Una boda sin flechazo

Dorantes - La Roda del Viento - La Bienal

Dorantes - La Roda del Viento - La Bienal

Dorantes clausura la Bienal de Flamenco con un espectáculo inspirado en la primera vuelta al mundo de la Historia, la que inició Magallanes en Sevilla en 1519.

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Silvia Cruz Lapeña

Especial – La Bienal de Flamenco – toda la información

La tarde empezó como de boda. Un autobús lanzadera ubicado en la puerta del metro Blas Infante llevaría a los espectadores y a la prensa hasta el Puerto de Sevilla, donde Dorantes tenía la misión de clausurar la Bienal de Flamenco de 2018. Nada más llegar, todos a la barra, que ha hecho mucho calor estos días y ya habíamos aprendido que era importante hidratarse antes de cada concierto. Pero en este enlace hubo bastante gente y pocos camareros. Cuatro para ser exactos, así que las comandas tardaron más que el pianista en salir a escena.

En la platea montada para la ocasión con sillas de plástico, varias filas vacías y el enclave, un tanto extraño: contenedores y grúas rodeando el escenario como si se fuera a rodar una serie de moda. Elija usted: narcos, corrupción, contrabando o todo junto. Detrás del músico lebrijano y su piano, la Orquesta Bética dirigida por Michael Thomas. Al lado, el coro de alumnos de la Fundación Cristina Heeren y una percusión de lujo: Antonio Moreno y Javi Ruibal. Fueron ellos dos junto al pianista los que se encargaron del aperitivo: un bocado delicioso en el que sacaron compás de un contenedor con manos, cuerpo y baquetas.

Ese inicio prometía, tenía fuerza, podía una imaginarse que en ese mismo lugar 500 años un grupo de 239 hombres partió de allí para hacer un viaje de película. Porque eso era La roda del viento, un espectáculo con el que se han querido matar dos pájaros de un tiro: clausurar el evento flamenco más importante del año e inaugurar los actos de conmemoración del V Centenario de la primera vuelta al mundo, la que inició Magallanes y acabó Elcano en la capital andaluza.

Era una opción arriesgada, sobre todo porque la de 2018 no ha sido una Bienal tan brillante como para hacerla compartir plano con otro acontecimiento. Sólo un final de traca, un subidón de energía y de emociones, podían hacer viable ese enlace interesado. Pero no fue lo que ocurrió.

La historia completa

Dorantes es un músico superdotado y un creador sensible, pero esta boda no era por amor, era un encargo. Se notaban las ganas y el esfuerzo, pero también la ausencia de flechazo. Claro que hubo conatos de emoción, por ejemplo cuando se recordó esa fosforescencia que es el fuego de San Telmo y que vieron los marineros sobre los palos de sus barcos. Y también algo de drama, como cuando el concierto recreó por seguiriyas las escenas de hambre, insurrección o miedo que vivieron los habitantes de las cinco naos que partieron de Sevilla en 1519.

Pero hacía falta algo más que el lugar para llevarnos hasta aquel hito y aquella época. Quizás algo de teatro, quizás otro decorado, quizás por eso apenas hubo un calambrazo. Tampoco se sintió el escalofrío que sí hay en el relato de Antonio Pigafetta, el cronista de la nao Victoria, la única que regresó a España con 18 hombres vivos: “Para no morirnos de hambre, nos vimos obligados a comer pedazos de cuero de vaca.”

No estaba el repeluzno ni la historia entera. El magnífico biógrafo, a su manera, que fue Stefan Zweig escribió la vida de Magallanes y en ella, no sólo acumuló hechos relevantes, también esbozó el trasfondo de superioridad moral de aquella aventura que legitimó la Iglesia, que vio en aquel viaje una oportunidad de hacer nuevos cristianos. Es muy difícil trasladar esos temas a un concierto, pero es probable que tampoco aparezcan en los actos de conmemoración de la efeméride previstos para 2019, donde la organización se centra en que la de Magallanes fue la odisea que se dio el primer paso hacia la globalización y se demostró que la Tierra era redonda.

Sin oles

En La roda del viento se oyeron tanguillos o seguiriya a la manera de Dorantes y las piezas interpretadas por él y los percusionistas fueron, sin duda, lo mejor de la función. Pero el conjunto quedó apagado y se echó de menos más nervio, algo más parecido a un fin de fiesta. Pero la obra parecía mirar más al futuro, a 2019, que a la clausura de la Bienal, quizás porque sus organizadores estén deseando dejarla atrás después de los problemas que trajo su gestación, su desarrollo y su parto.

La gente aplaudió, pero faltó química, entre Dorantes y su show y entre el show y el público. Habría sido mejor dejar al lebrijano a su aire, sin tema impuesto, sin encargo concreto y quizás hubiera habido espacio en ese enlace para despeinarse, emborracharse o perder un pendiente celebrando. El tono del concierto quedó reflejado claramente en el momento escogido por los espectadores para hacer la cola del bus lanzadera que les llevaría a casa: antes del bis. Y eso que el viaje de Magallanes y Elcano llevado a escena duró poco más de una hora en la que apenas se escuchó un ole.


Fotografías: Oscar Romero / La Bienal

 

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