Texto: Manuel Moraga
Fotografías: Andrea Olivo
Hay festivales que nacen con estrella. El de Dublín es uno de ellos. Se acaba de celebrar la tercera edición y el resultado artístico no ha podido ser mejor. El arte flamenco fluye en la capital irlandesa.
El Dublin Flamenco Festival se posiciona como un acontecimiento ya prácticamente instaurado en la vida cultural de esta ciudad. Y lo hace trabajando por una imagen alternativa del flamenco o, cuando menos, seguramente no esperada por el público irlandés. La Peña Flamenca El Indalo, organizadora del festival, ya expuso sus credenciales en el primer año, y en los dos años siguientes no ha hecho sino seguir definiendo su personalidad. En las dos primeras ediciones se puso el acento en la compaginar de manera diferenciada las estéticas más tradicionales con las propuestas de vanguardia. En esta tercera edición, la apuesta ha sido una simbiosis total de estas dos formas de interpretar el flamenco, es decir, espectáculos contemporáneos construidos a partir de elementos tradicionales.
El primero de ellos ha sido Trisquel. Este símbolo celta llega precisamente a Irlanda pero a través de tres artistas flamencos: Antonio Campos, Manuel Liñán y Pablo Suárez. Una propuesta sincera, desnuda, en la que converge la sensibilidad de tres de los más grandes flamencos de hoy. Tres espíritus muy diferentes en cuanto a expresión, pero por eso mismo muy complementarios. El resultado es un espectáculo rico en texturas en el que la emoción no se provoca con fuegos de artificio: emerge por sí sola de esa convivencia escénica. Un flamenco veritée, a calzón quitado.
La segunda noche de festival va a ser muy difícil de olvidar, no solo para quien escribe, sino también para sus protagonistas y –sobre todo- para el público que se convocó en el Smock Alley Theatre. El programa era doble: en primer lugar, la Camerata Flamenco Project, una formación que es un verdadero lujo para el flamenco. En la segunda parte, estos mismos músicos compartían escenario con el guitarrista Juan Antonio Suárez “Cano” y la bailaora Leonor Leal. Y entre todos la liaron parda. Desde el primer momento en que Cano apareció en escena, la energía también se pudo palpar. Cierto es que Cano se transporta siempre con la guitarra, pero en esa ocasión todo parecía fluir con una naturalidad casi sobrenatural, valga la paradoja. Y como la magia del arte es densa, cuando surge suele impregnar todo cuanto hay cerca y permanecer hasta mostrarse casi indeleble.
Ramiro Obedman, José Luis López, Pablo Suárez, José Miguel Garzón y Karo Sampela –la Camerata- se soltaron, se abandonaron y expandieron su karma. Todos interpretando la música de Cano a la que supo dar visualidad una impresionante Leonor Leal. Así, partiendo de una arquitectura básica, el edificio artístico se fue levantando con una elevada dosis de improvisación. Toda una jam session en la que no se escapaba ni un gramo de energía: los artistas gozaban sinceramente y sin ningún tipo de inhibición con lo que estaba ocurriendo, y esa explosión emocional se extendió irremediablemente por todo el auditorio. Nadie pudo sustraerse a la onda expansiva. El público no daba crédito ni a sus ojos ni a sus oídos. Hubo espectadores que terminaron llorando de emoción. Noches como estás le reconcilian a uno con la vida.
El tercer y último día del Dublin Flamenco Festival estuvo protagonizado por una propuesta de arte integral, con cante, guitarra, poesía y pintura en directo. “Qué sabrá el reló de ná”, así de tajante y sugerente es el título de este espectáculo que firman el pintor Patricio Hidalgo, los poetas David Eloy Rodríguez y José maría Gómez Valero, el cantaor Juan Murube y el guitarrista José Luis Medina. A través de sus expresiones, estos artistas nos invitan a la reflexión y a la acción: el flamenco al servicio del mensaje. Todos los poemas y los cantes han sido traducidos al inglés, porque la palabra no puede ser una barrera en la comunicación. El público irlandés no solo entendió el fondo sino que aplaudió y disfrutó de la forma. Una propuesta tan original como atractiva.
Hay que destacar también la conferencia de José María Castaño titulada Flamenco & Sherry by Tío Pepe, donde el investigador y periodista jerezano propuso una muy interesante cata sinestésica basándose en los puntos en común que el flamenco tiene con los vinos de su tierra.
Y no menos llamativo ha sido el workshop de la Camerata Flamenco Project en la Waltons New School of Music. En este encuentro, músicos irlandeses –e incluso algún francés- se han interesado por las complejidades de la música flamenca. Este tipo de iniciativas resultan muy edificantes, tanto para los flamencos –que se ven obligados a reflexionar sobre su propio trabajo- como para los músicos de otros procedencias estilísticas que se interesan por nuestra expresión más genuina. Si a ello añadimos el curso que impartió Leonor Leal y la exposición que Patricio Hidalgo llevó al hall del Smok Alley Theatre, creo que podría calificarse de excelente la labor que realiza este festival por la promoción del flamenco en Irlanda, sobre todo por la diversidad de enfoques con que se aborda este arte.
El Festival de Dublín pues ha demostrado que existe un flamenco “de autor” capaz de estar a la misma altura que cualquiera de las movidas culturales de una ciudad de referencia musical y cultural como es la que nos ocupa. Dublín puede presumir de contar con un festival flamenco de una calidad que ya quisieran para sí muchas ciudades españolas.