Palacio de Carlos V, Granada
Hasta el 27 de agosto
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EL
CONTADOR DE HISTORIAS
Texto: Manuel Moraga
El montaje de toda obra es un ejercicio intelectual
en el que deben converger la perspectiva a ras de suelo y
la mirada vertical. Esta última es la que debe dar
coherencia a la precisión milimétrica de cada
uno de los encajes que dependen de la primera. La maestría
se desprende en buena medida del grado de armonía que
el autor imprima a la combinación de ambas coordenadas.
Ese es, en definitiva, el gran secreto de los contadores de
historias.
Mario Maya no ha dispuesto de mucho tiempo para montar su
“Diálogo del Amargo”, pero ha sido suficiente
para lograr una propuesta con altas cotas de dignidad. En
realidad, el programa tiene dos partes, una más convencional
(dentro de lo que se puede entender como “convencional”
en Mario Maya) construida con números independientes
a modo de preludio y el “Diálogo del Amargo”
propiamente dicho, una pieza completa, con unidad dramática,
que es el plato fuerte de la noche.
La primera parte también es lorquiana y granadina
desde los primeros compases por fandangos del Albaycín.
A destacar la coreografía de “Oliva y Naranja”
(unas cantiñas de Diego Carrasco con letra de Salvador
de Madariaga) la “soleá de Adán”
(protagonizada brillantemente por Anabel Moreno) y la siguiriya
(bailada por Juan Andrés Maya con su garra habitual),
que cierra el primer programa.
El acierto de una obra depende mucho de la coherencia entre
la idea central del mensaje y la forma de plasmarla. Cada
historia puede expresarse de maneras diversas, pero sólo
una se ajusta a la idea final que quiere transmitir el autor.
El Amargo es un viejo conocido de Mario Maya y en este “Diálogo”
profundiza sobre el encuentro que aquél tiene con la
muerte en forma de jinete. El coreógrafo trabaja a
conciencia los nudos de acción que conforman el drama
sin perder de vista la perspectiva vertical de conjunto. Sólo
así puede Maya ir desgranando los recursos expresivos
y dramáticos disponiéndolos inteligentemente
para que el relato vaya ganando en intensidad sin perder el
enfoque hacia las ideas centrales que lo deben sustentar.
La
historia, que comienza con la Muerte (un espléndido
y sobrecogedor Diego Llori) sentenciando al Amargo (Juan Andrés
Maya) nada más nacer, progresa con equilibrio y con
ritmo. El recurso dramático de la “cuenta atrás”
logra imprimir ya una tensión al relato desde el inicio
y hace que la historia comience “en alto”, de
tal forma que puede volverse en contra si no se logra mantener
el interés en el transcurso de la obra. Mario Maya
no sólo lo mantiene, sino que lo incrementa.
El destino, la fatalidad en la plenitud o la lucha entre
el amor y la muerte son conceptos del universo lorquiano que
se encuentran subrayados por Mario Maya en este “Diálogo
del Amargo”. El autor construye esas ideas con los cuerpos
de los bailarines, manejando los demás elementos con
discreción intencionada: la escenografía es
austera, casi neutra (ajustada también a la sobriedad
clásica del Palacio de Carlos V), la música
va creando clima aportando belleza pero sin afán de
protagonismo, la iluminación sugiere sin molestar,
e incluso las coreografías buscan la economía
de recursos. Un buen contador de historias sabe que lo que
no aporta distrae y que la reiteración pone a prueba
la paciencia del espectador. En definitiva, Mario Maya sabe
que todo lo que no suma, resta.
Muy interesantes, por otro lado, resultan los paso a dos
y a tres entre los personajes principales. En estos lances
es donde más se aprecia la mano creativa del coreógrafo
y la calidad de los intérpretes.
Los cincuenta minutos del “Diálogo del Amargo”
pasan más rápidos que los treinta y pico que
duran los seis números de la primera parte. El truco
del mago está en su capacidad para contar historias.
Y esta es una historia que debería contarse por más
escenarios. Desconozco si en los planes de la Consejería
de Cultura (es una producción de la Agencia Andaluza
para el Desarrollo del Flamenco) está el girar el espectáculo
más allá del granadino Palacio de Carlos V,
pero no estaría mal que lo consideraran, ya que cuentan
con el capital fundamental: el capital artístico.
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