LA
VIDA EN SENSACIONES
Texto: Manuel Moraga
Fotos: Rafael Manjavacas Lara
Eva cambia. El arte es proceso y la Yerbabuena baila
desde otro sitio, desde otros rincones interiores. Sus coreografías
dibujan sensaciones inéditas. Es el cambio suave pero
permanente de la creación, sólo que su proceso
no es rupturista, sino organizado, no caótico sino
estructurado en una evolución coherente con su forma
de sentir. “El huso de la memoria” está
concebido como un hilvanado de recuerdos que no son tanto
escenas como sensaciones, es decir, el poso de lo vivido…o
de lo imaginado, que también deja huella.
Son muchas las habilidades de Eva a la hora de componer ideas.
Una de las más importantes –porque afecta a la
personalidad del conjunto de la obra- es posiblemente la virtud
de crear una unidad dramática. La música, la
luz, la escenografía y la estética en general
hacen que las piezas encajen unas con otras por muy diferentes
que sean. Esa atmósfera común empasta todo el
espectáculo, y no es asunto menor porque esos elementos
“invisibles” conectan directamente con el alma
de la obra.
Otra de sus destrezas es su capacidad coreográfica,
su forma de crear danza y de expresar ideas a través
de cuerpos ajenos. Este es, por cierto, un oficio en clara
decadencia, pues la tendencia -impuesta sobre todo por la
lógica del mercado- es producir espectáculos
con tan solo uno o dos bailarines que diseñan sus coreografías
para sí mismos, de tal forma que cada vez son menos
los artistas que evolucionan manejando cuerpos de baile. Eva
Yerbabuena ha tenido buenos maestros en esta disciplina y
se nota, como también se percibe su capacidad para
exprimir las posibilidades de cada uno de sus bailarines y
de, al mismo tiempo, construir con ellos ideas comunes. “El
huso de la memoria” es un buen ejemplo de esa virtud,
trabajando el cuerpo de baile tanto conjuntamente (es muy
hermosa y tiene mucha fuerza la pieza “Galera”,
por ejemplo) como separado (chicos en la farruca, chicas en
la rondeña). Y, desde luego, resulta de una gran belleza
la coreografía con Patrick de Bana (artista invitado),
así como las de las colaboraciones especiales de Aída
Badía (bailando la saeta) y un excepcional Eduardo
Lozano.
Dejo para el final a Eva, porque es capítulo aparte.
La Yerbabuena es artista para paladares exquisitos. Sus recursos
parecen ilimitados. Hay en su baile detalles antológicos,
sutilezas grandiosas que hay que saborear despacio, porque
no son gestos o movimientos vanos, sino sinceros, profundamente
conectados con su ser. Todo esto no es nuevo en la Yerbabuena.
Lo diferente es su evolución. Hoy vemos en su baile
a una Eva mujer, a una Eva que ama diferente, a una Eva madre,
a una Eva, en definitiva, coherente con la búsqueda
desde la etapa vital que atraviesa.
Hay que destacar una vez más la riqueza de registros
de esta bailaora que es capaz de conjugar en cuestión
de segundos un contenido e intenso movimiento de hombro con
el más desinhibido y provocador movimiento de cadera.
Desde lo más refinado a lo más profano hay un
universo de registros en los que Eva transita con un dominio
absoluto.
“El huso de la memoria” es, en definitiva, una
obra continuadora del sello “Yerbabuena”, es decir,
basado en sensaciones. Esa es la dramaturgia que más
interesa a la Yerbabuena porque es en la que encuentra plena
libertad expresiva y campo abonado para sus experimentaciones,
como ese mirabrás con mantón y bata de cola
lleno de luz y de gracia. O esa soleá personalísima
en la que deja patente su flamencura. Sensaciones de una vida
(vivida o imaginada) que impregnaron su alma y a las que Eva
Yerbabuena pone movimiento desde una etapa que le permite
volver la vista con perspectiva y maestría.
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