En la nota que llevo al auditorio Baluarte, donde este viernes Eva Yerbabuena traía su última propuesta ‘Re-fracción (desde mis ojos)’, apenas releo hoy escasas ideas sueltas que me sirven para recordar lo que sentimos en la pasada Bienal de Sevilla. Trance por soleá, desatada por tangos, oscuridad, despojada, como bailando sola… Es decir, el feliz abandono de la bailaora con que titulé entonces la crónica y que aquí en el Norte fue también suficiente para que algunos interrumpieran el desconcierto que produce el espectáculo con cautelosos oles que reconocían la maestría de la granadina.
En este sentido, poco se entendió la relación con el coreógrafo Juan Kruz ni sus interrupciones que, si cabe, resultaron en este Flamenco On Fire menos simpáticas que en el estreno. Como tampoco se comprendieron muchas de las metáforas, recursos escénicos o intenciones en los que la artista se deleita, a veces hasta aburrir. Como si sólo ella habitase ese universo propio, íntimo, y se negara a compartirlo con los demás, incluso con los músicos que gran parte de la obra aparecen de espaldas, en un extremo del escenario, ajenos a lo que ella experimenta.
Entonces, a la salida, entre la perplejidad y la perturbación de unos y la satisfacción y agradecimiento de otros por lo que es y lo que representa, escuchamos el “pero ella baila tan bien” que se repite ya como un mantra tras los espectáculos de La Yerbabuena. Confirmando primero que su baile es capaz de suplir las carencias de sus obras y segundo que el público mantiene intactas las ganas de verla, ya sea rematar con furia con esos pies trepidantes como hizo en las seguiriyas o encorvar su cuerpo como quien escarba en el subsuelo. Qué es el arte sino ese impulso que lleva al artista al éxtasis y transmite al espectador un fogonazo de ilusión.
Pues eso, Eva al desnudo en una jornada de atracón granadino en Pamplona que completaron La Plazuela y el bailaor Iván Vargas que, junto a Nazaret Reyes, cerró la noche del tablao en el Tres Reyes.
