Baile: María del Mar Moreno, Miguel Ángel Heredia, Rocío Carrasco, Manuel Jiménez.
Cante: Antonio Malena, Dolores Agujetas, José de los Camarones, Elu de Jerez, El Tolo, Saira Malena.
Guitarra: Santiago Moreno, Malena Hijo.
Percusión: Ale de la Gitanería.
Palmas: Ale de la Gitanería y Javi Peña.
Teatro Villamarta – Festival de Jerez
Arrancó aplausos y oles de principio a fin. María del Mar Moreno (Jerez, 1973) jugaba en casa, pero no se crean: hacerlo en terreno propio puede ser lo más fácil o todo lo contrario. Sin otro concepto aparente que reunir un banquillo local, nutrido y con músculo en todos los recovecos (cante, toque, baile, luces), la jerezana presentó Memoria Viva en un Teatro Villamarta entregado y hasta la bandera (permitida).
Esta familia elegida, que bien podría ser una asamblea vecinal en un patio, en la plazuela, nos hizo entrar en materia en la primera estampa, por bella y prometedora: un silueteado general que evocaba las películas de Saura. Allí estaban (y estuvieron en casi todo momento) José de los Camarones, Dolores Agujetas, Elu de Jerez, El Tolo y Saira Malena. Miguel Ángel Heredia, Javi Peña, Ale de la Gitanería, Santiago Moreno y Antonio Malena Hijo. Representantes de un flamenco de Jerez de todo signo y latitud: por edad, género, renombre, timbre y/o hechuras. De eso se trataba, de enriquecer el puchero, de ampliar sus horizontes gustativos. Qué alegría de guiso, hija.
A Antonio Malena hay que nombrarlo aparte porque, como siempre, lleva el timón del montaje a golpe de soleá, por siguiriya o romance, pero también y sobre todo con su pura presencia, que todo lo templa. Y decimos timón por buscar un asidero, porque no lo hay. Mª del Mar propone un bamboleo de números sin orden ni concierto, y en ellos encontramos ingredientes para todo gusto. Aun así, si de imitar el vaivén sin estructura la espontaneidad de una fiestecita se trataba, escaseó viveza entre las escenas, elementos de enlace que sostuvieran el pulso o, en definitiva, el caldo de cultivo necesario para que fluir sea disfrute y no desorientación. Como ese fin de fiesta con sabor a despedida sin serlo.
En cualquier caso, y aparte de las tribulaciones escénicas, brilló la tríada Saira-Elu-Dolores, un ademán de genealogía de cante femenino intergeneracional tan poco habitual; un Miguel Ángel Heredia aclamadísimo por soleá; El Tolo, que parecía que se rompía por tarantos y un José de los Camarones, muy inspirador. La Moreno bailó magnética por bulería por soleá y unos tientos-tangos impetuosos que, con el cambio de vestuario, subrayaron sus maneras. En el reverso de este anárquico festín puede leerse también un acto de generosidad, el de la bailaora jerezana al reunir este círculo de artistas que, más o menos consagrados, de una generación o la siguiente, apuntalaron la idea de la convivencia, del hacer entre todos, de sumar al grupo. Y lo hizo ubicando en el centro el paisaje interior de un Jerez que tantas personas rememoran y comparten, iluminándolo.