Texto: Josep Ache
Fotos: Ana Palma
Marina Heredia cautiva en lo clásico.
Cuando Marina Heredia, toda ella entrega en el cante, abre los brazos en uno de sus gestos más característicos, aparece tal que dispuesta a abarcar todo el flamenco, en su vasta amplitud, y aún a ensancharlo algo más con lo que, sensible y larga, ya le va aportando.
Está por ver hasta qué punto lo conseguirá. Pero tiene mucha carrera por delante, un buen trecho andado y, lo que es más, el empuje y la sabiduría con la que este viernes puso en pie por dos veces consecutivas al público sabadellense. Le cautivó y le convenció.
Marina Heredia, joven y de Granada, no sólo posee una voz redonda y poderosa, muy personal; digna de erigirse como modelo, por flamenca y por capaz de desenvolverse y alargarse en registros estilísticos muy amplios. Ni tampoco es tan sólo elegante, en el cante y en la manera de presentarlo ante el público.
Antes aún, y más importante todavía, exhibió gusto e inteligencia, conocimiento y sensibilidad. Sobre esta base sorprendió y sedujo desde buen principio a ese público local que, aún estando lejos de los escenarios de Madrid o Andalucía donde Marina se ha hecho un nombre, tiene paladar y solera. Por algo Sabadell es lo que es en el flamenco.
Sorprendió al iniciar el recital por alegrías, con mucho aire y mucha vida en el compás. Y conquistó, sin reservas, en la tanda por soleás que enlazó acto seguido, cuando la noche justo empezaba aún. Las abrió con ecos de Tomás Pavón, por Alcalá en el remate. Siguieron dos cuerpos más por soleá apolá, que cerró con la soleá- petenera de Medina.
Como un monumento
En las apolás, figuró la única que grabó Camarón. En la soleá-petenera, toda una reliquia, el legado de Pepe el de la Matrona, que perdura en voces como la de Carmen Linares o Enrique Morente. La tanda adquirió, en efecto, la magnitud de un monumento, delicado sin embargo, enclavado por encima de épocas y momentos. Lo clásico, precisamente.
En la misma línea, prosiguió con malagueña. Aquella de «los peces mueran de pena», cantada en tiempos por Bernardo de los Lobitos, y después, en el Perchel, por María la Faraona. A modo de abandolados, lo que anunció como fandangos del Albaicín y, dicho sea por precisar, fueron el jabegote y el de Frasquito Yerbagüena, en lo más de Granada, cierto es. Desde el público se le pidió por ello una granaina. Y allí, inesperadamente, Marina Heredia pareció algo corta.
Entre la exuberancia
Quizá por contraste con la exuberancia desplegada hasta entonces, o quizá porque no era el momento. Pero la guitarra de Luis Mariano, que en el último disco de Marina Heredia, La voz del agua, la acompaña en los tangos de Granada, alcanzó en la introducción a la granaina los pasajes de mayor brillantez en la noche. No triunfó menos que la cantaora, cabe señalarlo.
A partir de ahí, Marina Heredia cambió de registro. En otra sorpresa, puso a compás de bulería, pausada y solemne no obstante, la canción que Lole y Manuel titularon Nuevo día. Dándole valor, encontró en sus ecos los de Lole Montoya.
Pero se trató sólo de un paréntesis. Volvió, por Levante, a sorprender con cantes antiguos, poco usuales, que en su voz surgieron tan frescos al menos como lo entonces recién cantado. Fueron, en concreto, una minera de corte chaconiano y dos levanticas, más en taranta la primera y en taranto la segunda.
Llevaron el sello del Cojo de Málaga, en la valentía del cante y en el recuerdo de antiguas huelgas mineras al que aludían las letras. Dos fandangos naturales, resolvieron el tránsito hacia los tangos de Granada, que culminaron el recital. De lo mejor de la noche. No en vano, Marina Heredia es ahora la referencia en este estilo.
De los de la Penca y los Chumbos, que ha rescatado del olvido, a los homenajes al maestro Enrique Morente, tan oportunos al caso.
Simplemente antológico. Mucho sabor, mucho compás y mucha entrega. Lo mismo en las bulerías del bis. El público, rendido ante tanto flamenco y tamaña cantaora, se fue levantando en pie una vez tras otra. Y eso que a Marina Heredia todavía le queda mucho por cantar. |