Juan de Dios Ramírez Heredia, primer gitano en el Congreso de los Diputados en la historia de España, salió tarde de su casa el sábado por la tarde. Sus hijos le entretuvieron, las cosas materiales le retrasaron, y cogió un taxi para llegar, aunque fuera tarde, a una cita ineludible: el Festival de Cante Flamenco de La Mina. Pero cuando llegó al Centro Cultural Gitano del barrio, estaba cerrado. Se había equivocado de sitio. Y ahora qué, debió pensar. Pero Juan de Dios es lo suficientemente conocido como para no quedarse perdido en ciertos lares: “Dos gitanos me han visto y me han traído hasta aquí, pero el año que viene vendré con una peluca y un bigote para que no me reconozcáis”, contaba al público al principio del espectáculo.
Le llevaron al Museo de la Historia de la Inmigración de Cataluña, donde el pasado día 6 de julio se celebró la 34ª edición de este festival, nacido y desarrollado con una meta que se mantiene: “Reivindicar el flamenco de barrios como La Mina y San Roque [Badalona], muchas veces ignorado”, contaba Falete Perona, tocaor y presidente del Centro Cultural Gitano de La Mina, organizador del festival. “Estos barrios nuestros”, continuaba desde el escenario Juan de Dios, “que siempre salen en los titulares dando a entender que los gitanos no somos gentes de fiar. ¡Claro que somos gente de fiar!”.
Esta edición se dedicó a un vecino ilustre de La Mina: el cantaor Juan de la Vara, “por ser referente del gitano que nosotros queremos, una buena persona que no pierde su identidad, como una carrera admirable como artista y como persona”, alababa Falete. Un hombre que estuvo en la compañía de Juanito Valderrama, que conoció a Camarón de joven y grabó con Paco de Lucía. Hoy es un habitual en las terrazas de la calle Marte de La Mina, y no perdona la partida en el bar con sus amigos. Con sus más de 90 años a la espalda, y a pesar de estar retirado desde hace 20, agarrado a su bastón (claro), gritó “¡Viva mi barrio!”, y cantó tres letras por fandangos, palo que hizo suyo y le popularizó, para solaz de las 450 personas que llenaban el jardín del museo de Sant Adriá del Besós.
La noche era fresca, y para cuatro días que llueven en el verano de Barcelona, tocó que cayeran unas gotas y el público se fuera levantando. Algunos se fueron, otros se quedaron bajo los árboles asegurando que no se mojaban, los más decididos se fueron hasta el tejadillo del edificio del museo. Falete recorría el recinto de arriba a abajo, hablando con unos y otros, con cara de circunstancia, hasta que media hora después se acercó a los corrillos, y anunciaba: “Que todo el mundo me escuche. Va a dejar de llover en breves y seguiremos, ¿vale?”. “¡Oleeee!”, se le contestaba.
Se retomó la velada con la artillería pesada: el grupo en homenaje a Juan de la Vara formado por la cantaora Carmen Amador, los cantaores José de la Miguela y Luis el Granaíno, el percusionista Paco de Mode, el tocaor Tuto Fernández y el bailaor Costi el Chato, que actuaron por fandangos, por alegrías y por bulerías. Todos, tanto ellos como el resto de artistas de la noche, eran gitanos. Algo no tan habitual en la programación flamenca. “Se hace adrede”, explica Falete, “contra el racismo contra el pueblo gitano dentro del flamenco”.
Hacia las 23.00 le llegó el turno a Vicente Soto Sordera, jerezano de una de las familias que ha escrito “una de las páginas más importantes del flamenco”, explicaba el presentador, Joaquín López Bustamante. El periodista se encargó de transmitir a los presentes la pena que le había dado a La Macanita (quien estaba programada en un principio en lugar de Sordera), tener que cancelar por problemas de salud. “Lo sé de primera mano porque soy su marido”, contaba Joaquín. El público ya se desperdigaba por todo el jardín y la valla que separaba las primeras filas reservadas para las personalidades ya no era tal. Al fondo los niños preguntaban a sus padres: “¿Cuándo sale el Yiyo?”.
Pero Sordera, humilde y alegre como pocos, pronto tuvo la atención del respetable. Comenzó cantando por Cádiz, siguió por “bulerías pa escuchar”, y ya había arrancado algún ‘ole’ del exigente público cuando contó que de joven le llevaron al bar Morapio de Triana, y vio al mismísimo Titi cantar sus tangos. Y empezó la letra tan popular: “Ya vienen bajando por las escaleras…”. Y tras varios tercios por tangos un poco acelerados acabó el cante acercándose a la rumba, quizá homenaje a la tierra que lo acogía. Ya era noche cerrada cuando el jerezano deleitaba con sus ayes por seguiriyas, y acabó por bulerías “de mi tierra, de Jerez”, acompañado por las palmas de los asistentes, no sin antes gritar un “Viva Barcelona, viva La Mina, viva España”, como es habitual en sus recitales.
A las 0.15, Joaquín anunciaba al que está “llamado a ser una estrella mundial”. El silencio se hizo casi total mientras Ricardo, el padre del Yiyo, el Tete y el Chino, se aseguraba de que el escenario estuviera listo y seco. Minutos después empezaron la percusión de Moskito y la guitarra de Eugenio Santiago. Directos y sin rodeos salieron los zapatos del Tete y del Chino, que empezaron con una coreografía con bastones para después improvisar, acompañados también del cante de Carmen Amador y Joaquín El Duende.
Y le tocó el turno al mayor. Era lo más esperado de la noche, y se notaba que era consciente. El Yiyo vestía chaqueta roja brillante y en el gesto de la cara expresaba que sabe lo que es capaz hacer. “¡Caballo! ¡Viva San Roque!”, le gritó José de la Miguela. El bailaor mostraba una seguridad en su presencia que no era tal los momentos previos, cuando le entran los nervios: “En todos lados me pongo muy nervioso y tengo que estar a mi aire, solo, moviéndome, es como cuando el torero sale ante el toro, y me impone cuando el público es entendido de flamenco, pero se había creado una energía muy bonita, hacía mucho que no trabajaba aquí en casa”, contaba tras la actuación.
La lluvia obligó a parar el espectáculo antes de tiempo, suficiente para que los de San Roque dejaran claro que son de lo mejor que ha salido de esta zona. Rama propia de la escuela de los Farruco, los tres hermanos están cortados por el mismo patrón (hasta se echan el pelo para atrás de la misma forma), pero cada uno tiene su pequeño estilo personal: un detalle, un giro, una manera de colocar los brazos que no hacen los otros dos. El Yiyo en ellos se ve en un espejo, como en tres partes. “El Chino me recuerda a mí a esa edad, ese entusiasmo, esas ganas, los rasgos de la cara. Luego veo al Tete y me veo yo un poco más mayor. Este espectáculo me lleva a mi niñez, a mi infancia, por eso lo llamo Jubileo, porque es disfrute, es celebración, es festejo”, explicaba antes de marcharse. “Salgo pitando, tengo el tren a Madrid en unas horas”. No para muchos días seguidos en ningún sitio: “Cansancio físico tengo, claro, pero ganas de bailar no me faltan nunca”. La fiesta acabó como está mandado, por bulerías, alrededor del bar, con cantes liderados por José de la Miguela y su familia, y Falete y su hermano, mientras pedían que no se hicieran ni vídeos ni fotos, que ese ratito era solo para escuchar.
Fotografías Ana Palma
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