Sevilla, 8 de noviembre 2003 Teatro de la Maestranza.
Sevilla
Baile: Juan Manuel Fernández, 'Farruquito'
Antonio Fernandez ‘Farruco’; Pilar Montoya ‘La
Faraona’; Juan Montoya ‘Barullo’; Antonio
Moreno ‘Polito’; Adela Campallo, La Hachara Cante: La Tana, maría Vizárraga,
José Valencia, El Canastero, Antonio Zúñiga Toque: Román Vicenti, El Perla Artista invitado: Manuel Molina
Nunca había visto algo
semejante.
Juan Manuel Fernández Montoya, Farruquito.
Sólo con nombrarlo me entran escalofríos. Y
es que aún me duelen las carnes de sentir cómo
se clavaban sus tacones en mi alma, aún perdura la
calima de sus ojos, el fuego de sus brazos, su porte y la
elegancia en el baile.
En
el programa: “Dedicado in memoriam a Manuel Soler.
Alma vieja es una experiencia tradicional de la Familia Farruco.
Con este espectáculo Farruquito ofrece un tributo a
sus ancestros, a los cantes antiguos, al baile más
puro, a lo que se ha vivido y a lo que perdurará. Con
el mayor de los respetos Farruquito brinda a su madre La Farruca
el baile que lleva su nombre, desafía con una soleá
interpretada por tres generaciones y jalea a la vida con tangos,
bulerías y fandangos. Alegría y martirio, vida
y sueños, pasado y presente en un espectáculo
sentido y profundo que rinde homenaje al gen más puro
del flamenco. En esta ocasión, un narrador de excepción,
Manuel Molina, ilustra la historia”.
Manuel Molina pisa las tablas y con su voz sufrida y penetrante,
tocando su guitarra, relata: “Nació de La
Farruca y de Juan el Moreno, y aprendió a ser un hombre
junto a su abuelo”. El drama se respira cuando
se llena de negro la escena. Farruquito recoge el aire y se
lo mete en el bolsillo. Nos enseña el dulce y sale,
por fandangos bailan también Farruco, La Faraona, Barullo,
Polito, Adela Campallo y La Hacahara. Van desfilando por el
teatro dentro de un montaje coreográfico coherente,
rítmico y bien diseñado. Termina este primer
baile con el jaleo que ofrecen los acompañantes a la
figura de la noche, que desde una esquina del escenario, arroja
sus manos hacia el grupo.
Farruquito recoge
el aire y se lo mete en el bolsillo.
La Faraona muestra en las Bulerías de la Gorda un
baile alejado de la academia moderna, mamado en la calle y
en las reuniones, ese baile espontáneo que tanto gusta
y nutre. Un baile del que sin duda también ha bebido
y bebe el joven Farruquito, que rebosa naturalidad, jondura
y gitanería por los cuatro costaos.
Román Vicenti a la guitarra acompaña a la
Farruca de Farruquito; de rojo sangre. Farruca mía
por título, mas suya no es sólo que ya también
de aquellos que nos ahogaba la angustia gustosa con la que
bien pudimos hipnotizarnos y en la que la yacimos unos minutos
anhelando una caricia más a la espera de que no acabara.
José Valencia merece también el aplauso a su
Farruca: su cante enraigao levantó también la
pasión con la que disfrutamos el momento. Farruca suya,
de Farruquito, de Román Vicenti, de José Valencia,
Farruca mía de mi corazón: ¡Cuánto
tiempo va a castigarme tu placer en mis entrañas!
En la soleá, tres décadas se dan la mano y
llevan por buen camino el legado de su abuelo Farruco. Entran
y salen del escenario para dejar su impronta, para estampar
su sello y demostrar cuánto arte ha dejado el maestro
a su paso. Farruquito, Farruco y Barullo. De verdad que no
se puede aguantar, se inundaba de flamenquería el Maestranza
y un martillito da golpes de gracia al unísono del
latir de los corazones perplejos ante tan admirable elenco
de artistas.
Farruco
Manuel Molina
Tras el descanso, alegría del figura, Adela Campallo
y La Hachara. Pisa Juan sobre los pétalos de rosas
con los que lo bañaron las bailaoras, que supieron
mover con soltura sus blancas batas de cola. Farruquito arropa
con su chaqueta a un cantaor y lo saca al centro de las tablas
para que le cante. Él le correspondió con lo
que mejor sabe hacer.
Gestos humildes
y respetuosos, con mucho cariño.
Sencillamente precioso.
Después un taranto del Farruco y La Faraona, que aparece
con un cántaro de agua del que da de beber al muchacho,
al que luego le canta. Una silla con una chaqueta, la figura
del bailaor que se aprieta las botas y se abrocha después
la prenda con los botones dorados. Farruco bailó con
clase y genio, aprovechando el protagonismo y la oportunidad
que le da Farruquito, que no ha optado por un espectáculo
centrado en él mismo, sino que lo diseña pensando
en sus raíces y en las semillas, en los cantaores y
en las guitarras, entre los que se paseó durante toda
la noche dirigiéndose explícitamente a ellos
con sus pasos, tocándolos, como agradeciéndoles
sus voces y su toque, devolviéndoles la inspiración
de la que se sirve para bailar. Gestos humildes y respetuosos,
con mucho cariño. Sencillamente precioso.
La
seguiriya despuntó. Farruquito borda con su taconeo
en la historia y revisa su genealogía en un acto de
instrospección pura, fiel. Desgarrado su baile, los
brazos se estiran y sus piernas se tensan suavizando el peso
de tanto arte. Sus manos se mueven gitanas, el compás
vive en él y él vive en el compás. La
sombra de su abuelo Farruco apareció en el fondo del
escenario. Su viva imagen andando en la sombra junto a la
de su nieto, impulsivo pero sentío, sufridor pero alegre,
bailaor donde los haya. La Familia Farruco demostró
en este palo el amor a sus antepasados. En círculo,
Farruco, Barullo, Polito, Adela Campallo y La Hachara rodearon
a Farruquito consolando el vacío que deja la nostalgia
y el recuerdo del viejo.
Manuel Molina cierra el espectáculo y despide la
noche un fin de fiesta estremecedor, inigualable casi. La
gota que colmó el vaso fue un chiquillo de no más
de tres años bailando por bulerías.
Juan Manuel Fernández
Montoya, Farruquito. El público no le dejó irse,
la extensa ovación fue tremenda. Nunca había
visto algo semejante.