Espectáculo: Los bailes robados. Dirección artística, escena y desarrollo: David Coria. Asesoramiento musical y cante: David Lagos. Coreografía y baile: David Coria, Aitana Rosseau, Florencia Oz, Rafael Ramírez, Marta Gálvez. Cante, música y cello: Isidora O’Ryan. Saxo: Juan M. Jiménez. Colaboración Coreográfica: Eduardo Martínez. Asesoramiento: Daniel Muñoz Patinga. Lugar: Teatro de Itálica. Festival Internacional de Danza. Fecha: Viernes 7 de julio. Aforo: Lleno.
Esperábamos más de David Coria, “uno de los artistas más relevantes de la vanguardia flamenca del siglo XXI y uno de los coreógrafos españoles más interesantes del presente”, según reza el programa de mano y muchos hemos podido comprobar a lo largo de su sólida y coherente trayectoria. También de un espectáculo de prometedora temática, que ha podido cuajarse con el tiempo necesario, probarse frente al público (gracias a los tres work in progress previos presentados en el Festival de Nimes, la Bienal de Sevilla y el Festival de Jerez) y contar con el apoyo de algunos de los festivales de danza internacionales más importantes que co-producen la obra.
Sin embargo, pese al extenuante trabajo físico y al sobresaliente talento de todo el elenco, el estreno de ‘Los bailes robados’ en el Festival de Danza de Itálica resultó ser el de una propuesta endeble y, a ratos tediosa, principalmente por la falta de ritmo, tanto en lo coreográfico como en lo musical.
Así, lo que empezó como un trance colectivo al que rápidamente quisimos sumarnos, se terminó convirtiendo en la consecución de piezas repetitivas envueltas siempre en la misma luz y en la misma atmósfera. En este sentido, la tensión en las que nos sumerge el desarrollo inicial de la idea, en la que los bailarines actúan como una masa uniforme que parece respirar y latir al unísono, reproduciendo movimientos tribales, bajo una luz tenebrosa y una espacio sonoro hipnótico, se diluye cuando va pasando el tiempo y entendemos que nunca llega el nudo ni siquiera el desenlace. Es decir, que lo que continúa (en la hora que dura la obra) es un bucle en el que no sucede ni se nos dice nada nuevo.
Echamos de menos, por tanto, que algo nos sacara del letargo, ya fuera a través de lo cómico, o de lo íntimo o de lo extremo. Porque salvo unas brevísimas piezas en solitario de los bailarines, la coreografía se construye únicamente desde lo coral, jugando con el intercambio de posiciones y los movimientos cortantes, secos y espasmódicos, sin que nada rompa, ni escénica ni rítmicamente. Por eso, agradecimos sobremanera las magistrales intervenciones de David Lagos -impresionante en la trilla y el taranto- que, con su voz impía, quiso insuflar carácter al frenesí de movimientos y poner la emoción flamenca que faltaba (con la ausencia del guitarrista Alfredo Lagos anunciado en la ficha).
En esta línea, nos hubiera gustado que Coria saliera en algún momento del segundo plano en el que se mantuvo, regalándonos un momento culmen donde saltarse el cordón de seguridad que otorga la compañía y escaparse de la corrección que marca toda la obra. Sobre todo porque sólo humanizándonos, dejando a un lado la cordura, descendiendo al barro y estando dispuestos a mancharnos, podemos entender y compartir esta locura que es el baile.