Espectáculo: ¡Fandango! Guion y dirección artística: David Coria y David Lagos. Dirección escénica, coreografía y baile: David Coria. Cante: David Lagos. Guitarra: Alfredo Lagos. Baile: Rafael Ramírez, Paula Comitre, Florencia Oz y Maise Márquez. Electrónica y creación sonora: Artomático. Saxo tenor: Juan Jiménez. Lugar: Teatro Central. Ciclo: La Bienal de Flamenco de Sevilla. Fecha: Martes, 22 de septiembre. Aforo: Lleno.
El cuerpo de David Coria es una salvaje fantasía. La voz de David Lagos una estoica promesa. La guitarra de Alfredo Lagos una apasionante aventura. La música de Artomático un enigmático aviso… ¡Fandango! un difícil relato que se sumerge en la España que no se ve.
Así, la obra, una de las más esperadas de la Bienal tras su estreno mundial en enero en el Teatro Chaillot de París, se plantea como un discurso complejo y premeditadamente molesto con el que reflejar hasta qué punto condiciona a una sociedad su pasado, su cultura y su idiosincrasia. Es decir, recordando en el planteamiento y en la estética al teatro social de Salvador Távora y a las más recientes propuestas de Rafael Estévez y Nani Paños (había aquí mucho de ‘La Consagración’), David Coria propone una atmósfera asfixiante y claustrofóbica que le sirve para reflexionar sobre nuestra identidad como país.
En este sentido, se sumerge al espectador en un universo de tonos ocres y grises en el que la música electro-flamenca actúa como polea que estira la cuerda y pone en movimiento a los bailaores. Éstos, técnicamente impolutos, aparecen siempre en alerta, robotizados, sin apenas rozarse ni cruzarse la mirada. Reproduciendo coreografías corales que buscan más la tirantez dramática que la emoción íntima. De ahí lo geométrico de la puesta en escena (que prácticamente gira siempre en torno a un círculo), la dirección del baile (casi siempre diagonal), la suciedad, el ruido o el exceso de narrativa.
Pero, a pesar del incuestionable talento de todo el elenco y del soberbio -y generoso- trabajo creativo de David Coria (¡da gusto ver el control que tiene sobre su cuerpo y la riqueza y la belleza de sus movimientos!), la obra resulta engorrosa, no por lo compleja sino por lo impenetrable. Y porque en muchos momentos lo musical se superpone a lo dancístico o directamente camina por otro lado. Sobre todo, para quienes teníamos Hodierno en las entrañas.
En ocasiones, por tanto, el cante de un profundo y exultante Lagos -¡cómo canta este hombre!-, la guitarra desafiante y perspicaz de Alfredo y el alarmante y alentador espacio sonoro de Artomático y Juan Jiménez nos distraía de lo que contaba el baile en primer plano, como si se hubiera guardado entre ambos la distancia de seguridad recomendada.
De hecho, los momentos más magistrales lo encontramos cuando el pulso se vence. Como en el fandango que le baila Coria a los Lagos evidenciando su baile elegante, contundente, prodigioso y flamenquísimo. Especialmente reseñable fueron también las alegrías que interpretó una magnética Paula Comitre (de cuya bata de cola salían las piernas-garras de Maise Márquez) encarnando a una fiera mitológica que se debatía entre la furia y la fragilidad, entre luchar o rendirse. O las marianas que le siguieron donde Alfredo logró levantar los pies de los bailaores con cada una de las provocadoras notas de su sonanta.
En definitiva, una propuesta ambiciosa, interesante e impoluta, a la que le faltó cierto compromiso y concreción. Porque sí, hubo tensión, pero nos faltó roce. Sentimos la vehemencia, pero no la herida. Vimos la descarga, pero no nos quemaron las chispas.