Espectáculo: A sangre. Cante: Manuel Moreno ‘El Pele’. Guitarras: Niño Seve, Dani de Morón y Diego del Morao. Palmas: Bobote, Torombo y José Moreno. Percusión: El Güito. Lugar: Teatro Lope de Vega. Ciclo: Bienal de Flamenco de Sevilla. Fecha: Martes, 15 de septiembre. Aforo: lleno.
Escoltado a su izquierda por tres heroicos escuderos, curtidos en mil batallas épicas, y acompañado a su derecha por los mejores magos del compás, El Pele reapareció en el Lope de Vega para reclamar su corona como el Rey del cante. Y, sobre todo, para inocular ilusión y esperanza en unos espectadores que necesitaban recordar que el flamenco es seducción.
Al principio, salió cantando la vidalita algo desubicado y desconcentrado y temimos que no llegara la conquista. Pero se sentó con Dani de Morón a solas y éste, que sabe lo que el cordobés necesita incluso antes que él mismo, lo fue colocando en su sitio para templarlo por taranta. Así, más tranquilo, El Pele se metió por soleá y cuando el público ovacionó su magisterio y su personalidad como si ahí pudiera haber puesto fin al recital, recogió la confianza, y empezó el flechazo. Además, en ese riesgo de los que cantan de inspiración, está la atracción. Lo que desata la locura.
Esto sucedió cuando el cantaor se vació por seguiriyas sosteniendo las notas en su boca para masticarlas primero y decirlas después con la fuerza que precisan. Cuando, inspirado, meció los tientos hasta que nos pareció ver la guitarra de Diego bailar por tangos. O cuando susurró unas malagueñas a media voz que fueron de lo mejor de la noche. En este sentido, agradecimos su cante relajado y natural. Que cierre los ojos, se rebusque, disfrute y sorprenda porque ¿qué es el arte sino inquietud?
Es decir, El Pele es un artista fresco que se sale -menos mal- de la tendencia de aparecer en el escenario constreñidos por obras que no asimilan ni les encajan. Él quiere gustar porque sabe que no hay historia si el sentimiento no es recíproco. Por eso, se alimenta de lo que le dice la guitarra y se crece cuando se siente querido. Así, juntos se fueron contagiando de alegría (hasta se les veía reírse con las salidas del maestro) y ahí ya nadie pudo quedarse inmóvil en el asiento. El Pele se dejaba llevar por lo que le proponía Niño Seve, Diego del Morao y Dani de Morón, alimentando su voz de cada sonanta, y fue un cantaor distinto cada vez.
Ellos hicieron el mejor homenaje posible a la tradición guitarrística de su tierra (Córdoba, Jerez y Morón, casi nada): recordar de dónde vienen, pero caminar hasta otro sitio. Así, Dani rozó con su pulgar las tripas de su guitarra y las de los que le oíamos. Las manos de Diego arañaron las cuerdas por seguiriyas en un toque tan brillante como recio. Y el Seve se llevaba el mástil hacia delante como buscando esa nota a la que aspira, regalando luminosas melodías cargadas de sensibilidad.
Igual que tiene sus súbditos hay otros que no terminan de entenderle sus ‘deslices’ creativos, pero es innegable que si hay un cantaor en activo cuya aportación personal pueda trascender ése es El Pele. Porque sí, el cordobés es intuitivo y listo como para aguardar en su garganta las voces y las maneras de muchos de sus predecesores, pero su cante es único. De hecho, ha patentado un sello propio en palos como las cantiñas (que interpretó con las tres guitarras) o las soleares que ya se pueden aprender como las de ‘El Pele’. Por eso, su cante es imperecedero e inmortal. Aunque, insistimos, lo más importante es que salimos del teatro felices y pensando ¡qué alegría! Sabiendo, una vez más, que una cosa es cantar y otra ser artista.