La alegría la puso Jerez

El Loco - Ballet Nacional de España

El Loco - Ballet Nacional de España

Especial Festival de Jerez

Los chapurreos en todos los idiomas y acentos y las palmas a compás en las mesas de los bares como espacio sonoro. De elenco los artistas, críticos, aficionados y extranjeros que agotaron las localidades del Teatro de Villamarta. Como escenografía un Jerez inalterable, que exhibe una belleza tan auténtica como decadente. La idea original: celebrar la existencia (y resistencia) de un festival de flamenco con mayúsculas que ha sabido labrarse un sello propio, y que gracias a la dirección de Isamay Benavente, ofrece cada año un programa valiente, ambicioso, honesto, coherente e integrador. Así, este viernes el Festival de Jerez inauguraba su 27 edición con la normalidad de la pre-pandemia y la colaboración especial de la alegría de un reencuentro (por fin sin mascarillas).

De esta forma, y a sabiendas de que éste es sólo el primero de muchos días que quedan por delante para disfrutar de los 46 espectáculos programados hasta el 11 de marzo, daba la sensación escuchando a los asistentes que lo de menos era la obra elegida para abrir la cita. Sobre todo porque el público parecía aplaudir más de felicidad, por estar de nuevo aquí y poder disfrutarlo.

En este sentido, ‘El loco’, la propuesta del Ballet Nacional de España dirigida por Rubén Olmo que se estrenó el pasado mes de diciembre en Madrid y que recupera después de 18 años este repertorio histórico creado por Javier Latorre (que vuelve aquí a la que fue su casa), se presentó más como un merecido homenaje a la trayectoria de la compañía pública y a la propia historia de la danza que como un espectáculo conmovedor.

De hecho, el majestuoso montaje, de una lujosa factura que no escatima en recursos visuales (como el impresionante vestuario y el despliegue escenográfico) y artísticos (un cuerpo de baile de 24 bailarines y un equipo de un centenar de profesionales), peca precisamente de la falta de emoción.

La dramaturgia de la obra se sucede, por tanto, a través de piezas de impactante belleza formal que narran la apasionante y tormentosa historia de Félix Fernández ‘El Loco’, bailaor cuya vida se vio marcada por su encuentro con Serguei Diaghilev y Léonide Massine en Granada en 1916 y el posterior montaje de ‘El sombrero de Tres picos’ para los Ballets Russes, que suponía la fusión de la danza española y el flamenco con el ballet clásico y que acabó llevándole a la locura.

Sin embargo, el argumento no termina de entenderse o explicarse en su complejidad, más allá de la lucha interna del protagonista. Y el desarrollo resulta insistente y reiterativo, incidiendo constantemente y de la misma manera en esos fantasmas y en ese duelo con su competidor, sin apenas sugerirnos otros matices o sensaciones. Algo que se percibe aún más en la segunda parte de la obra, donde el ritmo va decayendo y las escenas se alargan innecesariamente en torno a una única idea, sin ningún momento o solo que asombre por su ejecución o sensibilidad.

En este línea, a diferencia de la versión de Estévez&Paños, ‘El sombrero’, estrenada en el Gran Teatro de Córdoba en 2019, no empatizamos con la angustia del protagonista ni con sus desvaríos. Tampoco con ese ambiente distendido que se pretende recrear en la escena del Café Cantante en la que nos faltó naturalidad, flamencura y enjundia.

Agradecimos eso sí los guiños de humor, bienvenidos, que se percibieron, por ejemplo, en la divertida escena del paso a dos del personaje de Félix y el de Massine, frente al maestro Sergei Diaghilev, interpretado por Rubén Olmo. Por lo demás, decíamos, el público aplaudió efusivo el inicio de la cita flamenca, que se sigan poniendo en escena propuestas de esta envergadura y que el baile se muestre en todo su esplendor. Y a ese deseo nos sumamos.  

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