Texto: Sara Arguijo
Fotos: Oscar Romero / La Bienal
Dirección y Coreografía: Israel Galván Aparato: Pedro G. Romero Baile: Isabel Bayón, Alicia Márquez, Nieves Casablanca Guitarra: Jesús Torres Cante: David Lagos Clavicordio, órgano: Alejandro Rojas-Marcos Percusión: El Niño Murillo – La Bienal – Teatro de la Maestranza – 26 de septiembre.
Israel Galván despierta al monstruo en Sevilla
Si a la entrada del teatro nadie negaba la expectación por ver qué había hecho Israel Galván con Isabel Bayón en ‘Dju-Dju’ a la salida nadie podía ocultar el desconcierto. Recordé las veces que colegas más neófitos en el arte me preguntan eso de ¿esto es bonito? o la primera vez que vi Mulholland Drive y tuve que meterme a toda prisa en Internet para encontrar algún comentario con el que poner en pie aquella locura de Lynch que, sin embargo, me había atrapado. Por cierto, mucho del cineasta encontré también en el grotesco espectáculo que por primera vez ha dirigido el bailaor.
Para explicar lo que se vio en el Maestranza empecemos por partes. De flamenco, nada. De danza, muy poco. Es decir, al contrario de las propuestas de Galván, en la que el flamenco está presente en el tejido de su baile y de su cuerpo, y completamente ajeno al universo al que nos tenía acostumbrados Isabel Bayón –que tanto nos emocionó en la pasada Bienal con su danza en ‘Caprichos del tiempo’, ‘Dju-Dju’ es una acción teatral contemporánea, tragicómica, burlesca, lunática, conceptual y surrealista que, desde luego, difícilmente se digiere en una Bienal. Y, claro, se desató la polémica y el cabreo patente en el patio de butacas entre quienes se iban indignados y pidieron que se les devolviera el dinero de las entradas, los que reclamaban silencio entusiasmados por lo que veían y quienes sin pudor gritaban sentencias del tipo: “el flamenco ha muerto”, “baila un poco, chochete” o, el más sutil, “el que no diga ole que se le seque la yerbabuena”, en alusión a lo que se vitorea en el Falla en Carnaval. Intuimos que nada de lo que no hubieran esperado los protagonistas de antemano.
La obra, resumiendo mucho, es un relato de las supersticiones y los miedos que condenan a Isabel Bayón. Una terapia de choque en la que la bailaora se iba enfrentando uno a uno al habitual listado de mal farios y maldiciones (la escalera, el espejo, la sal, lo amarillo, bailar por peteneras…) para acabar completamente liberada. O mejor dicho ‘Azalvajá’, como canta la sevillana a pie de escenario en uno de los momentos donde más disfrutamos de su enorme potencial dramático.
Entre tanto cabía casi de todo. Un gato –blanco- robotizado que aparecía y desaparecía de escena, músicos vestidos de angelitos, voces distorsionadas, David Lagos cantando seguiriyas con la máscara de ‘Scream’, proyección de ‘Superstición andaluza’ de Segundo Chomón, un guitarrista al que le van cortando las cuerdas de la guitarra, focos que se caían, reggaetón, baile sobre suecos de madera, nana japonesa o cambios en la iluminación de forma que era el público sobre el que recaían las luces (con el evidente terror escénico que esto conlleva)…
Y esto, empaquetado en un delirante juego de terror, humor y simultaneidad a ratos incoherente, a ratos genial, que parecía refrendar las bases del Grupo Pánico que crearan en los años 60 Fernando Arrabal, Alejandro Jodorowsky y Roland Topor. “La crítica a la razón pura, la explosión de ‘pan’ (todo), el himno al talento loco, el antimovimiento, el rechazo a la 'seriedad', el canto a la falta de ambigüedad… El arte de vivir (que tiene en cuenta la confusión y el azar)… Y todo lo contrario”, que explicara el dramaturgo años después. Una expresión artística que pretende anunciar la locura controlada como supervivencia ante una sociedad en crisis de valores (la sociedad posmoderna), tal y como defiende el movimiento.
‘Dju-Dju’ es, por tanto, una obra convulsa que busca generar inquietud y desasosiego, perturbar, sorprender y hasta agredir moviéndose continuamente entre los extremos y envolviéndose en una estética pretendidamente feísta. Con puesta en escena que transmitía el vacío de Lars von Trier en Dogville, un acompañamiento musical inquietante a lo Badalementi en Twin Peaks, vestuario y pasajes oníricos inspirados en Tim Burton, irrupciones esperpénticas a lo David Lynch o planteamientos introspectivos propios de Michael Haneke, por citar algunas referencias cinematográficas contemporáneas que vimos de algún modo.
Lo mejor, la comicidad y la capacidad para generar confusión y tener a los espectadores alerta. Lo peor, su densidad y algunas piezas prescindibles que rompen el ritmo del espectáculo y sacan del ambiente y de la historia. Isabel Bayón monstruosa en su interpretación. Aunque se agradecería ver más su baile. También desde su danza nos puede narrar esta locura.