En su debut en la Bienal de Flamenco de Sevilla los artistas ofrecieron dos completos recitales, elegantes y sensibles, con los que refrendaron un lugar propio como cantaores jondos
Eran las doce y cuarto del lunes cuando, tras un completo y entregado recital de Antonio Gómez ‘El Turry’, la voz en off de Francisco Escudero ‘El Perrete’ anunciaba el inicio de su elaborada y creativa propuesta, frente a un Teatro Alameda a medio aforo cuyo público trataba de mantener el tipo y no pensar en las pocas horas de sueño que le quedaban por delante.
Digo esto porque es evidente que la fórmula de unir en un mismo cartel a dos cantaores un día laborable a las 23 horas para que cada uno haga una hora de recital no sólo no tiene sentido sino que no es justo ni para ellos, que merecían ser recibidos con otra atención, ni para los espectadores. Más aún si, como es el caso, se trataba del debut de ambos en la Bienal de Flamenco de Sevilla, con lo que a ver quién era capaz de pararles esa gustosa ansia por refrendar su lugar en la cita y ganarse un sitio destacado como lo jondo.
En este sentido, ambos artistas salieron a darlo todo pero con la inteligencia de elegir un repertorio provechoso donde resaltar sus respectivas cualidades vocales y la honestidad –y prudencia- de acudir a sus orígenes (Granada en el caso del Turry y Extremadura en el del Perrete). Así, el primero no quiso dejar pasar la noche sin recordar a Morente, “que me ha acompañado desde mis inicios” y el segundo tampoco se olvidó de quienes han alimentado su cante. De ahí el excitante recorrido de los dos por tangos que nos permitió vislumbrar los matices y colores que tiene un mismo palo, según dónde se plante la semilla y el agua con que se riegue.
En este sentido, los artistas, dos de los jóvenes valores del cante jondo que más interés despiertan entre la afición, regalaron dos completos recitales, que defendieron con elegancia, sensibilidad y creatividad haciendo alarde de esas Florituras que daban título a la idea y que tan bien sirvieron para definir dos voces melódicas que practican un cante de pitiminí.
Claro que siendo consciente de lo injusto que es también entrar a comparar a los dos talentosos cantaores, lo cierto es que fue el extremeño quien, a pesar de lidiar con la peor hora, logró conectar más con los espectadores, que llenaron de oles el teatro ante su personalidad y buen gusto. Así, El Perrete, que parece atesorar en su garganta varias voces en una y recoger en sus cuerdas vocales sonidos de otros tiempos (“es como un disco antiguo”, oí), desplegó un exquisito recital donde, sin alargar los cantes, evidenció su domino de palos y estilos.
De hecho, excepto la coincidencia de los tangos, la soleá y la malagueña (de nuevo fruto de juntar propuestas pensadas para presentarse por sí solas), ambos hicieron un encomiable esfuerzo por incluir palos inusuales en la actualidad con letras poco frecuentes.
De esta forma, el original cantaor, que hasta en su puesta en escena puede resultar histriónico o raro, sorprendió ya desde su salida con los cantes campesinos y de fragua. Y emocionó sobremanera cuando acertadamente sustituyó la sevillana que venía en el programa por los cantes de levante porque “el arte tiene que ser así, variable”, aseguró el artista que de existir el Giraldillo Revelación se hubiera postulado como un estupendo candidato.
Sus riquísimos melismas, sus preciosos bajos y la belleza con que meció los tercios, se engrandecieron en la liviana-serrana y la lección por fandangos con que cerró la noche, acompañado magistralmente a los coros y palmas de Los Mellis y a la guitarra de Rubén Labaniego, que nos levantó el ánimo con sus fantasiosas falsetas y emocionó al propio cantaor que se levantó y besó en la frente para escucharle –“¡vivan los pianos de cola!”, le dijo-. “¡Ole lo difícil!”, gritaron desde el patio de butacas.
Antes El Turry, con la sonanta sensible de José Fermín Fernández, que gustó especialmente en las malagueñas y la farruca, y las palmas de José Manuel y Juan de Oruco, deleitó con ese cante pequeñito que sostiene la media voz, como apuntó por alegrías.
El suyo, por tanto, fue un recital honesto en el que apreciamos su valentía para buscarse, la frescura, la musicalidad que le imprime al cante (como vimos en la farruca o en la granaína) y la contención con que mantiene los tercios y que demostró especialmente en la soleá y las bulerías, que en él suenan canasteras. Aunque, sentimos que todavía le falta controlar los volúmenes, colocar su voz y quizás desarrollar su carácter.
En cualquier caso, un debut excelente que finalizó por tonás pasada la una de la madrugada, poco antes de que acaben ya muchos festivales.
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