Texto: Estela Zatania
Fotos: Ana Palma
XXII FESTIVAL DE JEREZ
Jesús Fernández «Puntos Inacabados»
Lunes, 5 de marzo, 2018. 2130h. Sala Paúl, Jerez de la Frontera
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Uf, qué titular más enredoso. Pero descuiden, yo me entiendo. Ocurre que vemos tantas obras y proyectos relacionados con el flamenco, a cuál más ingenioso y rompedor, que llega el momento en que empiezas a notar cierta uniformidad dentro del tsunami de contemporaneidad que caracteriza el flamenco actual: los brazos de avión, los largos silencios que ponen a prueba la paciencia del público, el taconeo de ciencia ficción, movimientos de las artes marciales, austeridad y ausencia de calor. Entonces, llega este travieso bailaor gaditano, Jesús Fernández, y de pronto, lo que hasta ahora ha pasado por novedoso, empieza su camino hacia lo olvidable, víctima de un auto impuesta monotonía.
“Puntos Inacabados” nos permite, nos invita a apreciar y disfrutar de toda una colección nueva de pellizcos, movimientos, ideas escenográficas y coreográficas que te obligan a abrirte a la innovación: es mejor que el nuevo catálogo de Ikea. “Obra arriesgada”, deja de ser una frase que infunde miedo en el corazón de aficionados y críticos de formación y gustos clásicos, y se te abre el apetito para más de este producto que tanto huele a flamenco, a la vez que rompe con los anteriores rompedores.
En primer lugar, todo es posible cuando hay ingredientes de calidad, como son los bailaores Iván Amaya y Anabel Moreno, la guitarra de José Almarcha, la dirección de Daniel Doña y artista invitado, el cantaor todo terreno, Miguel Ortega, además del mismo Jesús Fernández.
El comienzo, cuando suenan tambores del Bolero de Ravel, ya pone la pauta de irreverencia cariñosa, porque sólo es una evocación de aquel españolismo que choca con la imagen contemporánea del flamenco. Los bailaores visten y se comportan de forma urbana tirando a gueto: camisas amplias y oscuras, Amaya que va de bermudas… La música se desvanece dejando paso a la voz potente de Miguel Ortega, y Jesús rebana el aire con brazos, vueltas y movimientos estilizados, mientras que el guitarrista toca música bella y original, en algunos momentos acordándose de Sabicas…y vuelven a sonar tambores…
Una especie de danza mora se convierte en garrotín, y Miguel canta el pregón del florero que se disuelve en farruca bailada a lo tango argentino, una mezcla de elementos aparentemente imposible, que se realiza con absoluta naturalidad. Es una especie de auto fusión, “una complicada alquimia” como diría mi amigo Faustino Núñez. Ya lo creo. También destacable, entre otras cosas, una mini suite de cantiñas.
Coreografía novedosa que sorprende al espectador una y otra vez, y que no es danza contemporánea reciclada, detalles de humor sutil y frescura de pensamiento en todo momento, hacen grande esta “pequeña” obra. Acabas enamorándote de la reducida plantilla de 5 artistas; quieres envolverlos y llevarlos a casa. Luego dicen que el flamenco clásico se ha agotado y no hay más que descubrir. No es fácil crear cosas nuevas dentro de lo existente, pero lo valioso no suele ser fácil. Y vuelven a sonar los tambores…
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