No sé si llueve o truena el día de todos los santos
En el flamenco las matemáticas funcionan malamente, dos más dos casi nunca dan cuatro. Sobre el papel un concierto de Estrella Morente con Rafael Riqueni es uno de esos momentos para la historia de los aficionados. Una cantaora excepcional junto a uno de los guitarristas de mayor genio de nuestra historia se juntan con el argumento de interpretar y/o rendir homenaje a La Niña de los Peínes y al tocaor Niño Ricardo.
“Nunca llueve cuando truena” cantaba Estrella y la guitarra de Rafael parecía una parodia. Mi primer impulso ante el desbarajuste es… irme a entonar a otra parte para volver más tarde. Siempre pienso que el público debe tener una actitud positiva y que hay acercarse al flamenco con más amor que espíritu crítico. Uno estaba al borde de las drogas duras (Martirio dixit) cuando Estrella ofreció algunas claves, como que se habían pasado el día con la prueba de sonido y que el montón de papeles y letras que llevaba estudiando los últimos días apenas le estaban sirviendo para nada. Osea de actitud andaban “sobraos”, mismamente para el talento y el arte demostrados durante décadas en las órbitas morentianas. Al rato ofreció una reflexión socrática “No sabemos nada” que completó antes o después con una vía de escape: “Estamos empezando”. Es decir, filosofía mezclada con mecánica cuántica.
Esa es una de las claves del flamenco: prepararse para los conciertos como si fuera un examen y llegar al lugar de los hechos con una convicción: “sólo sé que no sé nada”. Con ese espíritu abordaron una malagueña y le hincaron el diente a unas seguiriyas y así, rebuscando entre lo más jondo de la caverna, fueron encontrando el camino y la luz.
A veces pienso que hay que empezar los conciertos por el final, me temo que es una quimera. No hay manera de sentir los momentos sublimes si te hurtan el camino que hay que seguir para conseguirlos. ¿Dónde se queda el espíritu crítico? Les contaré la mejor lección de filosofía a la que asistí siendo un bachiller adolescente. El profesor estaba preparando una oposiciones así que curraba poco. En el examen preguntó: ¿Cuando es una guerra justa? El primero de la clase recibió un aprobado por los pelos. Era un coleccionista de dieces y protestó airadamente: “Yo he puesto lo que pone en el libro, lo que dice San Agustín sobre las guerras justas”. El profesor fue contundente “esto se llama clase de filosofía y NO HAY GUERRAS JUSTAS”.
En el flamenco pasa algo parecido, repito lo que dijo Estrella: “no sabemos nada”. Los más afortunados coleccionamos sonidos y sensaciones, información y debates y lo mejor que podemos hacer es ir desnudos al arte. Así que Estrella se fue a los camerinos cuando la cosa empezaba a sonar y le dejó el espacio a Rafael Riqueni y su guitarra. No fue tan emocionante como aquellas dos noches en que lloramos en el café Berlín pero sirvió para ver a dios entre los cacharros (santa Teresa de Jesús, de nuevo). Volvió Estrella con traje de noche y una bata de diseño y lentejuela y vimos la luz al final del camino. Estrella se dejó llevar por el arrebato y se fue fuera de los focos. Total que el gesto triunfal se quedó a oscuras. ¡Mecachis!
Llegaron los tangos, salió el refuerzo en las palmas de Angel Gabarre (en el programa además figuraba Antonio Carbonell) y empezó con el “gurugú” y siguió con “a la hora de la muerte” que Enrique Morente grabó con los Chorbos Manzanita y Amador Losada. Fue la conexión definitiva, las menciones al día de las calabazas y de todos los santos y ya todo fue una comunión absoluta, un ir y venir de oles a los artistas y hasta se precipitó el telón antes de que concluyeran el último cante. Ahora no sé si fue un efecto intencionado, el caso es que hubo gente a la que le gustó el detalle. La mayoría había olvidado el sofoco inicial.