Casabermeja, donde el flamenco soñado se hace realidad

Casabermeja

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Texto y fotos: Estela Zatania

XLVI Festival de Cante Grande de Casabermeja
Sábado, 22 de julio, 2017. 2300h. Polideportivo Sánchez Fernández, Casabermeja (Málaga)

Cante: Perico Pañero, Antonio Reyes, Antonia Contreras, José Canela, La Charo, Luis “El Rubio”, Luisa Muñoz, Javier Heredia. Guitarra: Diego Amaya, Juan Ramón Caro, Daniel Casares, Antonio Moya, Antonio Higuero. Compás: Tate Núñez, Manuel Salado. Baile: Patricia Valdez con Manuel de la Nina (cante), Juan José Alba (guitarra). 

Cada vez más escasean carteles de festivales de cante que los ves y dices “¡ozú, esto promete!”.  Como tantos otros, el Festival de Cante Grande de Casabermeja, del club de las bodas de oro – eventos de este tipo que pronto cumplen los 50 años, o ya lo han hecho – debe torear fondos limitados, escasez de artistas tradicionales o lo que es peor, la indiferencia del público frente a formas posiblemente caducas.  

Pero en Casabermeja (Málaga), hay voluntad.  Hay una peña flamenca, Torre Zambra, que defiende el flamenco clásico a ultranza, hay también el señor Alfonso Queipo, jondólogo incurable que lleva décadas cultivando y apoyando el flamenco, y que ha dirigido un festival a la vieja usanza, con pequeños retoques para refrescar el formato.  Algo tan sencillo como abrir con los cantaores principales mano a mano con bulería por soleá, o la micro suite malagueña que Antonia Contreras comenzó con un verdial, pasando por la malagueña abandolá de Juan Breva, luego, cerrando con una malagueña de la Trini, ya libre de compás, en lugar de la progresión inversa, así reflejando la realidad evolutiva de estos cantes.  

“Honores a Antonio el Rubio”, evocó el repertorio del personaje de La Línea a través de sus hijos, Charo y Luis, y el encanto de su cante vivencial sin artisteo.

“Soy de Álora, cuna de la malagueña” declaró Antonia Contreras, la más reciente ganadora de la Lámpara Minera. Con su voz dulce y decir lírico, aportó elegancia y dulzura por serranas, guajiras preciosistas con fuerza dosificada y un aire antiguo, y los arriba citados cantes de Málaga.

A continuación, el irrepetible Javier Heredia, joven abanderado de las formas festeras más auténticas. Piensa Paco Valdepeñas, Anzonini o Miguel Funi, y estás viendo a Javier, compendio de los tres, y otros que combinan cante, baile y personalidad de forma genial.

La ausencia del gran Manuel Moneo por motivos de salud – desde Deflamenco mandamos nuestros más sinceros deseos por una pronta recuperación – fue compensada con el rancio decir de Perico Pañero por fandangos de Huelva, siguiriyas y tangos. 

Luisa Muñoz, emparentada con los Montoyas, puso el punto más canastero, esa forma de cantar popularizada por Camarón, con notas deslizadas y estiradas como goma.  Guapa y racial, nos dio cante minero matizado a su manera, tangos populares y siguiriyas.

El contraste lo proporcionó José Canela, hijo de Canela de San Roque, y familia de Jarrito o Chiquetete.  Entregó su cante sobrio y mairenero por soleá, alegrías de Cádiz y bulerías, exhibiendo grandes conocimientos.

La bailaora Patricia Valdez, con el joven cantaor jerezano, Manuel de la Nina y el guitarrista Juan José Alba, fue seguida de su esposo, Antonio Reyes, presentado por Manuel Curao como “el cantaor más solicitado del momento”.  El chiclanero, cuyo estilo es una acertada amalgama de Mairena, Caracol y Camarón, volvió a enamorar al público con su voz de caramelo tostado y un repertorio popular.

Una ristra de guitarristas tan notables como variados: Diego Amaya y Juan Ramón Caro a los que vemos demasiado poco, Antonio Moya, defensor de la pureza modernizada, Daniel Casares, siendo concertista se entiende perfectamente con el cante o el maestro jerezano Antonio Higuero.

La segunda parte fue un largo fin de fiesta con todos los artistas, unos veinte contados, que se turnaron por diversas pinceladas de cante. Había palabras de admiración de muchos para el guitarrista Quique Paredes, fallecido hace pocos días. 

Neveras por doquier. Casi podemos hablar de los festivales que admiten y animan la entrada de neveras, frente a los que prohíben siquiera una botellita de agua: un “evento flamenco”, en el sentido más amplio de la palabra, o un “evento teatral”.  El caldo de puchero, las ramas del aromático mastranto por el suelo de las calles aledañas, vino, jamón, tortilla, cante y un público tan aficionado como respetuoso de los intérpretes.

A eso de las cinco de la mañana se encendieron las luces, pero no todos hemos querido despertarnos del sueño flamenco, y hubo una dilatada fiesta informal a la antigua.

 


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