Espectáculo: 25 aniversario. Dirección artística: Úrsula López. Artistas invitados: Diego Llori, Cristian Lozano y Rosa Belmonte. Repetidor/a: Alejandro Molinero. Cuerpo de baile: Julia Acosta, Ana Almagro, Gloria del Rosario, Lidia Gómez, Águeda Saavedra, Manuel Jiménez, Antonio López, Federico Núñez, Iván Orellana e Isaac Tovar. Guitarra: Pau Vallet y Juanma Torres. Cante: Sebastián Cruz y Vicente Gelo. Percusión: Raúl Domínguez “Botella”. Lugar: Teatro Villamarta. XXV Festival de Jerez. Fecha: Domingo 9 de mayo. Aforo: El permitido.
Si ya en su estreno en el Teatro Maestranza de Sevilla nos pareció que el espectáculo de conmemoración del 25 aniversario del Ballet Flamenco de Andalucía tenía sabor a despedida, ahora a su llegada al Festival de Jerez un año y medio después nos huele a naftalina.
Así, más que mirar al futuro y despertar en los espectadores el interés por la que debería ser la bandera del baile flamenco andaluz, la obra, con ligeras variaciones en el programa (no está por ejemplo los Flamencos del altozano de María Pagés) y sin algunos de los artistas invitados de entonces (Rafael Campallo o Rafaela Carrasco), se construye sobre la nostalgia del sueño que fue. Ése que se inició en 1994 con el Réquiem de Mario Maya y que supuso el primer paso para la llamada entonces Compañía Andaluza de Danza.
Precisamente una de sus piezas históricas, Ritual laico para el fin de milenio, es la que sirve aquí para abrir el telón de una sucesión de coreografías que pretende recoger el legado histórico del ballet y homenajear a algunos -no todos- de los directores que lo han dirigido hasta hoy(también a sus coreógrafos y artistas, pero sólo a través de unas pobres proyecciones que, por cierto, no estaría de más rotular). Así, vemos parte de la Fantasía del cante jondo de Javier Latorre, La leyenda de José Antonio Ruiz, el Viaje al Sur de Cristina Hoyos, Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías de Rubén Olmo y Álvaro Paños, las alegrías de Ay, en Cádiz de Javier Barón y varias de la actual directora, Úrsula López, que acapara gran parte del programa con la interpretación de las seguiriyas de La leyenda y de La Caña y la firma de Con permiso, más, que pone el cierre por abandolaos.
Sin embargo, aislar estas escenas de su contexto, de la trama, e incluso del autor hace que pierda no sólo el sentido sino también la fuerza. Por eso, lejos de emocionarnos o removernos, nos hizo sentir añoranza sobre aquello que muchos ni vivimos. Entre otras cosas, porque el espectáculo resulta tedioso, mecánico y repetitivo, tanto por la propia estructura del repertorio como por la falta de energía y de calidez que se percibía.
Por supuesto, encontramos momentos de especial belleza como el de la rondeña de Ramón Montoya que ideó Rafaela Carrasco (la única donde el público soltó algún ole) en la que los bailaores aparecen como cuerdas de guitarra; la intensa introducción a la plaza de manzanares, que creó Olmo y bailó Cristian Lozano; o las más pasionales y flamencas, de Cristina Hoyos y Barón. Pero, desde luego, éste no es el Ballet Flamenco de Andalucía que fue y tampoco es el que representa el enorme talento artístico y creativo que tenemos. Esperemos, como pedimos en su día, que por fin se tome en serio este proyecto. Para que podamos celebrar orgullosos las bodas de oro y no acabemos guardando un minuto de silencio por su desaparición, como hicimos en el teatro por el gran Caballero Bonald.