Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Ana Palma
13 de enero 2013 – Teatro Coliseum – Barcelona
Farruquito y Karime o viceversa
Farruquito presentó anoche “Abolengo” en el Teatro Coliseum de Barcelona, un espectáculo coreografiado por Antonio Canales y con Karime Amaya como invitada especial. Dos estirpes de tronío, los Farruco y los Amaya, rompiendo el suelo de Barcelona para reivindicar el flamenco de raíz, algo que consiguieron a ratos y de manera desigual. El inicio fue frío y no se sintió en el escenario la furia que era de esperar de estos dos herederos del baile rotundo. Karime iba de invitada pero fue mucho más. Y Farruquito, a pesar de que es un artista generoso, es una estrella que baila mejor cuando está solo.
El espectáculo empezó con violín, guitarra y percusión, pero se fue tornando más limpio a medida que avanzaba, hasta convertirse en un tablao con tres fenómenos al cante y una guitarra. Y ese fue el instante en el que nació una diosa de nombre Karime, vestida de negro, destrozándose el cuerpo por soleá y dejando clara la enorme diferencia que hay entre lo que uno sabe y lo que puede hacer. En esa tercera parte del espectáculo con escenografía jonda, sin violines, ni percusión, solo con una guitarra y al ritmo de la voz de Encarnita Anillo, Karime se volvió pájaro. Sus piernas, que no necesitan ya ninguna explicación, dejaron ver unos brazos inauditos, casi alas, y demostró sus cualidades físicas y del alma para bailar flamenco. Karime tuvo a ratos golpes de cabeza que yo no le había visto nunca, bonitos, pero no eran suyos. Otros ratos parecía uno de los Farrucos, con los que podría competir en cualquier acrobacia. Pero tampoco eso era suyo. Y de pronto Karime fue Karime, se convirtió en ella misma y enseñó las garras. Sonrió con amargura, se retorció como una serpiente sensual y demostró que sus brazos tienen más poder del que les ha dado otras veces. La cabeza se le agitanó y parecía una deidad de luto que consiguió que el desangelado escenario se convirtiera en cálida cueva. Fue señora de su cuerpo y taconeó como siempre pero mejor, doblando sus tobillos como si fueran de pan.
Farruquito no tuvo su mejor noche. Tuvo momentos poco ágiles, se le veía algo cansado, luego supimos que estaba resfriado. Pero tiene tablas para apaciguar el frío y redujo las acrobacias y se centró en los paseíllos, en mover la cadera de manera zumbona, emulando a su abuelo, a quien los años no le quitaron jamás ese bamboleo inenarrable. Roneó con una silla y con el público, seduciendo a una luna de atrezzo como no sedujo a su compañera. Pero hay algo para lo que no hay escuela: la presencia escénica. Y Juan la tiene, sonríe y la gente aplaude cuando enseña esos dientes que le dio su padre, a quien cada vez se parece más. Esa forma suya de aparecerse, como un espíritu, de levantar una cabeza que siempre está en el sitio correcto, la habrá aprendido este hombre en algún sueño, porque no tiene explicación y no se copia.
Como pareja, se olieron poco, y decir que Karime era una invitada en ese número es muy injusto. Bailó casi todas las piezas y se dio entera. Faltó poesía en los bailes a dos, faltó sensualidad y hubo un exceso de zapateados finales, pero el público lo esperaba como agua de mayo y le fue dado.
Qué suerte tuvimos todo de contar con una Encarnita Anillo que tiene a toda su estirpe metida en las anginas y parece tener mil años de lo bien que canta. Ella, con sus escasos treinta años, se convirtió en matrona, en organizadora, en el cemento qtue dio unidad a los ratos en que el conjunto quedó algo deslavazado. Juan José Amador y Antonio del Villar, uno de voz más ahogada y el otro más ‘desatao’, estuvieron en su punto. Y lo de Bernado Parrilla merecería capítulo aparte: hizo un toque muy concentrado, muy contenido, que rayó en lo delicioso.