El desvarío de entrar en el flamenco (o intentarlo)

Desvarío - El Pele & Niño Seve

Desvarío - El Pele & Niño Seve

Texto: Lucía Ramos Aísa
Fotos: Ana Palma
Festival Flamenco Desvarío Nou Barris
Entrevista a Pedro Barragán, director del festival

El Instituto Mental de la Santa Creu se construyó a finales del siglo XIX, cuando al norte de la Villa de Gracia de Barcelona casi todo era campo. Entre Horta y Sant Andreu, el doctor Pi i Molist dirigió un centro pionero, en 11 pabellones para 700 personas, donde los pacientes pudieran vivir bien, alejados del núcleo urbano, en un espacio abierto, acogedor, entre jardines y fuentes. Dejó de funcionar como hospital en 1987, ahora alberga la sede del distrito de Nou Barris, y en su patio los aficionados flamencos de la ciudad se encuentran cada julio en el festival Desvarío, un nombre bien elegido: “Todos estamos un poco locos, así que vamos a vivir esta locura y que sea contagiosa”, dijo el periodista Pere Pons en la presentación del ciclo de conciertos.

El primer día se reservó al flamenco jazz, que en cada edición tiene un hueco en la programación. La tarde del jueves comenzó con uno de sus mayores exponentes en la actualidad: Chano Domínguez. Inspirado en las alegrías de su tierra, Cádiz, el pianista comenzó el recital con su Alegría callada. Una pieza de siete minutos que evoca exactamente su título, alejada de la explosión de júbilo que evoca el palo gaditano, transmitió al público una sensación de felicidad calmada. Chano comenzó hablando a los asistentes en catalán (arrancando aplausos), y enseguida cambió al castellano. “Mi catalán no es muy bueno”, se disculpó simpático.

Durante la hora que duró su actuación, interpretó a los grandes maestros que le han inspirado a lo largo de su dilatada carrera, asentada en el jazz pero muy adentrada en el flamenco desde hace años. Empezó por su versión de El Puerto, tercera pieza de la suite Iberia de Isaac Albéniz (“que recogió como nadie la impronta popular en el piano”, explicó el pianista). Siguió por Paco de Lucía con la colombiana Monasterio de sal y Canción de amor, previa introducción con un arreglo del compositor barcelonés Joan Albert Amargós. Cuando acabó por Paco se echó para atrás en la banqueta agotado, agitando sus manos. “La música de Paco es preciosa pero es dificilísima”, reconoció. Habría que decirle a Chano que estar a la altura del toque del de Algeciras con las teclas del piano también lo es. Acabó con composiciones de Chick Corea, unas notas muy picadas que las polillas, sobre su piano, parecía que bailaban a la luz de los focos. Acabó con un bis que pidió él mismo, acercándose a los sonidos del Caribe y arrancando los cabeceos al ritmo de los asistentes.

A Chano le relevó el jerezano José Quevedo Bolita. Después de un solo de su guitarra, presentó a sus acompañantes. “De Sanlúcar, donde estás las mejores papas y los mejores percusionistas”. Paquito González, a su izquierda con cajón, platillos y bombos. A su derecha, desde Vitoria, el contrabajista Pablo Martín Caminero. Después de tocar juntos por bulerías, el Bolita le contó a sus interlocutores: “Yo llegué a Madrid con un macuto para hacer la mili. Mi primer contrato en el flamenco fue de palmero. Para que vean las vueltas que da la vida”, dijo 25 después de aquello ya convertido en guitarrista de concierto respetado. Siguieron por tanguillos, aunque un “tanguillo cojo, porque está pensado para que lo baile un cojo”, cambiándole el acento clásico del palo. Siguieron con su canción Bolando, después por tientos, el percusionista se lució entrando en los tangos, y acabaron por bulerías y rumba. “Como se dice en mi tierra, aquí hace más calor que vigilando un puchero”, dijo Bolita.

La tarde del viernes le tocaba el turno a lo que Enrique Morente definió como lo más vanguardista en el flamenco: cante y guitarra. Así lo explicó Pedro Barragán, director del festival como presidente de la Asociación Flamenco El Dorado, para dar paso a otros dos granaínos: el cantaor El Turry y el tocaor José Fermín Fernández. La guitarra empezó derecha, y enseguida el cante del Turry por vidalita. Se les oía a ellos y a una gaviota al otro lado del patio. “Estoy cumpliendo un sueño hoy aquí en el festival de Nou Barris”, dijo sentido al acabar el primer cante. Continuó por alegrías con una entrada larga y fresca, con unos tercios muy diferentes en melodía y letra, haciendo gala del control del compás que lleva en la voz el de Almuñécar, su dedo índice moviéndose según guiaba las piruetas de su cante. El chorro de su garganta se hizo fuerte, favorecido por la acústica del patio y sus galerías, en los cantes por soleá, por malagueñas y unos melismas bellísimos en los verdiales. Después por farruca, bambera y granaína. Guardó para el final un regalo por tangos, palo en el que lució igualmente el manejo de su instrumento con cambios de tono complicados y hermosos.

