Juan Peña “El Lebrijano”. Guitarra: Pedro María Peña. Percusión:
Tete Peña. Coros: Juan Reina, Rosario Amador. Milagros Mengíbar: Cante: Juan Reina,
Manolo Sevilla. Guitarra: Rafael Rodríguez. Paco Cepero: 2ª guitarra: José
Ignacio Franco, Miguel Salado. Cante: Elu de Jerez. Baile:
Irene Carrasco, Juan Antonio Tejero. Percusión: Carlos
Merino. Palmas: Luis y Ali de la Tota.
Texto y fotos: Estela Zatania
Gala final del Festival de Jerez 2005. A última
hora se anuncia que por motivos de salud Bernarda de Utrera
será sustituida por Juan Peña “El Lebrijano”
en un cartel de intérpretes veteranos de cante, baile
y guitarra respectivamente.
La discreta elegancia de la escuela
sevillana
Milagros
Mengíbar abre la velada con petenera. La señora
de Triana que hace treinta años se llevó el
premio “Encarnación López ‘La Argentinita’”
al baile en el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba,
aparece con bata de cola azul turquesa, mantón de Manila
y la cabeza meticulosamente cuidada con moño bajo,
un discreto maquillaje y pendientes de coral. Es la elegancia
formal que caracteriza la escuela sevillana del baile como
la ha definido Matilde Coral para toda una generación.
Además de la apariencia, esta manera de entender el
baile flamenco femenino es discreta y comedida, dependiendo
casi exclusivamente de la exquisitez de movimiento de los
brazos, manos y torso con un mínimo de taconeo y aceleraciones
– la expresión visual más elocuente de
la filosofía “menos es más”, y antítesis
del baile flamenco contemporáneo centrado en el taconeo,
la velocidad y los movimientos ‘de karateka’ como
los describen algunos.
La bata de cola es una herramienta básica para la Mengíbar
que la emplea con la soltura que corresponde. Su cantaor habitual
Juan Reina fue menos acertado con una profusión de
notas bemolizadas poco apropiadas, y tampoco se agradece las
coreografías que incluyen un exceso de caricias físicas
entre bailaora y cantaor, un elemento que poco tiene que ver
con el minimalismo que normalmente caracteriza la escuela
sevillana, y trivializa el baile de esta elegante mujer.
El rey de la época dorada
de los festivales de los setenta
Con
su famoso “trueeeena” abre Juan Peña “El
Lebrijano” su intervención con su sobrino Pedro
María Peña que se está convirtiendo que
un sobresaliente guitarrista de acompañamiento que
salpica su toque tradicional con detalles modernos. El recibimiento
del público es caluroso, especialmente teniendo en
cuenta que la mayoría había acudido esperando
encontrarse con Bernarda de Utrera de la que ninguna mención
se hace a lo largo de la noche. El cantaor es capaz de ofrecer
cante de alta calidad pero optó por un repertorio en
su mayor parte ‘derivado’ que dejó insatisfecho
tanto a los aficionados al cante, como al sector general.
Tampoco su voz colaboró, y sólo en la bulería
final, tan diferente a los aires jerezanos, empleando modulaciones,
trozos de canción y trabalenguas, vislumbramos la grandeza
de un cantaor que era el rey de la época dorada de
los festivales de los setenta.
Vuelve Milagros Mengíbar con bata de cola blanca con
rojo, y medio arbusto de romero en su cabeza. Suena el tirititrán
de alegrías y la bailaora nos da otra lección
en el manejo de la bata. Nuevamente su estilo sentado, silencioso
y eminentemente andaluz dignifica el baile que hemos visto
tan maltratado en algunas obras recientes.
El inconfundible sonido Cepero
Francisco López Cepero, nuestro Paco Cepero, Medalla
de la Bellas Artes en 2004 y gran trabajador de la guitarra
a lo largo de casi medio siglo, se ocupó de la segunda
parte del programa, y en efecto, la clausura del festival.
El maestro presentó su formato habitual de los últimos
años con las segundas guitarras de José Ignacio
Franco y Miguel Salado, y el baile “de adorno”
de Irene Carrasco y Juan Antonio Tejero. También incorporó
la voz de Elu de Jerez para breves trozos de cante que quedaban
algo huérfanos. El largo recital, excesivamente largo
para algunos, se basaba en bulerías, tanguillo, guajiras,
rumba, colombianas, siguiriyas y tangos entre otros temas,
con el inconfundible sonido Cepero, sus elocuentes silencios
y sus falsetas más emblemáticas, estilizadas
y minimalizadas.
Globalmente habría que comentar una deficiente amplificación,
y largos baches entre actuaciones que sembraban la impaciencia
del público. Más preocupante, justamente ahora
cuando los más vanguardistas buscan puntos criticables
en el flamenco clásico y defienden una evolución
agresiva, es el hecho de que tres respetados veteranos, encargados
de clausurar este importante festival, no hayan conectado
más convincentemente con el público a pesar
de haber ofrecido actuaciones dignas. Suya era la tarea de
demostrar que el experimentalismo no se compara favorablemente
con el flamenco de raíz, pero la misión quedó
incumplida.