Espectáculo: Re-fracción (desde mis ojos). Cía Eva Yerbabuena. Intérprete y coreografía: Eva Yerbabuena. Intérprete, concepto, dirección musical y escénica: Juan Kruz Díaz de Garaio Esnaola. Guitarra y composición: Paco Jarana. Cante: Miguel Ortega, Alfredo Tejada y Antonio Gómez ‘El Turry’. Baile y percusión: Juan Manuel Oruco. Percusión: Dani Suárez. Viola de gamba: Pilar Almalé. Lugar: Teatro de la Maestranza. Ciclo: La Bienal de Flamenco. Fecha: Sábado, 10 de septiembre. Aforo: Lleno.
Sacudiéndose de la ropa, quien sabe si los miedos o el polvo que deja todo aquello que nos contamina, se presentó este viernes Eva Yerbabuena en el Maestranza para preguntarse a sí misma quién es, qué quiere ser y qué representa.
De esta forma, bajo la constante mirada inquisitoria e incisiva de Juan Kruz, que no teme en interrumpir su baile, interrogarla con cuestiones como “¿Qué echas más de menos de Eva?”, arrastrarla o someterla, la bailaora trata de encontrar su verdadero reflejo en una sobrecargada atmósfera que proyecta su imagen a través de proyecciones, espejos, luces y sombras que la examinan y desvelan desde todos los ángulos.
En este sentido, lo interesante de esta ‘Re-fracción (desde mis ojos)’ es que encontramos a la Eva más humana, quebradiza incluso, que abandona su cuerpo al baile despreocupada, con el pelo despeinado y a medio vestir. Como si toda esa ropa -no sabemos si de otros espectáculos u o tras épocas- que en un momento del espectáculo le lanzan los cantaores y músicos fueran ahora un lastre que le impide avanzar hacia su esencia. “No puedo más”, dice parando en seco, reconociendo asimismo una necesidad de afecto que encuentra en la bailaora Merche Esmeralda, a la que sube al escenario a cepillarle el cabello.
Pero la continua búsqueda de la artista, premiada dos días antes con el Giraldillo Internacional del Flamenco ‘Ciudad de Sevilla’ precisamente por su capacidad para renovar el lenguaje flamenco, la lleva ahora también a defender con más ahínco su sello. Así, sabiéndose maestra (algo que refrendaba un patio de butacas repleto de bailaores y bailaoras), y en plena forma, Eva se desquitó en una soleá, la suya, que por sí misma justifica ya cualquier reconocimiento. Fuerte, salvaje y exacta la granadina volvió a sorprender en unos tangos pasionales y desatados y en una seguiriya imponente donde los pies sonaban a clavos.
El problema es que la complejidad de su universo exige al espectador colocarse en un estado, al que desde el patio de butacas aún no hemos llegado. Por eso, fuera de su baile, nos cuesta conectar con ese relato, disruptivo y tedioso, sobrecargado de recursos y elementos superfluos. De hecho, la obra arranca con un prólogo hermético que, afortunadamente, se olvida con la soleá. Igual que se hace larga la marcha fúnebre que, más allá de la imagen, carece de interés y nos saca de la obra. Quizás, porque su discurso es tan sólido y poderoso, que querríamos verla desprenderse de todo.
Galería fotográfica por Claudia Ruiz Caro