Realiza el concierto de Flamenco Madrid que fue suspendido tras sufrir un ictus
José Manuel Gómez Gufi
“La música sirve para algo, lo demás para casi nada” dijo Eduardo Punset, un pensador que, seguramente, nunca escuchó a El Cabrero. La gente que va a escuchar a El Cabrero no son aficionados al cante, son gente que va a un recital como el que va a la trinchera a hacerse fuerte con los camaradas, van a escuchar algo que necesitan oír para seguir luchando y también van a reconocer a uno al que nunca han conseguido callar la boca, fiel a su espíritu, rotundo en sus convicciones.
“Mi patria es la libertad, mi bandera la razón, mi camino la verdad. Así es como pienso yo”. Cuando El Cabrero canta esa letra por fandangos, la gente aplaude como si le fuera la vida en ello. “Si la tierra pudiera hablar, cantaría por fandangos como el Cabrero” me dijo el otro día Kutxi Romero uno de sus más fervientes seguidores que un día hizo una versión con su grupo Marea de “como el viento de poniente” y los conciertos se le llenaron de melenudos. No había muchos de esos en el Teatro Fernán Gómez, pero no se fíen de los asuntos capilares porque había gente de todas las edades que van a escuchar a El Cabrero como se va a un mitin “de uno de los nuestros”, dispuestos a tomar “el Palacio de Invierno” en cuanto baje un poco la temperatura.
El Cabrero está haciendo este año, y el que sigue, la gira de su despedida de los escenarios. Su concierto madrileño que tenía que inaugurar el festival Flamenco Madrid programado por Niño de Elche y que tuvo que ser cancelado por un ictus que obligó al cantaor a pasar por el hospital. José Domínguez se refirió al asunto de una forma tan cruda como poética.
La literatura de El Cabrero es tan peculiar como su estampa, sentado a medio camino de una silla de enea, entona el primer verso por soleá y hasta que no lo ha cumplido no se ayuda con la mano para el siguiente verso. La mano izquierda conduce el cante, la derecha sigue apoyada en la pierna o en la silla, canta con las dos manos al aire un instante, como un niño que monta por primera vez en bici, consciente de la importancia del equilibrio.
“A ver cómo estamos por malagueña” y canta como sólo canta El Cabrero, luego se va por otras latitudes. Los años han atemperado sus movimientos en escena. Eso provoca una reacción del público que intenta animar. A ratos deja pasar al guitarrista Manuel Herrera como si ya no tuviera prisa por cantar a borbotones. Se anuncia por fandangos y suena: “ni un euro para el clero” y cuando completa el verso republicano, el personal estalla en aplausos como si estuviéramos en la transición y se aplaudiera la consigna del momento.
Y llega “Luz de luna” una de sus canciones emblemáticas que transformó en aquellos años en que Chavela Vargas estaba intentando acabar con las existencias de Tequila. Y José Dominguez se levanta de la silla para agradecer los aplausos y se va lentamente del escenario, que ahora nos parece enorme, mientras el personal sigue ahí, animando, y en la grada hay quien dice en voz alta que no se le puede pedir más a ese hombre. Y cuando la gente enfila pa su casa, vuelve el Cabrero y volvemos sobre nuestros pasos. Y vuelve a sonar esa voz.
¡No te calles nunca Cabrero!
Video & fotos: MJ. Lara