El Pele, la voz como rezo y el cante como amigo

El Pele - Festival de Jerez

El Pele - Festival de Jerez

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Tras otra jornada maratoniana en el Festival de Jerez (peñas, Villavicencio y Villamarta) y a falta de una semana que a buen seguro seguirá trayendo momentos memorables, llegábamos a Los Apóstoles -al menos quien escribe- con la duda de si podríamos integrar lo que Manuel Moreno Maya, El Pele, tuviera a bien entregarnos.

Menos mal que el frío no pudo con ese nutrido grupo de personas que, tras salir eufórico y abrumado de un Villamarta demasiado bullicioso, buscaba un lugar en el que guarecerse. Tengo una buena noticia: lo encontramos. Porque este gitano de Córdoba de setenta años supo crear, apenas con su presencia, un espacio de quietud y espiritualidad que hubiera logrado convertir a alguna religión si lo hubiera pretendido.

Muy solemne y soberano y acompañado por un soberbio Niño Seve -tan grande, tan virtuoso y tan delicado e imaginativo- trajo pequeños recorridos (sic) por malagueña, la del Mellizo y Panda de Verdiales -voy derramando salero-; por soleá se acordó de Manuel Torre y aquella letra que grabó Caracol como bulerías al golpe y él la introduce por soleares:

El cante es mi buen amigo
Aunque a veces me mate de pena
O se emborrache conmigo

Especialmente brillante por siguiriya, proyectando la voz como en ningún otro cante y jugando con los matices de una forma modernísima, rebuscándose en los tonos medios y graves y topándose con armónicos nuevos que sorprendían y acongojaban a partes iguales. Anticipó cortes y remates sorbiéndose las fatigas del tiempo pero llamando a la vez con su ayeo marinero al futuro, como hizo por alegrías y cantiñas, entreverando estilos, tal y como confesó: “a mi forma y mi manera”. Y que lo digas, tato.

Bravo por quienes siguen programando a las personas que en otros oficios ya estarían de retiro, y que sin embargo en el flamenco resultan especialmente necesarios, pues arrojan una estampa amplísima de registros y matices donde se aprecian los surcos del tiempo, también que la experiencia es un grado, y por supuesto la capacidad de medir los riesgos que uno asume cada vez que puede. Quizá, a cierta edad, el qué dirán ya no importe tanto.

¡No te vayas, que estamos aquí muy a gustito! le soltó una cantaora jerezana de entre el público. Fue generoso con los tiempos, como quien sabe dónde está la medida del buen gusto y de la decencia. Lo mismo con el volumen y el ritmo, dejando espacio para respirar, tanto él como sus músicos y el público, que agradeció este recital amplio y reposado, sin correr ni rellenar.

Con la tanda de fandangos del final consiguió lo que no había podido, todavía, el frío: partirme los huesos.

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