El cantaor jerezano presenta ‘Hodierno’ en la Bienal de Sevilla.
Silvia Cruz Lapeña
Especial – La Bienal de Flamenco – toda la información
En el escenario del Café Alameda había cuatro hombres y un vaso negro. No se preocupe si no reparó en el detalle que anoche fue una noche para pulverizar esquemas y permitirle al futuro colarse por los oídos. El cantaor podría haber optado por una botellita de agua para aliviar su garganta y enfrentarse el vértigo, pero el suyo no era un recital al uso, por eso el recipiente no era de cristal, ni de plástico, ni era botella y era oscuro.
Si usted usa con frecuencia frases como “no le des más vueltas” o “así ya está bien” no entenderá lo del vaso ni quién es David Lagos, que tras estrenar Hodierno en la Bienal de Sevilla acaba de ponérselo complicadísimo a cualquier flamenco, a los de la ortodoxia, a los de la heterodoxia y mucho peor a los que venden humo. Porque la brecha temporal en el imaginario sonoro que abrió anoche el jerezano no está al alcance de nadie más que de él.
Hodierno es el título del que será su tercer disco y significa “actual”. Se presentó en el Café de la Alameda donde Lagos arrancó con romances en los que se recordó al Negro del Puerto. La saturación del sonido, voluntaria, rozó lo insoportable, pero no lo fue y esa fue su proeza: alzarse por encima de la música, del ruido, de los instrumentos, del clasicismo, del calor asfixiante, de una sala algo ortopédica, de un público más bien frío. Pero se le oyó porque se hizo oír apurando sus posibilidades y derribando los límites y no hay mejor metáfora de lo que siempre ha sido, ética y estéticamente, el arte jondo
Creíble
Lagos se acompañó de la guitarra de su hermano Alfredo (por gente como él es Jerez otra galaxia); los saxos de Juan Jiménez, parte de Proyecto Lorca, y la electrónica de Artomático. Y hasta aquí, se preguntarán ustedes, cuál era la novedad. Es cierto, ni siquiera la mesa de mezclas nos choca ya y la habíamos visto, sin ir más lejos, en el concierto que dio Niño de Elche la noche anterior en el Lope de Vega.
Los dos espectáculos se prestarían a una comparación larga y tendida por la proximidad en las fechas, por haber actuado ambos en la Bienal, por la desigualdad en el trato mediático y del público y porque tienen en común el nombre de Israel Galván, pero no sería justo hacerla porque Lagos fue creíble, cualidad más constructiva que la coherencia, y porque Lagos canta. No hay hoy otro cantaor que aúne cualidades vocales con tantas horas de estudio y entrenamiento y que además tenga la capacidad de electrizar que tiene Lagos, que anoche puso a prueba al público porque sabe que a quien te escucha no siempre hay que darle lo que espera, pero lo hace desde la curiosidad y el ansía de conocimiento, no desde la soberbia.
Jerez y el futuro
En Hodierno se usa la electrónica como latido, la guitarra como líquido amniótico del que todo parte y los saxos como instrumentos de transición entre el presente y el porvenir. Tras el romance llegó la caña: “Nunca lleva razón el que no tiene dinero”, aulló el jerezano, que no necesita explicar nada, ni subrayarlo, solo cantarlo y si quedaba alguna duda de lo que él defiende, las despejó todas con una malagueña recordando al Mellizo, Chacón y Morente, a quien el público nombró en la sala varias veces. Por qué sería.
Para esa malagueña que da título al disco debería la Bienal crear un galardón aparte porque es la contraseña que abre grieta en el espacio y en el tiempo. Me explico: es una alegría doble que se anuncie un futuro tan luminoso, más aún que se anuncie desde Jerez. El flamenco creció con el rock que se paría en Sevilla; con el blues de las Tres Mil Viviendas, con el genio granadino de Morente y parecía que Jerez sólo podía ser duende y soniquete y anoche, ya lo intuíamos, se comprobó que es muchas más cosas. Que Jerez gesta, pare, crea. Que Jerez puede recordar los cantes y las formas de antes, las de siempre, pero también dirigirse a los flamencos que aún no han nacido. De seguir por esa senda, Lagos no sólo reventará algunos tópicos, también abrirá puertas a otros artistas y reconfigurará los mapas de la música.
Un show flamenco
Con la cantiña, David nos devolvió al presente y nos presentó un Cádiz del que siempre se nos olvida la brisa. Por eso Jiménez tuvo la tarea de ponerle viento a las alegrías, de ponerle olas, que la sal a la Bahía ya se la conocemos. En la soleá, Alfredo Lagos tomó la palabra haciendo que la voz de David sonara más ortodoxa y fuera la guitarra la que se descolocara. Ese es otro de los grandes aciertos que muestra Hodierno: que nunca está todo fuera de lo normal al mismo tiempo, que siempre hay algo, alguien, que hace de mástil. Que si David se pone punk, el saxo se pone jondo y cuando la guitarra es ácida, David ayea ajustándose al patrón. Eso hace que siempre haya alguien sujeto a las raíces y permite que los demás sean cometa. Por eso la propuesta es flamenca de la A a la Z.
Salió Emilio Caracafé para tocarle a David una mariana preciosa, a la que el sevillano le puso bohemia, sabor y su sonido. Luego llegó el Cante del Desalivio y al final, acabaron todo por tangos con ecos de verbena de algún calendario por venir donde seguirá habiendo un lugar al que cantar y gente que cante y donde existirá el flamenco porque quizás no haya música, no en España, que acompañe tan bien al pueblo en sus fiestas y en sus cuitas.
Escribir sobre un recién nacido es muy difícil, pero este parto no ha tenido una cocción de nueve meses. A Lagos se le ve crecer desde hace años y por eso no paro de pensar en quienes anoche no fueron a verlo dar el estirón que lo ratifica como creador, uno que anoche nos hizo llorar, gozar, celebrar y levantarnos del asiento cantando su Pregón del Miedo: nos venden miedo, compramos miedo, tenemos miedo a preguntar y sin embargo, solo se muere una vez, pa’qué tanto miedo, se preguntó cantando el de Jerez. Este obseso del detalle, este cantaor honesto se dejó anoche su miedo en casa y se colocó en varias ocasiones al borde del precipicio, pero ni una vez corrió el riesgo de caer. Nadie que se coloque en esa tesitura, nadie que se arriesga de ese modo dice nunca “no le des más vueltas” o “así ya está bien”. Por eso en lo que hace es importante hasta el color del vaso en el que bebe.
Fotografías: Mauri Buhigas / La Bienal