Texto: Pablo San Nicasio Ramos
Fotos: Rafael Manjavacas
Destellos luminosos… en la lejanía
Los Veranos de la Villa 2010 Enrique de Melchor & Rafael Riqueni
Enrique de Melchor: guitarra. Rafael Riqueni: guitarra. Luismi: segunda guitarra. El Guille: percusiones. Leo Triviño: Cante. Carine Amaya: baile. Juan Parrilla: flauta. Lola y Marta Heredia: coros y palmas Las “Lágrimas de San Lorenzo” son esas estrellas que pasan en un chispazo veraniego. Fugacidades del Universo que iluminan poco y de cuando en cuando, y a las que hay que estar atento, no vaya a ser que nos perdamos un espectáculo que no da muchas oportunidades y huye con nocturnidad. Los Veranos de la Villa, en cuya programación este año ha subido, y mucho, la cantidad de quilates en el escaparate, ofrecía anoche sobre el papel la oportunidad soñada para los astrónomos de la guitarra. Los que esperan y se relamen con detallitos. Porque sobre el real escenario había dos astros de la sonanta. Dos viejos lobos venidos a menos por diferentes causas, pero aún poseedores de los secretos que hacen que este arte tenga esa luz que a veces, algunas, llega incluso a cegar. Todo un detalle valiente anunciar a Rafael Riqueni en un escenario de tanta responsabilidad. Si le habíamos visto “de tapado” al lado de Enrique Morente no hacía mucho, anoche le tocaba ir de artista invitado e ir un paso más allá de la mera presencia acompañante. Para los no muy aficionados, Riqueni ya no tiene nombre, es un tocaor que suena de lejos, en el final de los ochenta. Que sí, quizá apareció allí o allá, pero que no recuerdan bien. Para los guitarristas y aficionados sin embargo, Riqueni es un ángel caído de bruces a un Mundo que no es el suyo. Una sensibilidad venida desde el más allá y uno de los más grandes artistas vivos que tiene el Flamenco. Con él y encabezando cartel, su amigo y protector esa noche, Enrique de Melchor. Bajañí sevillana que sabe lo que es llegar alto, triunfar con todos, tener el respeto hasta de los Dioses de esto y hacerse viejo poco a poco, sabiéndose dueño de una parcelita en la Historia de la Guitarra. Dos estrellas que tenían que brillar a chispazos, nadie exigía más, pero que quizá se quedaron demasiado lejos del éxtasis que buscaba algún ingenuo de los del catalejo. Poquito porque apenas degustamos soledad de la guitarra, en primer lugar. Salvo un amago de rondeña de Enrique al comienzo, con tintes “paqueros”, el resto del recital fue un compendio de compás y coros a grupo donde, eso sí, se vio al hijo de Melchor con más rodaje que en su comparecencia del invierno, con más picados y mejor empaste. Recorrido por los grandes éxitos del sevillano, y el punto central, cenital, de la soleá que coreografió Carine Amaya. Bailaora que levantó de sus asientos al público regalando, junto a la guitarra de su marido Luis Miguel, lo mejor, sin duda, de la noche… estrellada. Descanso y turno para Riqueni, era un poco a lo que íbamos más atentos. Pero apenas dos ideas clásicas con la ayuda de la flauta de Parrilla. Jugueteo por colombiana, fuerza sin acople y allí todos todavía pendientes. Quizá por siguiriya, a dúo con su amigo Enrique, apuntó una falseta con cierto fuste… pero se esfumaba todo… no había carne para agarrar. Y el viento apretó, nos acabó echando a todos a casa. Fin de fiesta algo deslavazado, improvisado, incluso cómico. Definitivamente el frío se adueñó de nosotros y lo que nos llevamos al zurrón fue menos de lo soñado, incluso por los astrónomos con las mejores lupas.
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