Texto: Rufo
Fotos: Jesús Umbría (Festival Suma Flamenca)
Baile: Juan Manuel Fernández Montoya, «Farruquito»
Cante: Antonio Villar, Manuel Zambullo, Mari Vizarraga – Toque: Román Vicenti, José Gálvez. Percusión: Antonio Romero «El Polito».
Teatros del Canal – Sala Roja – 19 de junio 2016
Farruquito, “o rey” del baile gitano
Ya sabemos según nos han contado los grandes investigadores y la propia transmisión oral que el flamenco es una amalgama de músicas y culturas que surgieron mayoritariamente en Andalucía. Sólo hace falta interpretar las letras históricas para saber que es un arte que nace de la necesidad de expresión de un pueblo, mayoritariamente gitano-andaluz. De hecho siempre he pensado y así lo atestiguan algunos escritos de la época que flamenco y gitano son meros sinónimos. Por ende, el gitano se ha valido de este arte para expresar de alguna manera sus manifestaciones emocionales. La esencia propia del arte flamenco es la no elaboración de un guion prestablecido, pero claro, el baile desde el principio de los tiempos toma influencias de otras disciplinas y exige la guionización de los espectáculos para llevarlos a los grandes escenarios. Pero ¿y si lleváramos la intimidad de una casa gitana a un escenario? La fiesta espontánea sobre las tablas con un espectáculo en el que cada función es distinta a la anterior. Eso es “Improvisao”. Espectáculo con el que Farruquito se presentaba a la Suma Flamenca el pasado domingo en la Sala Roja de los teatros Canal. Con dicho espectáculo el sevillano pretende poner en énfasis la parte más auténtica del baile flamenco, esa en la que nunca sabes lo que puede pasar, esa en la que dependes más de los estados de ánimo que de los propios ensayos. En definitiva, esa que ha mamado desde que estaba en el vientre de su madre Rosario.
Con la sala completamente llena y con un público algo más cálido que el día de la inauguración, dio comienzo la declaración de intenciones del bailaor sevillano. Y digo bien, porque el baile de Juan Manuel Fernández Montoya es hoy en día el súmmum de esta vertiente flamenca. Cada vez que baila certifica su glorioso reinado. Hay una comparativa futbolística que me encanta y viene al pelo para describir el arte de este joven bailaor: hay quien tiene una técnica y unas habilidades sobrenaturales y hay quien mete goles. Farruquito lo tiene todo.
Quizás el gentío enalteció más sus capacidades acrobáticas, dejando en un segundo plano lo que realmente hace que este viejo atrapado en un joven sea el actual rey del baile gitano. Hablo de bailar casi sin moverse, hablo de sus manos fijas en el aire, de la forma de colocarse, de sus hechuras, del saber estar, de transmitir con la mirada y como no de recogerse con esa gitanería que todo el mundo trata de imitar. Es lógico, a los genios se les busca. La escuela la creó su abuelo, el bailaor de los bailaores, pero él ha sabido reinventarla y crear su propio lenguaje a partir de esa base. Es asombroso ver también la influencia de la escuela que dejó Pilar López y que Farruquito de alguna manera ha mamado del gran Farruco. No todo iba a ser gitano en su formación.
Podría desenmarañar el espectáculo, pero creo que es mejor quedarse con el todo. Todo lo hizo bien, desde las tonás y seguriyas hasta la bulería final pasando por las cantiñas. Pero sin duda fue en la soleá donde dictó sentencia, elevando a los altares su baile a través del cante rancio de Enrique El Mellizo o El Chozas de Jerez en las viscerales voces de Manuel Zambullo y Antonio Villar. Mari Vizárraga fue otra de las grandes triunfadoras de la noche, su cante y su expresividad calaron hondo entre el público. Y qué decir de sus guitarras, Román Vicenti –la música de Farruquito- y José Gálvez, que aporta ese aroma inconfundible de Jerez. A los mandos de la percusión estuvo su primo, el también bailaor Polito, que dejó patente sus cualidades en el fin de fiesta. Por cierto, ¡qué difícil es bailar como bailó José Gálvez! Recogidito y torero, como el mismísimo Diego de la Margara. Y así, con La Mari cantando por la Paquera y Farruquito y Polito bailando a dúo cayó el telón del teatro para visar la hegemonía del rey.