Sara Arguijo
Explicaba la periodista austríaca Susanne Zellinger en la interesante conferencia que ofreció este último domingo entre las actividades paralelas del Flamenco On Fire que una de las grandes aportaciones que encontramos flamenco contemporáneo es la incorporación del humor. No ya sólo porque se permita la risa sino porque tras ésta siempre suele haber una intencionalidad, un propósito de cuestionar o desterrar determinados tabúes desde la distensión que permite la carcajada.
Otra, entre muchas más, es la liberación del cuerpo, que en las propuestas vanguardistas pasa de ser maniquí a ser el epicentro sobre el que se construye el discurso y a través del que el bailarín/bailaor canaliza de forma orgánica sus emociones. Sin ataduras estéticas y rompiendo con la tiranía de la belleza.
Justo los dos recursos que han centrado las propuestas de Israel Galván y Rocío Molina en el cierre del festival navarro, ilustrando ambos en apenas unas horas aquello que decía Pina Bauch de que la vida actual no puede ser bailada a la manera tradicional y de que en este terreno no importa cómo se mueve el ser humano sino lo que lo conmueve.
Por eso, en este complejo y riquísimo universo de lo conceptual, hemos vuelto a experimentar en Pamplona la euforia de un público que agradeció hasta la extenuación el valiente ejercicio de desnudez emocional que hace la Molina en su genial Caída del cielo, y el profundo entusiasmo que se produjo este domingo en el Auditorio Baluarte ante el disparate, la ironía y la inteligencia que se respira en Fla.co.men, una propuesta-incubadora en la que su soberbio elenco continúa enriqueciéndose y sorprendiéndonos aún más en cada representación.
Es decir, sin soberbia ni condescendencia, lo que han dejado claro estos dos virtuosos de la danza es que al flamenco se le puede mirar con muchos ojos. Los de una mujer empoderada que encuentra en su matriz la fuerza para afrontar sus anhelos y sus desafíos y superar sus rencores. Y los de un hombre que encuentra en el juego la forma más directa de llevarnos a su terreno y obligarnos a cambiar la perspectiva sobre el género y sobre nuestros propios prejuicios. Luego ya que cada uno interprete lo que quiera, si es que lo necesita. Nosotros nos vamos de aquí queriendo un poco más si cabe a este arte que tan apasionadamente nos une y nos enfada. Y brindando, eso también, por este despelote jondo al compás tecno del Chimo Bayo que nos recordó Galván. “Hu-ha”. Que es lo mismo que ole.
Fotos & video: @Manjavacas.flamenco