Texto: Silvia Cruz
Fotos: Rafael Manjavacas
Baile: La Lupi y Ángel Rojas. Cante: Antonio Núñez «El Pulga» y Antonio Campos. Guitarra: Curro de María. Percusión: David Galiano. Violín: Nelson Doblas. Palmas: Roberto Jaén. En el Centro Cultural de La Villa Fernán Gómez.
Imperioso homenaje
La vida de Pastora Imperio era el hilo, el leitmotiv, del que se sirvió La Lupi para ofrecer “Cartas a Pastora” en el ciclo Flamenco Madrid. Su apuesta no fue arriesgada, ni falta que le hacía, y se convirtió en la narración de una metamorfosis, la de la misma Lupi sin duda alguna. Hubo buen baile y una buena homenajeada, cuya vida fue puesta en escena por una bailaora malagueña que supo emular lo poco que las grabaciones nos han dejado de aquel mover los brazos como si quisiera mover la Tierra que tenía Pastora Imperio.
El show arrancó moroso, quizá porque había más interpretación que baile y todos queríamos ver bailar a La Lupi. Pero cuando llegó la danza fue majestuosa. La Lupi no imitó a la que honraba, simplemente tomó de ella lo que le hizo falta para recordarla. Explicó sus amores y sus sentires con una expresividad facial de diva del cine mudo, hermosa, dramática, encarnando a la perfección los rasgos por los que Julio de Romero de Torres llevó a Pastora a su lienzo.
La Lupi puso en escena principalmente la historia de amor y dolor que vivió Pastora con Rafael Gómez Ortega “Gallito”, torero con el que no llegó a estar ni un año casada y al que dejó sin que se sepan del todo los motivos. De ese romance, con fuga incluida, dio la compañía cuenta como si fuera un musical. Músicos y cantaores ayudaron a La Lupi a narrar la historia que venía a contar, la acompañaron en sus cuitas y apuntaron y reforzaron el guión. A ratos el escenario de la Sala Guirao del Fernán Gómez pareció demasiado largo para la puesta en escena que la compañía tenía preparada pero la presencia de La Lupi, imponente, fue la encargada de suplir los huecos. A destacar los tangos que bailó como si le fuera la vida en ello, en claro homenaje a uno de los palos por los que era aclamada Pastora Imperio. Y hermosa fue la siguiriya que bailó usando un sombrero metonímico, que hizo las veces del hombre al que Pastora quería olvidar. Ángel Rojas, responsable de la dirección artística, bailó poquito limitándose a acompañar a ratos a La Lupi haciendo el papel de El Gallo, pero mostrando una gran compenetración con la bailaora. Mención aparte, por deliciosa, merece Nelson Doblas, que utilizó su violín para acrecentar la parte amarga de las cavilaciones de Pastora.
El espectáculo se demoró demasiado en algunos pasajes y el sonido estuvo excesivamente alto, algo que acusaron los cantes, que por momentos parecieron gritados en lugar de cantados, pero si lo tienen cerca, vayan a verlo. La fuerza de una mujer pionera, luchadora y libre la capta La Lupi a la perfección. Si como decían en una de las letras del espectáculo El Pulga y Antonio Campos, España estaba almidonada, Pastora era puro vuelo, libre y consciente albedrío. Vestida de negro con bata de cola y peineta La Lupi cerró el espectáculo triunfante y enorme por bulerías. A esas alturas ya no lloraba por amores imposibles y se había convertido, transmutada entera en la mismísima Pastora Imperio, mostrando una pose digna de estampa y una prestancia y estilo incontestables. El público, contagiado de esa grandeza, respondió a la de Málaga con un aplauso largo y sentido.