En los camerinos descansaba con su camiseta del rapero neoyorquino Tupac. “A mí me gustan todas las músicas”, dice a esta periodista, que le pregunta cómo entrena esa voz aparte del talento de cuna que Dios le dio. No tiene más secreto que escuchar mucho a sus maestros. “Luego me viene una idea que tengo en el subconsciente y me sale expresarme haciendo dibujos y melismas, con un sentido, sin romper la melodía tradicional de los cantes”, cuenta. El granaíno compone sus propias letras y gran parte de lo interpretado era suyo, aportación probablemente responsable de que El Turry sonara a sí mismo, a marca personal. El cantaor tiene un verano de trabajo por delante y en septiembre le espera la publicación de un disco en directo con la Orquesta Ciudad de Granada. Después de dos discos el año pasado sacó Temple, flamenco electrónica, y este enero publicó La casada infiel, acompañado con piano. ¿Seguirá por esos senderos? “Cuando me apetezca hacerlo lo hago, no tengo limitaciones”, cuenta.

El regocijo general subió un peldaño cuando apareció en el escenario El Pele, traje blanco y boina para atrás, leyenda viva de Córdoba. La guitarra de Niño Seve le sostuvo en un recital memorable, en el que El Pele miraba al público con sonrisa pura, contento de acabar un fraseo sorprendiendo a los aficionados, buscando recovecos nuevos en cantes que suenan desde hace un siglo. “Os traigo de la vieja Andalucía una guitarra, un vino y cante”, dijo a los asistentes, desde el primer momento entregados. En las malagueñas hizo reír a los barceloneses con una letra popular: “Por comer manzanas fui al hortelano un día / y me descubrió comiéndome a la hortelana / porque manzanas no había”. Siguió con soleares de Alcalá y sus soleares propias, que dedicó a “una persona a la que le debemos mucho por su estudio y defensa del flamenco, a Faustino Núñez”, presente en el recital. Las alegrías empezaron con un punteo de guitarra y un cante calmado, que se fue haciendo grande hasta que el Pele se levantó y cantó sin micrófono, que llevó a la excelencia para acabar con un tirititraun casi susurrado una vez demostrado su dominio del palo. Continuó con una seguiriya cabal, unos fandangos, sus sevillanas del pañuelo que alguna aficionada se arrancó a bailar, y acabó por tangos pidiendo las palmas del público. “Menudo concierto ha dado”, decía Faustino en los camerinos.

Los dos cantaores del viernes demostraron lo que explicaba el flamencólogo en su charla del comienzo del festival: los cantaores tienen que ofrecer versiones de las variantes de los cantes tradicionales. “Todos tienen que hacer eso, tienen que dejar su impronta, sino sería una copia”, cuenta Faustino al teléfono ya de vuelta en su Vigo natal. La soleá se la dedicó El Pele, explica, porque se habían pasado la tarde hablando de ello. El Pele le pide que lo incluya como variante del palo en su página Flamencópolis, enciclopedia del arte jondo que el musicólogo creó para resolver dudas a sus alumnos y que se ha convertido en referencia para aficionados, artistas y estudiosos. 

“El flamenco es música de inteligentes, pero no es una música complicada”, decía en su charla. “Es críptica, tiene una forma que parece complicada, parece muy difícil, pero es simple y hay que ser un poco iniciado para entender un poco, como si fuera una secta”, explica. No muchos consiguen traducir el intrincado mundo de las profundidades del flamenco y traducirlo para todo todo el mundo como lo hace Faustino. Él mismo reconoce que no ha sido tan fácil. Probablemente, le pregunto, habrá pensado que ya podría haber elegido un campo de estudio más sencillo. “Ahora ya a estas alturas no me voy a cambiar, claro”, me contesta, “me ha costado mucho comprenderla. Tengo un libro que se llama Comprende el flamenco, porque yo era el primero que no lo entendía, y poco a poco la he ido descifrando”, me cuenta.

La noche del viernes en Nou Barris no bajará el nivel: empiezan las cantaoras Ana Brenes y Laura Marchal acompañadas de Pedro Barragán hijo, y a las 23:00 seguirán la compañía de Alfonso Losa con la bailaora Patricia Guerrero, acompañada de la cantaora Sandra Carrasco, el cantaor Ismael de la Rosa El Bola y la guitarra de Francisco Vinuesa. Se espera más gente que los días anteriores, que han superado los 500 asistentes. Un fin de semana de desvarío bastante cuerdo y estimulante. ¿Hay que estar un poco loco para entrar en el flamenco? Me contesta Pedro Barragán: “Los locos están en todas partes. Cuando quieres una cosa y te interesa y la buscas, necesitas ese punto de locura”. Y añade una letra que cantaba Morente por soleá: “Estos sentiditos míos / cuantas más vueltas le doy / más grande es mi desvarío”.

Salir de la versión móvil