta calidez que tenía anoche Capullo- no llegó la sangre al río. Hubo riqueza de formas y un cierto equilibrio. Capullo fue envolviéndonos con su universo rítmico y tuvo momentos brillantes en la rumba y en las bulerías. Supo interpretar y dar sentido a los cantes con ese talento increíblemente matemático que tiene del compás y no permitió que la tensión artística buscara la planicie. Lo mismo metía por bulerías una granaína que una siguiriya. En fin, sello Capullo para cerrar con buen sabor de boca la jornada de jueves.
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