Fiesta mayor en el Corral de la Morería para celebrar el último baile de Ángel Rojas que comenzó bailando el silencio ante María Mezcle, Joni Jiménez y Bandolero. Esa coreografía la conocíamos porque nos la había bailado días atrás por la mañana y ahí nos explicó por qué había decidido finiquitar su carrera de bailaor para enfrentar en exclusiva su vida profesional a la coreografía y a la gestión de espectáculos. Se va el intérprete y nos quedamos con todo lo demás que no es poca cosa.
El baile flamenco vive un periodo de fertilidad creativa que puede hacer pensar que vivimos en una edad de oro en la que nuestro baile se pasea por el mundo mundial arrancando oleadas de aplausos arrebatados y ¡oles! en todos los idiomas. Pero esto no es Broadway, el día que los teatros de la Gran Vía luzcan con nuestras grandes estrellas de la danza podremos decir eso de “la edad de oro”; de momento toca picar piedra, olviden las letras de neón parpadeando en su mejores sueños. Nuestro baile vive de la emigración, así que estamos más cerca de la imagen de nuestros mayores acarreando maletas de cartón para la temporada de la vendimia en Francia, que de cualquier otra cosa. Eso sí, en esas maletas hay un montón de talento. Ese es el reto que lleva afrontando Angel Rojas en la última década, por ejemplo, al frente del festival Flamenco Madrid que este año se ha cargado el Ayuntamiento de la ciudad ¡CON EL PRESUPUESTO APROBADO! Que me lo expliquen y me vuelvan a contar lo de que el flamenco es un Bien de Interés Cultural y eso. ¿Lo leen ustedes en las páginas de los periódicos? ¿lo escuchan en la radio? ¿Lo ven en la tele?. ¡Hagan una reserva en el Casa Patas! ¡Visiten las mansiones de las estrellas del periodismo flamenco! Y luego se pasan por la academia Amor de Dios y podrán aprender aquello de cómo conseguir la Fama… con sudor.
EN CÁMARA LENTA
Se celebraba el día internacional de la danza, ya saben, con un poco de suerte vemos tres minutos en el informativo del día, los minutos de la basura antes de que aparezca la previsión del tiempo para decidir si vamos al campo o a la playa. Ángel Rojas avanza a cámara lenta sobre el escenario de El Corral de la Morería, baila un silencio sostenido por tres músicos excepcionales, repito su nombres: María Mezcle al cante, Joni Jiménez a la guitarra y Bandolero en la percusión. Uno intuye que la manera de bailar de Angel Rojas es producto de su personalidad, de su creatividad y pueden pensar en su baile como metáfora de la vida y de su carrera. Le he visto sembrar un bosque de guitarras para hacerle el primer homenaje a Serranito en el Teatro Flamenco Madrid. He visto proyectar la geometría de Mondrian para que pisen con garbo las bailaoras en el Fernán Gómez. He visto a un público joven, nuevo y enamorado de la danza y el flamenco.
Las coreografías de Angel Rojas aportan el dinamismo de los tiempos que corren con un plan sencillo: que los movimientos tengan sentido y se ejecuten con limpieza sin restar un gramo de flamencura. Eso que se le supone a bailarines y bailaores lo traslada a la música, por ese lado destacó en el teatro Fernán Gómez la gala en la que reunió a un batallón de cantaoras (lo menos doce) de primera división, detrás estaba la impecable labor de producción de María Larroca. Nada fluye en escena si no ocurre lo mismo entre bambalinas y no es fácil. Quizá la estampa más brillante que nos ha dejado es la del homenaje a La Chana, pero ese es el Angel Rojas que viviremos más intensamente a partir de ahora, el coreógrafo.
Se fue Angel Rojas bailando en el territorio de lo sublime y se convirtió en cajón por las manos de Bandolero que luego hizo un solo que nos remite a las matemáticas, ya saben que un ritmo de 3 por 4 no tienen por qué dar doce, porque las emociones son ilimitadas. Apareció Antonio Canales sobre unas zapatillas fosforescentes y bailó poco y bien, en sintonía con las estrellas reunidas en el Corral. El único fallo se produjo con la intervención de Sara Cano, que entonó un monólogo que no se escuchó con nitidez y por eso resultó muy largo. Sandra Carrasco lleva años instalada en la excelencia del cante (lo que cante) y aquí se decantó por los fandangos de su tierra, tardó un ratito, una miaja, en pillar el duende que pasaba por ahí ¡Clamor!
Tengo amigos que no entendieron el baile de La Lupi, ya saben que en el flamenco la unanimidad no existe. A mí, me pareció fabulosa, en lugar de hacer lo de costumbre en los tablaos que es hacer temblar la tierra que hay bajo los tacones, se dedicó a jugar con los gestos previsibles, exagerandolo todo. A ratos parecía un espectáculo de flamenco “queer” en el que la bailaora se parodiaba a sí misma en un episodio de comicidad jonda. Comparte genialidad con Keaton o Chaplin, a elegir.
Hubo más protagonistas como el cantaor Antonio Campos y el guitarrista Curro de María pero Angel Rojas nos legó la última lección de baile: resumir, sintetizar y crear… sin abrumar. Y nos quedamos con las ganas de más. Eso debe ser lo de crear afición.
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