Ficha artística. Guitarra: Diego del Morao y Antonio Rey. Segunda guitarra: Fernando Carrasco (Diego del Morao) y Manuel Urbina (Antonio Rey). Percusión: Ané Carrasco. Palmas: Juan Grande y Juan Diego (Diego del Morao). Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: 23 de septiembre de 2018. Aforo: Casi lleno.
Sara Arguijo
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Uno es la chispa, el otro el rescoldo. Uno es la víscera, el otro el corazón. Uno el ritmo vertiginoso, el otro la melodía profunda. Uno la idea, el hallazgo. Otro la reflexión, la búsqueda. Uno la manzanilla de la tierra, el otro el oloroso… Ambos frescos, personales y agudos. Dos de los mejores guitarristas del flamenco actual.
Diego del Morao y Antonio Rey demostraron el domingo en el Lope de Vega el inabarcable universo que ofrece hoy la guitarra jonda en uno de los mejores recitales que se han visto en esta Bienal. Así, desde dos estéticas completamente distintas -que más que compartir cartel tendrían que haberse presentado por separado-exploraron toda la amalgama de olores, colores y sabores que esconden las seis cuerdas logrando enganchar y cautivar al público durante las dos horas que duró el concierto.
Diego del Morao, el primero en salir, entusiasmó desde el inicio por su toque natural que enseguida te contagia las ganas de sentarte a su lado. Porque, además de su frenético soniquete y el fogonazo que enciende con un solo rasgueo, el jerezano tiene una enorme capacidad de transmisión porque ofrece una guitarra amable, disfrutona y fácil de escuchar, con la que da continuidad a la sonrisa que proyecta siempre sobre el escenario y consigue que el tiempo pase volando. Especialmente entregado lo vimos en las bulerías que dedicó a su padre Moraíto, demostrando que ahí no tiene rival. También disfrutamos de las increíbles falsetas que ofreció por tangos, del vals, del taranto y de la renovada seguiriya, donde dio ejemplo de que las raíces no están reñidas con la contemporaneidad.
Después del arrebato, la guitarra penetrante, sensitiva y creativa de un Antonio Rey seguro y valiente que se marcó más de una hora de recital sin acompañamiento alguno. “Mira que me gusta el Morao pero éste es un bicho”, dijeron desde la fila de atrás. El artista, con un profundo dominio de la guitarra concertista y un toque brillante, planteó así una propuesta intimista en la que recorrió un completo repertorio desde la taranta al bolero, pasando por la farruca (¡Impresionante!), las bulerías, o la canción ‘Alma’ que dedicó a su hija. Evidenciando con sus rasgueos tajantes y la potencia de sus dedos las infinitas sensaciones que se pueden contar desde la sonanta y, sobre todo, que es mentira que aburra si el que la tiene entre sus manos es un tocaor como él.
Como único pero el sonido que durante la primera parte del Morao se acopló en demasiadas ocasiones y que en la de Rey dejó de fondo un incómodo pitido. Por lo demás, dos guitarras de altura. Aunque esta noche Antonio Rey superara a Diego en oficio, convicción y tablas.
Fotografías: Oscar Romero / La Bienal