Espectáculo: El maleficio de la mariposa. Mujeres, danzas y bailes en tiempos de Federico García Lorca. Ballet Flamenco de Andalucía. Dirección artística: Úrsula López. Colaborador: Pedro G. Romero. Colaboración especial: Manuel Lombo. Dirección musical y artista invitado: Alfredo Lagos. Coordinación musical y saxo: Juan Jiménez. Elenco artístico. Repetidor: Alejandro Molinero. Solista: Isaac Tovar. Bailaores: Julia Acosta, Ana Almagro, Andrea Antó, Gloria del Rosario, Lorena Franco, Lidia Gómez, Águeda Saavedra, Manuel Jiménez, Antonio López, Federico Núñez e Iván Orellana. Cante: Sebastián Cruz y Vicente Gelo. Guitarras: Pau Vallet y Juanma Torres. Piano: Pepe Fernández. Percusión: Raúl Domínguez ‘Botella’ y Antonio Moreno. Lugar: Jardines del Generalife de Granada. Fecha: Jueves, 5 de agosto. Aforo: Lleno.
El legado de Federico García Lorca es tan universal y complejo como inagotable. No sólo porque su obra parece ir haciéndose más fuerte con el tiempo sino porque en cada relectura descubrimos una nueva intención que obliga a parar en otro verso y porque su universo, que trasciende de sus palabras, continúa resultando un misterio tan sugerente como impenetrable. Por eso, recibimos casi con temor cada intento que hace el flamenco de acercarse al poeta (imposibles de calcular), por lo acostumbrados que estamos a que se cuente desde la vaguedad, el tópico y el folclore, recurriendo al trazo más superficial, pero sin entender la profundidad que transita en su pluma.
Sin embargo, lo atractivo de El maleficio de la mariposa, el debut teatral que estrenó hace más de cien años Lorca con La Argentinita y que da título al nuevo espectáculo del Ballet Flamenco de Andalucía (hasta el 21 de agosto en el impresionante entorno de los Jardines del Generalife) es precisamente que se adentra, imagina, sugiere y penetra en la figura del granadino desde una mirada completamente nueva. La de aquellas coreografías, danzas y bailes de mujeres que “trabajó, vio o pudo ver, tentar, atisbar, comprobar a lo largo de su vida y en su muerte misma”. Desde la cachucha de Fanny Essler (1836), que influyó en las zambras del Sacromonte, a la Carmen Amaya a la que su amigo Buñuel dio un papel en el cine, pasando por Martha Graham, apenas una sombra en su viaje a Nueva York, Pastora Imperio o Antonia Mercé, La Argentina o Encarnación López, con quienes participó.
En este sentido, el Ballet propone un ejercicio “anacronista, capaz de mostrar varios tiempos a la vez, pero nunca anacrónicos”, como cita el libreto de mano, para superponer el flamenco, las danzas españolas y las danzas europeas y americanas que influyeron, convivieron o inspiraron al poeta y mostrar “cómo el imaginario de las flamencas siempre ha sido moderno y transgresor, no sólo cuando se apela a la vanguardia, también en el tópico o en la representación de la tradición”, explica Pedro G. Romero en el dossier. Todo manteniendo intactas las coreografías originales con escenografías, figurines, atrezzo y músicas actualizadas.
Así, con un interesante trabajo de guion, un espectacular vestuario, una luminosa puesta en escena, un excelente cuerpo de baile al que por fin vemos brillar en escenas solistas y mostrar sus cualidades artísticas y, sobre todo, una exquisita y coherente composición musical -interpretadas magistralmente por los músicos de proyecto Lorca que sustentaron gran parte de la propuesta-, el Ballet persigue “dibujar en el tiempo”, como advertía la conferencia de El lenguaje de las líneas de Encarnación López que interpretó con naturalidad la bailaora Julia Acosta.
En esta línea, fueron especialmente estimulantes la bellísima pieza que da título al espectáculo, las llamativas alegrías del tiritritán y las alegrías de Cádiz, el Anda jaleo o el taranto de Carmen Amaya con que la bailaora Águeda Saavedra puso el cierre a la propuesta demostrando, como hizo también en la Danza de los ojos verdes de La Argentinita, la increíble fuerza y magnetismo de su baile (a pesar de que el número final se viera deslucido al tener que cantar ella misma la letra emulando a la catalana, algo que le impide expresarse con total soltura).
Claro que la propuesta flaquea en el cante, con un elenco flojo que no logra arropar al cuerpo de baile y no consigue imprimir la flamencura que, en conjunto, le falta a la obra. De hecho, se entiende poco que entre los cantaores flamencos de hoy se haya contado con la colaboración especial de Manuel Lombo, un artista más idóneo para otro tipo de propuestas y al que se le veía ajeno a la profundidad que exigía su papel. Tal y como evidenció con la afectación impostada con que recitó Alma ausente o en la seguiriya insulsa que le cantó a Úrsula López con la guitarra de Alfredo Lagos (al que echamos de menos en el resto de piezas) en el que debía de ser un momento cumbre para la artista, quien destacó más en su interpretación por Martha Graham. Esto deslució el resultado haciéndonos desconectar hasta que lo instrumental volvía a tomar protagonismo. Igualmente, encontramos escenas, como la farruca, demasiado lineales que se alargaron innecesariamente, restando intensidad e impacto a la obra que se termina haciendo larga.
Aun así, alabamos que el Ballet haya devuelto a Granada y al flamenco otro Lorca soñado y que se vislumbre desde aquí una nueva y fructífera etapa para estos bailaores.
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