Texto: Sara Arguijo
Fotos: Oscar Romero / La Bienal
Bailaores: Juan Manuel Fernández Montoya «Farruquito», Juan Antonio Fernández Montoya «Barullo», Antonio Moreno «El Polito», Gema Moneo y Marina Valiente Guitarras: Román Vicenti y Raúl Vicenti Cantaores: Antonio Villar, Pepe de Pura, Encarna Anillo y Mary Vizárraga Percusión: Paco Vega Chelo: Barnabas Hangonyi Dirección: El Torombo y Farruquito La Bienal Teatro de la Maestranza – 25 de septiembre
Farruquito: árboles que no dejan ver el bosque
“Ahora con mi hijo me he dado cuenta, aún más, de las enseñanzas tan importantes que me ha dejado mi padre en lo personal y en lo profesional. Por eso, esto va para él”. Con estas palabras a pie de escenario explicaba Farruquito el espectáculo en forma de homenaje que estrenaba este domingo en la Bienal. ‘Baile moreno’ es, por tanto, la narración de una historia personal y familiar: la del cantaor Juan el Moreno, su filosofía de vida, su forma de ver el flamenco y su historia de amor con la Farruca.
Desde esta óptica, la sentimental, Farruquito planteaba la propuesta -dirigida por él mismo en lo artístico y en lo musical- como un cuento en que cada escena se correspondía a una situación concreta de lo que fue y vivió su padre (su pasión por la naturaleza y los caballos, el encuentro con su madre, la boda, su propio nacimiento, la muerte…) con la Nana Morena que a él le cantaba como hilo conductor.
Pero a pesar de los oles que el bailaor desata sin ni siquiera moverse, de sus intenciones y de su indiscutible papel como bailaor único e imprescindible, lo cierto es que ‘Baile moreno’ es una representación fallida, repleta de obviedades teatrales y tópicos (cuna, peleas de bastones, roneo a la luz de la candela, velas…), donde las circunstancias apenas dejaron espacio para emocionarnos con el baile electrizante de Farruquito. Los árboles que no dejan ver el bosque.
No vamos a hablar ya los problemas de iluminación o de la dramaturgia es que, además, tuvimos la sensación que la obra no supone en nada un avance en la carrera profesional de este artista. Es evidente que no va a dejar de ser quién es ni de encandilar con su magnetismo y su enorme capacidad para transmitir emociones pero por Farruquito que se sea –o mejor, precisamente porque lo es- no puede ni debe acudir al recurso fácil y quedarse estancado en una idea que podría haber desarrollado igual hace una década. Menos aún, cuando esto es el Teatro de la Maestranza y la Bienal de Sevilla.
Por supuesto hubo momentos de destellos de su arte, sobre todo por tangos y por alegrías y en la soleá que sabe parar como nadie. Pero, repetimos, esta vez su papel como director de escena no le dejó brillar como se esperaba quedándose sin tiempo para desarrollar plenamente su baile, relajarse y extenderse hasta donde nos tiene acostumbrados. Está claro que lo disfrutaremos muchas veces más porque para eso nos basta la expresividad de sus ojos, la teatralidad de su cuerpo y el relato de sus pies. Pero soñemos con que además sorprenda con sus creaciones.