Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Ana Palma
Cante: Ana Ramón, Juan de Mairena. Palmas: José Barrios. Guitarras: Rubén Levaniegos. Violonchelo: Sergio Menem. Violín: David Moñiz. Dramaturgia: El Arbi El Harti.
Especial XXI Festival de Jerez – Toda la información
Hace unos años, José Menese publicó “A mis soledades voy, de mis soledades vengo”, donde se metía por la senda mística al cantarle a Santa Teresa o Fray Luis de León. También Enrique Morente cogió ese camino en su misa flamenca y hace menos, Curro Piñana creó una hermosa trilogía que tuvo como arranque “Moradas jondas”, donde también “jondeaba” con Santa Teresa y la mística sufí. Todos hombres y cantaores, de la misma manera que ahora parecen ser las bailaoras quienes se han decantado por el ascetismo o al menos, eso parece viendo el programa del Festival de Jerez, donde La Moneta presentó Divino amor humano, Patricia Guerrero trajo Catedral y anoche le tocó a María Pagés representar Óyeme con los ojos, espectáculo que toma el nombre de Sentimientos de ausente, poema de Sor Juana Inés de la Cruz.
Pagés brilló. Así, sencillamente. Brilló con una luz delicada, sin aspavientos, como baila ella, que ha convertido su cuerpo en su templo. Abrió con martinete y enseguida aparecieron las referencias a la mística, no sólo en su baile, también en la música, en la luz y en el vestuario. Esa es la diferencia entre una artista y una que baila. Esa es la diferencia entre quien sabe elegir quién la acompaña de quien coge al primero que pasa por la esquina o le sale más barato. El elenco: Ana Ramón y Juan de Mairena cantaron para comérselos y sólo se echó de menos un poquito más de vocalización, pues aún sabiendo que el flamenco es expresión, los poemas de Rumí, Fray Luis de León o San Juan de la Cruz merecen paladearse. La guitarra de Rubén Levaniegos fue de escándalo, como lo fueron el violonchelo de Sergio Menem y el asombroso violín de David Moñiz, con el que hizo virguerías que sonaron de premio.
En la seguiriya, la bata de cola roja parecía portar llamas más que volantes y a ratos Pagés pareció esculpida por Bernini, al modo del Éxtasis de Santa Teresa, donde el vestido le hacía de base que la aprisionaba al suelo. Bailó de cintura para arriba y los movimientos de su cabeza, hombros, brazos y manos fueron un prodigio de técnica y de elegancia. Pero no de esa elegancia estilizada y aburrida que a veces vemos en los escenarios donde quien baila sólo busca una foto buena o un gesto hermoso. María fue elocuente con sus brazos, que no trata como apéndices privilegiados, sino como armas de comunicación con los que anoche trazó su monólogo.
“No cogeré las flores / ni cazaré a las fieras/ y pasaré los fuertes y fronteras”, cantó Ana Ramón sobrada de voz y flamencura a San Juan de la Cruz en un mano a mano por fandangos con Juan de Mairena y ambos pusieron el listón del cante para atrás en este festival muy pero que muy alto. Entonces salió Pagés y en lugar de bailar, recitó. Dijo Palabras para Julia, de José Agustín Goytisolo, que quizás no sea un místico al clásico modo, pero sus palabras, dedicadas a la hija sí, pero también al porvenir, sacaron a la Pagés actriz, que declamó con mucha emoción y se preparó para los tientos tangos. Con ellos recuperó el título de la obra, se aferró a las rimas de Sor Juana Inés y con el “óyeme con tus entrañas” bailó alegre, sonriente, arrebatada, libre del suelo y aspirando al cielo.
Lo que vino después fue una sorpresa. María con vestido corto y abanico cantó “Ay qué calor”, un número desenfadado en el que colaboró todo el conjunto, con letras alejadas de la mística y pegadas a la calle porque al final, el que reza, duda y cree o dejar de hacerlo, también vive en el mundo. Inmigración, paro, matrimonio y fatigas cotidianas las cantó María con Ana Ramón y mucho gracejo. Parecía un fin de fiesta, pero no lo era. El final traía una sorpresa aún mejor: a María por granaínas enfundada en un vestido-velo negro y gris, vaporoso, a ratos transparente con el que puso movimiento a unos versos deliciosos firmados por su marido El Harbi El Harti, encargado también de la dramaturgia: “Vamos a la sombra de la sombra / quiero tocarte el pelo.”
Y con esas palabras de un amor ya más carnal que místico, María se desvaneció entre un juego de telones y terminó su monólogo. Este es el primer solo de Pagés en su carrera y la elección tiene sentido: pensar quiénes somos, a dónde vamos o en qué creemos son cosas que sólo pueden hacerse de ojos para adentro. La diferencia entre usted y ella, es que Pagés duda y se responde bailando. Y de qué forma.
Galería fotográfica María Pagés, por Ana Palma