Ficha artística. Espectáculo: Cositas Mías. Baile: Joaquín Grilo. Piano: David Peña Dorantes. Guitarra: Antonio Rey. Cante: Mara Rey y Makarines. Percusión. Isidro Suárez. Violín: Faical Kourrich. Palmas: Javier Peña y Diego Montoya. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: 13 de septiembre de 2018. Aforo: Lleno.
Sara Arguijo
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El Grilo es un bailaor único. Distinto, original, creativo, intuitivo, carismático y natural en sus formas. Que tiene la virtud de entretener, divertir, embelesar y seducir. Por eso, este jueves trajo a la Bienal un necesario soplo de frescura y de arte, que fue enormemente agradecido por espectadores ávidos de propuestas que conecten sin necesidad de libretos de mano.
En ‘Cositas mías’ el jerezano, al que hacía bastante tiempo que no se le veía por los escenarios sevillanos, rebuscó la esencia de su baile para mostrar libremente todo aquello que lo define con una madurez y una seguridad que sólo dan los años de oficio. Y, de esta forma, se metió al público en el bolsillo de principio a fin logrando que los fallos escénicos y de iluminación o el innecesario barroquismo de algunas piezas pasaran a un anecdótico segundo plano.
Para empezar, el Grilo emociona porque le baila al instante. A los compases que le fue marcando un invitado de lujo como David Peña Dorantes, junto al que regaló momentos mágicos como el de la ‘Semblanza de un río’ o el fin de fiesta. A la guitarra flamenca, entusiasta y veloz de un Antonio Rey sembrado. A las melancólicas voces de los Makarines y al eco roto de Mara Rey, en cuyo cante pareció querer arroparse protagonizando juntos un diálogo de pasiones encendidas en la versión por bulerías que hicieron de ‘María de la O’. Es decir, el bailaor buscó en todo momento la complicidad de su cuadro, picardeándolos, haciéndolos disfrutar y recogiendo para sí esa energía.
Así, más sereno que otras veces, desplegó su baile curvo, que juega constantemente con las candencias. Sus preciosas manos se abrieron y extendieron por rondeñas. Su cadera se balanceó con picardía por tangos. Su cuerpo se movió lenta y elegantemente en las sevillanas bailadas con capote de torero. Su alma se endemonió por seguiriyas y su socarronería cobró absoluto protagonismo en las bulerías donde recreó sus habituales poses (el cojo, el viejo, el borracho…). Por lo demás, vítores y la sensación de que, por fin, había llegado la alegría a la Bienal.
Fotos: Oscar Romero / La Bienal