Dani de Morón «21» con Israel Galván, Arcángel, Duquende, Rocío Márquez, Jesús Méndez. La Bienal

Dani de Morón - 21 - La Bienal

Dani de Morón - 21 - La Bienal

Texto: Sara Arguijo

Fotos: Oscar Romero / La Bienal

21 Al toque: Dani de Morón Al cante: Rocío Márquez, Jesús Méndez, Arcángel y Duquende Palmas: Antonio Montes, Manuel Montes, Carlos Grilo y Diego Montoya Colaboración al baile: Israel Galván – Real Alcázar de Sevilla – 21 de septiembre

 

Dani de Morón, el nuevo centro de la guitarra flamenca

La tarea no era fácil. Después de sus triunfos anteriores en la Bienal, Dani de Morón se presentaba este año abriendo las puertas del Real Alcázar a su guitarra. -La residencia oficial de la familia Real en Sevilla, que explicaba un cochero a los turistas en el coche de caballos. Y, desde luego, la expectación por verle no distaba mucho de la que pudieran suscitar los Reyes (aunque aquí se escucharan más oles que guapo). 

 

 

La propuesta se intuía arriesgada. Un espectáculo -que será un disco- en el que ha reunido a algunas de las voces claves del flamenco del siglo XXI y que, por tanto, exigía al artista mantener su protagonismo no estando sólo sino rodeándose de grandes figuras. Pero, claro, los de Morón somos así, que diría alguien muy cercano a él. Tremendamente astutos, añadimos. Así que de una manera completamente natural, Dani mantuvo su silla en el centro de los focos y adoptó el formato festivalero para acompañar en sus diferencias a Rocío Márquez, Jesús Méndez, Duquende, Arcángel y el bailaor Israel Galván en lo que terminó siendo la forma más sutil de alcanzar su propio triunfo. Evidentemente hay que ser muy grande para ponerse a tocar para lo que, salvando las distancias, pudiera ser hoy Marchena, Mairena, Camarón, Chacón o Morente y además, sonar distinto cada vez. Como lo hiciera Melchor de Marchena en quien sabemos que ha pensado el moronense.

Podríamos hablar, además, de su increíble capacidad rítmica y armónica. De la velocidad y la fuerza de su mano izquierda que, a veces, parecía incluso tener más de cinco dedos. De su modo de jugar con los tiempos y los contratiempos. De su creatividad y los mundos que sugiere. De cómo se acordó de su tierra. De su toque aéreo y melancólico, luminoso, emocional, profundamente sugerente. De su modo de acariciar las cuerdas y de agarrar el mástil. De los infinitos sonidos que saca de la sonanta (de percusionista musical, como dijo el bailaor sevillano en la rueda de prensa previa). 

También, cómo no, de los matices y colores que pudimos disfrutar en los artistas que anoche lo acompañaron y del genio que es y volvió a ser un Israel Galván completamente iluminado que arrastró a su mundo a todo el Patio de la Montería en una pieza absolutamente magistral de -llamémosle así- flamenco interactivo.

Podríamos pero no habríamos explicado a Dani. Como le ocurre a Galván en el baile, su abstracción y lo que promete con su guitarra nos daría para elaborar sesudos libretos. Es un avanzado y probablemente tenga el futuro del toque en sus manos, como muchos decían a la salida.  Pero es que lo mejor de Dani es que con su música consigue hacer felices a los demás, exactamente la misma virtud que destacó de las dos pequeñas a las que dedicó una granaína maravillosa con la que más de uno y de una acabó llorando. 

Reflexionaba el otro día con que a los artistas se les conoce, o al menos se les intuye, por lo que hacen sobre el escenario. Se les adivinan sus miedos, sus inquietudes, su actitud y hasta su carácter. Y Dani de Morón es rápido, agudo, cercano, nervioso, fantasioso, bromista, rebelde… Un sentimental que sabe llorar y se emociona con los pequeños detalles, un luchador, alguien que precisa agarrarse a sus raíces, un gallo si lo atacan… ¿O esto era su música?

 


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