“Es difícil matar a un hijo” –dice
la Yerbabuena- por eso todas sus criaturas siguen vivas. En
los Veranos de la Villa nos trajo a “Eva”, una
reflexión sobre la atemporalidad del flamenco en la
que la bailaora deja explícito el catecismo de su arte,
búsqueda, disciplina y sinceridad.
Dice Javier Bardem que el noventa por ciento de su trabajo
lo hace en su casa y que el resto se realiza delante de la
cámara. La creación necesita disciplina, esto
es, estudio, trabajo, constancia, inquietud, búsqueda.
Como en los buenos actores, la disciplina de la Yerbabuena
consiste en buscarse para conocerse y esa es una de las tareas
más difíciles del ser humano. Eva es única
en expresarse con cada centímetro de su cuerpo, con
cada articulación y así, cada uno de sus movimientos,
cada una de sus quietudes hablan de ella. Son ella misma.
No puede ser de otra forma, porque Eva es incapaz de mentir.
Nada de lo que hace es falso. Pero su baile no es verdad,
sino sinceridad. La idea de verdad pretende ser universal,
mientras que la sinceridad es una verdad privada, personal,
intransferible. El baile de Eva Yerbabuena sale de sus entrañas.
Es el resultado de la búsqueda de su propia conciencia
artística y personal. Eva es clara.
El genio nunca está conforme que lo que hace. Bien
al contrario, trata siempre de llenar el vacío de la
creación pero nunca termina escuchando el eco de la
piedra que lanza a ese abismo. Así es Eva, inconformista.
La Yerbabuena no baila hacia fuera. Su expresión es
introspectiva y la resultante es un vector centrípeto.
Y además es mujer bailando. No es baile femenino sino
feminidad. No es coquetería, sino espíritu:
ternura, dulzura, maternidad… Cada pose de Eva es símbolo,
idea de mujer.
Estas
son las sensaciones que, después de mucho tiempo sin
haberla visto bailar, me ha transmitido La Yerbabuena en “Eva”,
una obra de homenaje al flamenco. Eva Garrido adora a este
arte en toda su extensión, porque todos sabemos que
el flamenco es finito pero ilimitado: hay muchos flamencos
dentro del flamenco. Enrique Soto, Jeromo Segura, Pepe de
Pura tienen cantes distintos, texturas casi opuestas pero
reconciliadas en torno al baile. Y lo mismo ocurre con los
bailaores y con los estilos que componen “Eva”,
que van desde la granaína (bailada) hasta la guajira,
pasando por la soleá, la siguiriya o las tonás.
La granaína es el coto de libertad que para sí
se guarda Eva. Como en la guitarra o en el cante, la Yerbabuena
hace un baile ad libitum. Eva muere con el cante y siente
y baila hasta el último melisma. Baila el alma del
flamenco.
La soleá no es solemne, sino sincera y Eva baila hasta
a cámara lenta. En la siguiriya la Yerbabuena baila
el silencio. La guajira es un prodigio de composiciones escénicas
y todo, en general, es tradicional, aunque nada parezca igual.
La cita bíblica dice que “la verdad os hará
libres”. La libertad de la Yerbabuena no parece emanada
de la mano divina, sino que deriva del resultado de un intenso
trabajo de búsqueda interior: una exigente disciplina
en busca de su verdad, de su sinceridad. “Eva”
es Eva.
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