El Pele: un cante siempre nuevo

El Pele - Teatro Central

El Pele - Teatro Central

Sara Arguijo

Espectáculo: Puro Pele Cante: El Pele Guitarra: Niño Seve Palmas: Bobote y Torombo Percusión: José Moreno Artista invitado: El Barullo Ciclo: Flamenco viene del Sur Fecha: Martes 7 de marzo Lugar: Teatro Central Sevilla Aforo: casi lleno

 

Una hora justita duró el recital con el que El Pele abría el ciclo Flamenco Viene del Sur en el Teatro Central de Sevilla. Más el remate por bulerías que cantó a petición de un público que no quería que se fuera. La horita que bastó para pegarse un baño de Pele puro, de ‘Puro Pele’.

Y sí, seguramente no fue el mejor concierto para un cantaor que hemos visto iluminado tantas veces. Pero en el caso del cordobés no hace falta siquiera que lo sea para que erice la piel, para que emocione, para que convenza. Porque El Pele es así. Imprevisible, desigual, luminoso, visceral, impulsivo, expresivo, sensitivo, melancólico, débil, contradictorio, genial… artista. Siempre distinto y siempre nuevo. Por esto gusta a los aficionados y atrae a cantaores de todas las generaciones y estilos. Porque El Pele suena sólo a El Pele y porque nunca es el mismo.

Más bien se mantiene firme en los márgenes y escribe las líneas de su arte en el reverso. Sin notas al pie de página ni tachaduras. Sabiendo que el flamenco es también la búsqueda, la equivocación, el intento. Desaprender para avanzar. Arrojándose en esta pelea en cada palo y haciendo, inevitablemente, que el patio de butacas quiera arroparlo en su juego. 

Así, su voz rota fue el hálito que exhala las confesiones últimas y su fuerza el grito que sostiene la esperanza. Y todo, desde las alegrías a las bulerías, pasando por las malagueñas, seguiriyas y soleares, fue una narración natural y lenta de la vida, con sus quiebros, sus altibajos y sus matices. Con la emoción y con angustia. El Pele, que habla lo que canta y canta lo que siente.

Dio gusto verle cerrar los ojos para viajar a la nostalgia que proponía la guitarra de un Niño Seve exquisito. Pasear por los compases que le acentuaban las excelentes palmas de Torombo y Bobote y crecerse hasta el regocijo cantándole a El Barullo. Juntos se fundieron en unas soleares por bulerías en las que los pies de uno parecía querer dar respuesta a las preguntas del otro y viceversa. El baile semental, seco, terrenal de uno frente al cante etéreo, húmedo y onírico del otro. Y los dos ahí juntos, sonriendo.    

 


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