Espectáculo: Del silencio. Cante: David Lagos. Saxo: Juan M. Jiménez. Piano y clavicordio: Alejandro Rojas-Marcos. Lugar: Teatro Central. Ciclo: Andalucía Flamenca. Fecha: Viernes, 22 de septiembre. Aforo: Casi lleno.
Que no hay ningún cantaor flamenco actual capaz de acometer un espectáculo como éste lo dijimos aquí mismo en su estreno en la Bienal y lo repetimos ahora, justo un año después, al comprobar dentro del ciclo Andalucía Flamenca que la propuesta mantiene el mismo peso y funciona igual en su formato reducido de trío.
Claro que si sostenemos esta afirmación no estamos apuntando a la apabullante técnica y cualidades sonoras del jerezano (es asombrosa su perfecta afinación, la colocación de la voz, el manejo de los volúmenes y la riqueza de matices que imprime a cada tercio) sino a algo mucho más interesante. El que Lagos demuestra desde hace tiempo haber encontrado una estética artística, estética y musical propia y, también, un discurso que defender. En este caso, reclamando la memoria histórica y poniéndole voz al dolor de los perseguidos y los silenciados.
Es decir, fruto de su evidente inquietud y su ansia de conocimiento, Lagos ha construido un universo repleto de referencias (de Chacón a Morente, entre tantas) que aparecen ahora engarzadas en su cante (“en la memoria tengo mucha voz retenida”, canta), con el que ha firmado un fuerte compromiso y del que no está dispuesto a alejarse. Aunque aún sienta cierta necesidad de justificarse, como hizo casi al final de recital cuando creyó tranquilizar al espectador anunciando que llegaba una parte más festera que no era preciso anunciar porque todos estábamos sumergidos felizmente en la narrativa de una obra coherente y excelentemente hilvanada. O como cuando trató de desvincular estos cantes del silencio de un mensaje necesariamente ideológico que jamás va a estar “más allá de partidismos”, como el cantaor matizó, porque quienes perseguían y mataban a los maricones “y de paso también a las mujeres” fueron fascistas como Queipo de Llano, cuyo mensaje sirvió para dar paso a la seguiriya.
En cualquier caso, lo que ofrecen estos tres excelentes músicos es un concierto exquisito, culto y conmovedor. Porque si bien pierde la sonoridad del gran formato, gana en concreción y sintetismo. De manera que disfrutamos aún más de la riqueza y del virtuosismo de Alejandro Rojas-Marcos y Juan M. Jiménez, que nos regalaron momentos especialmente vibrantes como en la introducción de las malagueñas y que aportaron desde sus instrumentos la intensidad, la angustia, el color o el brillo que precisaba cada palo, además de una profunda jondura (¡cómo sonaron las seguiriyas en el clavicordio del sevillano o los abandolaos con los vientos del de Utrera!). En definitiva, un recital flamenco que nos permite adentrarnos en territorios distintos y explorar nuevas posibilidades expresivas del cante jondo.