Baile y coreografía: Antonio Molina El Choro. Guitarra: Eduardo Trassierra y Juan Campallo. Cante: Jesús Corbacho y Jonathan Reyes. Percusión: Paco Vega. Vientos: Francisco Roca. Dirección: Juan Dolores Caballero. Asistente de coreografía: Ana Morales. Coreógrafos invitados: Jesús Carmona. Lugar: Teatro Villamarta. Festival Flamenco de Jerez. Fecha: Jueves, 3 de febrero. Aforo: Casi lleno.
Cómodo, con frescura, seguro, fuerte. Así apareció Antonio Molina ‘El Choro’ en el Teatro Villamarta, a rebosar de compañeros de profesión que lo admiran y adoran, para el estreno de ‘Si Dios quiere, una reflexión personal donde el artista revive todo lo bueno que le ha dado el flamenco, desde el agradecimiento y la nostalgia placentera.
Es decir, sin más pretensión que la de disfrutar, El Choro fue hurgando en sus recuerdos y reafirmándose en sus orígenes y creencias (en esa Huelva que dejó atrás en forma de fandango, en sus raíces gitanas por cañas…) para encontrar el alivio. De esta forma, sobre las tablas encontramos a un bailaor más desahogado que ocupó el espacio con holgura, mucho más natural y menos constreñido que otras veces. Como si una vez pasado el miedo o la rabia sólo quiera soltar a través del baile aquello que siente, ya sea a borbotones o a pinceladas que se saborean a sorbitos. Regodeándose en lo que mejor sabe hacer y más nos gusta.
En este sentido, disfrutamos especialmente de un gustoso garrotín donde el onubense fue jugando y regalando esos matices tuyos tan auténticos que lo fueron llevando hasta unas liberadoras rumbas (¡Qué bonito braceo y qué cadencia!). También de los giros y la fuerza de los pies que demostró en las piezas más percutivas encabezadas por un pletórico Paco Vega que acabó sacándole un beso al bailaor por lo inspirador. De ver, en general, que se vislumbra un nuevo Choro en la escena. O que ahora, quizás, es más Choro que nunca.
El problema fue que ni la iluminación, ni el vestuario, ni la composición musical actuaron a favor de obra. Al contrario, tuvimos que intuir al artista entre los claroscuros de la monótona penumbra ocre que monopolizó la obra e impidió viajar a esa Huelva atlántica y transparente que se sugería. Igualmente, no pudimos disfrutar de la belleza y la estampa de su baile por un vestuario de tonos sepias que incluso le tapaba el cuerpo y el baile (como pasó con la rebeca larga con que interpretó las alegrías). Y tampoco sentimos que la propuesta musical -con demasiados solos de palmas y percusión, exceso de vientos y necesidad de guitarra- arropara o aupara a un Choro que parecía pedir a gritos más madera. De hecho, desde el patio de butacas se sentían los oles suspendidos por una dramaturgia plana que hacía decaer el ritmo y nos sacaba de la energía flamenca que este bailaor genera. En definitiva, echamos de menos que nos hicieran partícipes de esa alegría con la que nació el espectáculo y compartir la celebración con este bailaor racial, poderoso y enérgico al que le queremos seguir viendo sonreír.